El Museo del Prado presenta Sofonisba Anguissola y Lavinia Fontana. Historia de dos pintoras, una exposición que reúne por primera vez los trabajos fundamentales de estas dos mujeres de la segunda mitad del siglo XVI. A través de un total de sesenta y cinco obras -cincuenta y seis de ellas, pinturas- procedentes de más de una veintena de colecciones europeas y americanas, la pinacoteca plantea un recorrido por la trayectoria artística de estas dos pintoras, que alcanzaron reconocimiento y notoriedad entre sus contemporáneos, pero cuyas figuras se fueron desdibujando a lo largo del tiempo. Comisariada por Leticia Ruiz, Jefa del Departamento de Pintura Española hasta 1500, la muestra se podrá visitar en la sala C del edificio Jerónimos hasta el 2 de febrero de 2020.
Anguissola y Fontana nacieron y se formaron en Cremona y Bolonia respectivamente, dos centros artísticos cercanos geográficamente en Italia, pero condicionados por sus propias tradiciones pictóricas, sociales y culturales. Partieron de perfiles familiares y biográficos distintos, aunque en los dos casos el papel paterno fue fundamental para condicionar sus respectivas carreras. Ambas supieron romper con los estereotipos que la sociedad asignaba a las mujeres en relación con el arte, el arraigado escepticismo sobre las capacidades creativas y artísticas de la mujer y ambas se valieron de la pintura para alcanzar un papel significativo en la sociedad en que les tocó vivir.
Sofonisba Anguissola, perteneciente a una familia de la pequeña nobleza de Cremona formada por seis hermanas, encontró en la pintura un modo de alcanzar la posición social que correspondía a la familia Anguissola-Ponzoni. Su talento y su personalidad, así como el empeño promocional de su padre, la convirtieron en una dama afamada y respetable que posibilitó la práctica artística de las mujeres y forjó un mito femenino que aún perdura. Practicó sobre todo el retrato y fue contratada como dama de compañía de la reina Isabel de Valois, cargo que enmascaró su papel como pintora.
Para Lavinia Fontana, hija de un pintor de cierto prestigio, la pintura fue el ámbito natural que acabó por convertir, empujada por su padre, en su modo de vida. Fue la primera en ser reconocida como una profesional, la pintora que traspasó los límites y los géneros impuestos a las mujeres. Su producción fue amplia y variada con numerosos retratos y pintura religiosa para iglesias y oratorios privados, aunque también se ocupó de asuntos mitológicos, género en el que el desnudo tenía marcado protagonismo.