Fra Angelico y los inicios del Renacimiento en Florencia. Museo del Prado. Paseo del Prado, s/n. Madrid. Comisario: Carl Brandon Strehlke. Hasta el 15 de septiembre
Aunque el Museo del Prado tiene una pobre colección de obras del Quattrocento italiano, esta incluye tres pinturas de Fra Angelico (Vicchio di Mugello, Florencia, h. 1395 - Roma, 1455). Y dos de ellas figuran en el top ten del artista: la Anunciación, que llegó en 1611 a España desde el convento de San Domenico de Fiésole y que estuvo durante 250 años en las Descalzas Reales, y La Virgen de la Granada, adquirida por el XIV duque de Alba en 1817 y vendida al museo en 2016 (creo que este año terminamos de pagarla). Esta exposición viene a paliar la escueta representación del periodo en las colecciones españolas, con ambición solo superada por las dos únicas grandes muestras anteriores dedicadas al artista: la de 1955 en Roma y Florencia, con motivo del quinto centenario de su muerte, y la de 2005 en el Metropolitan Museum de Nueva York, en la que ya participó como experto Carl Brandon Strehlke, hoy conservador emérito del Philadelphia Museum of Art, que comisaría la presente muestra.
¿Qué aporta? Strehlke quiere que nos olvidemos del Beato Angelico (lo es desde 1982 por orden de Juan Pablo II), el fraile iluminado por la fe y apartado del mundo, y conozcamos al pintor profesional, Guido di Pietro –Fra Giovanni al tomar los hábitos–, participante en los debates estéticos e intelectuales del momento y conectado con el poder. Para ello, lo muestra en su contexto artístico.
Las 79 obras reunidas, a través de un montaje elegante con algún guiño a la arquitectura de la época, nos sitúan en la Florencia de la primera mitad del siglo XV, cuando el medievo aún flotaba en el aire: la peste acechaba, se celebraban justas, la sociedad se organizaba en gremios, varios papas guerreaban entre sí y la religiosidad adoptaba formas a veces extremadas. Pero las décadas de paz que siguieron a la recuperación de Pisa en 1406 permitieron un florecimiento cultural acompañado por una campaña de obras de arte público entre las que destacan la cúpula de Brunelleschi para Santa Maria dei Fiori y las puertas de Ghiberti para el Battisterio. Estos dos pioneros en la concepción de un espacio moderno, al igual que Donatello –cuatro magníficas obras en la exposición–, eran de más edad que Fra Angelico, pero sabemos que compartieron proyectos e inquietudes; también es clara la influencia mutua entre el artista y Masaccio, algo más joven que él pero más audaz en los volúmenes, como demuestra su San Pablo.
La muestra busca que nos olvidemos del Beato Angelico y conozcamos al pintor profesional, participante en los debates intelectuales
Fra Angelico mantiene rasgos del gótico refinado de su maestro Lorenzo Monaco, del que se ha traído una obra –también las hay de Gentile da Fabriano, Masolino y Uccello–, y respeta las convenciones impuestas a los asuntos sacros, pero introduce novedades absolutas como la renuncia al pan de oro en los fondos, la representación pictórica de las arquitecturas en perspectiva o la adopción de la forma quadrata para la pala o cuadro de altar de acuerdo con los requerimientos de Brunelleschi, que no quería ver un pináculo en sus ambientes clasicistas. Y la Anunciación del Prado es un hito de todas esas innovaciones. Strehlke piensa que, al margen de la intensidad de su fe, Guido di Pietro vio que junto a los dominicos podía contar con ventajas en su carrera: acceso a bibliotecas con tratados de óptica, matemáticas o botánica –bellísimo el manuscrito ilustrado Theatrum sanitatis, expuesto–, facilidad para conseguir los pigmentos más preciados, escape del control de las guildas y relación con las familias más poderosas, como los Albizzi, los Alberti y los Médicis, y con la alta jerarquía eclesiástica. Cosme de Médicis costeó la opera magna de Fra Angelico, los frescos de San Marco en Florencia y, cuando su valedor Antonino Pierozzi fue elegido papa (Eugenio IV), el artista fue llamado al Vaticano, donde pasó cuatro años decorando varias estancias.
La restauración de la Anunciación ha permitido a Ana González Mozo, del Gabinete de Documentación Técnica del museo, profundizar en la sofisticada y delicada factura de las mejores obras de Fra Angelico. Supo sobreponerse a las limitaciones del temple en cuanto a la transparencia y la capacidad de generar volúmenes con el uso de preparaciones y aguadas oscuras por debajo del color puro que conforma la superficie, ahora deslumbrante de luz natural y sobrenatural tras eliminar suciedad y repintes. Además, se demuestra que, frente a lo que pretendía Vasari, sí corregía y retocaba, combinando diferentes medios y técnicas.
Tanto ella como el comisario abordan en sus ensayos la relación fascinante –que forma parte de la cultura visual de la época y que puede seguirse en los cuadros de la muestra– entre la sacra rapprasentazione en iglesias o espacios públicos y los set pictóricos que alojan escenas similares. La Anunciación, en particular, era un asunto con gran valor identitario para Florencia y con mucho tirón popular por el uso de mecanismos de traslación del ángel por el aire, que Brunelleschi perfeccionó. Este carácter teatral se puede asociar también a la “presencia” que tienen muchas figuras pintadas; escultores –como Ghiberti, aquí– y pintores colaboraban proporcionándose modelos o dibujos, y los marcos arquitectónicos –fingidos o reales– hacen de “expositores” de volúmenes corporales. Y así, en una de las obras expuestas más impactantes, la Crucifixión de San Niccolò del Ceppo, las figuras están recortadas para simular una escultura policromada. Todas las artes, en fin, asociadas para representar lo irrepresentable.