Antonio Muñoz Molina tenía 14 años la primera vez que visitó Madrid. Lo hizo acompañando a su abuelo, que venía a la feria del campo. El pequeño que se convertiría en escritor visitó El Escorial, El Valle de los Caídos, el Museo del Prado y la Biblioteca Nacional, cuyas escaleras subió pensando que ir allí era sinónimo de "ver escritores". En la pinacoteca descubrió Las meninas pero recuerda que estaban un poco "oscuras" (entonces estaban así) y su primera impresión no fue tan atractiva como cabía esperar. El autor de Como la sombra que se va es el director de la nueva Cátedra del Museo del Prado que arrancará el próximo 7 de noviembre. Bajo el título Rondas del Prado: el jardín de las imágenes, impartirá cuatro conferencias a las que seguirán otros cuatro seminarios de participación obligatoria y exclusiva para los 20 becarios seleccionados.
Por primera vez esta cátedra, que nació en 2009, será de carácter gratuito para, en palabras de Andrés Úbeda, director adjunto de Conservación e Investigación, llegar a un público más amplio. Muñoz Molina ha recurrido al libro El arte de la pintura de Fernando Pacheco para invitarnos a tener "moderación" y "prudencia" a la hora de escribir y hablar sobre arte. Dos cualidades que él mismo respetará en sus conferencias "huyendo de la palabrería". En ese sentido, cree que una obra de arte "tiene que ser leída, no vista, y descifrada con los códigos que tenían quienes las encargaron y pintaron". Por eso, si solo juzgamos una pintura a partir de valores estéticos nos perdemos su "funcionamiento".
La presentación de la cátedra ha tenido lugar en la sala 9 A del Edificio Villanueva frente a La recuperación de Bahía de Todos los Santos, pintura que Juan Bautista Maíno hizo a modo de "celebración política de la monarquía española". Por tanto, "la idea de que una obra está hecha para ser vista por todo el mundo es equívoca porque fue creada para quienes la encargaron. Esa función política y religiosa tiene que ser leída con las claves que tenían entonces y nosotros actualmente las hemos perdido", sostiene.
A día de hoy, continúa, se habla de piezas creadas site-specific y olvidamos que "estas también lo fueron". El problema, de hecho, es que "las sacamos de su contexto y pierden algunos de sus valores". De niño, recuerda el escritor, iba a misa en su localidad y allí "había un cuadro espantoso del infierno. Estaba hecho para asustar, para persuadir del pecado y no para ser disfrutado estéticamente". También comenta que en la Catedral de Jaén existe un cuadro de la escuela de Murillo que retrata la Sagrada Familia. Sobre él se solía decir que "si ves las tijeras que tiene la virgen no estás en pecado y, sin embargo, si no las ves, estás en pecado". Por supuesto, no había tijeras en el lienzo. "Ese funcionamiento práctico es fundamental para saber mirar el arte", arguye.
De modo que uno de sus objetivos es que el visitante pueda descifrar la historia que cada obra cuenta. Aunque en ocasiones esta aparece explícita y, en otras, implícita. Por ejemplo, "los desnudos tenían la función de despertar la sensualidad de los reyes para procrear niños bellos", explica. Y, por esa misma razón, se colocaban en las habitaciones. Por eso es importante que el espectador intente descubrir lo que realmente se cuenta. Y del mismo modo en que "necesitamos que nos sitúen en el contexto adecuado para leer Lazarillo o La vida es sueño, en un museo las cartelas sirven para lo mismo". Ha alabado las del Prado que en tan solo 60 palabras sitúan al espectador en su lugar y momento.
Otro de los ejes de su cátedra será la materialidad de las piezas. Ahora que vivimos en un mundo hiperconectado "hay que medirse con el cuadro. Su tamaño conlleva unas implicaciones que se pierden cuando vemos reproducciones". Con todo, el objetivo de Muñoz Molina es hacer un viaje "en torno al museo para acercarnos a las obras".