Eamonn Doyle (Dublín, 1969) no es uno de esos fotógrafos que sale con su cámara a diario. Tampoco acude a todas las exposiciones. De hecho, asegura que no le “interesa tanto la fotografía por sí misma”. Prefiere la literatura, el cine o la pintura, por lo que sus referencias directas parten de estos campos. Es más, estudió pintura y fotografía en Dun Laoghaire College of Art & Design y tras un par de años viajando por el Caribe y Centroamérica tratando de convertirse en un fotógrafo del mundo volvió a casa y se trasladó al número 147 de Parnell Street. “Tenía la sensación de que tenía que estar en Irlanda”, comenta Doyle a El Cultural con motivo de la exposición que actualmente se puede ver en la Sala Bárbara de Braganza de la Fundación Mapfre.
“Volví y viajé por mi país pero aun así sentía que tenía que retratar mi ciudad. Hice algunas fotos hasta que un amigo y yo pensamos en rodar una película. Hicimos una campaña para recaudar dinero y conseguimos que 800 personas pusieran 10 libras. Con el dinero decidimos comprar un estudio”. Por aquel entonces la música era una de sus grandes pasiones y un día se encontró grabando una pista para la película que tenían en mente. A partir de ese momento empezaron a grabar a nuevas bandas y la música de algunos amigos. “Sin darme cuenta estaba dirigiendo una compañía discográfica y en dos años, entre 1992 y 1993, publicamos alrededor de 10 discos de 10 grupos”, comenta.
Aquello no se quedó ahí, su interés particular por la electrónica le llevó, en 1994, a fundar D1 Recordings. La cámara de fotos había quedado en la sombra de una manera tan rotunda que en 2002 fundó DEAF, el Festival de Artes Electrónicas de Dublín. “Funcionó muy bien, había baile improvisado, música dance y electrónica, vídeo y fotografía”. Pero a consecuencia de la crisis económica la cita dejó de recibir subvenciones y en 2009 se celebró su última edición. Fue entonces cuando volvió a coger la cámara de fotos.
Pregunta. ¿Qué le interesó capturar entonces?
Respuesta. Empecé captando lo que veía en mi propia calle. Los tres libros de fotografía callejera que publiqué, que es lo que se puede ver en la primera planta de la muestra, giran en torno a Dublín, un proyecto realizado en un radio de un kilómetro desde la puerta de mi casa. Me di cuenta de que seguía unos patrones: usaba en blanco y negro en un estilo clásico y documental. Mi referencia principal era el trabajo de los fotógrafos de los primeros años de la agencia Magnum.
P. ¿Había cambiado mucho el medio en esos 20 años?
R. A finales de los 80 el arte no abrazaba la fotografía pero mientras yo trabajaba en el mundo de la música sufrió grandes cambios de los que no me había dado cuenta. Publiqué el primer libro de fotografía callejera aunque se había convertido en un mundo un poco sucio.
P. ¿Sucio?
R. Sí, no se tomaba tan en serio. Yo no salía con la intención de hacer algo diferente pero sí noté un patrón en mi trabajo. Esto fue así durante un par de meses hasta que publicamos I.
P. Ese primer libro, que forma parte de la llamada ‘trilogía de Dublín’, está protagonizado por gente mayor retratada por la espalda. ¿Fue algo premeditado?
R. No, no salía pensando en ello aunque esa serie reconozco que hay un patrón del que me di cuenta después porque al mismo tiempo estaba haciendo otro tipo de representaciones. Esta primera serie es la más singular en cuanto al acercamiento y el estilo. En la fotografía de calle no se puede preconcebir lo que se va a hacer: sales y te expones a lo que ocurra.
P. Estas imágenes hacen que el espectador sienta que está ahí con ellos. ¿Era esta su intención?
R. No tengo una intención específica pero es interesante ver las diferentes reacciones de la gente. Creo que son imágenes que podrían haber sido hechas en cualquier lugar y, en ese sentido, son universales.
P. Cuando publicó el primer volumen titulado I, Martin Parr dijo que era el mejor libro de fotografía de calle de la década. ¿Qué supuso esto?
R. Se vendió en cuestión de días y me dio alas para pensar en un segundo libro.
P. Al que tituló On y, por cierto, se abrió más al paisaje.
R. Me aconsejaron que esperase un tiempo para publicarlo pero quería hacerlo ya y se publicó tan solo 10 meses más tarde, en 2015. Me rondó la idea de hacer un libro al año. En cualquier caso, creo que la gente creyó que el segundo sería igual que el anterior pero en otra ciudad. Podría haber sido interesante pero no quería ser 'la persona que hace eso'.
P. Ya ha comentado que siempre ha tenido la sensación de que tenía que estar Dublín. ¿Qué es lo que le llevaba siempre de vuelta a casa?
R. He vivido en la misma zona de la ciudad durante 26 años y sigo sin sentirme parte de la comunidad. Es extraño porque me siento un outsider. Cuando me mudé era una de las pocas personas que vivía allí. Desde entonces ha habido dos o tres olas de inmigración y muchos han venido a esa calle. Cuando dejé la universidad fui a reproducir el mundo y, de pronto, aquel mundo vino allí. De modo que no se puede decir que estoy retratando a mi gente porque la calle cambia constantemente.
P. Dice que es fotógrafo porque no es escritor pero Samuel Beckett ha dejado un gran poso en usted. Cuéntenos sobre las referencias al escritor irlandés en los títulos de sus tres primeros libros.
R. El primero, I, es una clara referencia a su obra teatral Not I. Para el segundo se convirtió en una marca. On tiene que ver con una de mis novelas favoritas en la que escribe “You must go on. I can't go on. I'll go on”. Y, aunque muchos creen que el tercero, End, tiene que ver con End Game, lo cierto es que queríamos hacer un juego de palabras con un árbol [tree en inglés] pero no funcionaba. Era el final de la trilogía y coincidió con la invitación para exponer en Los encuentros de Arlés, en Francia. En la muestra quise incluir la música de David Donohoe y las ilustraciones de Niall Sweeney. Nos dimos cuenta de que END también coincidía con las iniciales de nuestros nombres: Eamonn, Niall, David. Así que abordamos el libro y lo titulamos así.
P. ¿De modo que el final de la trilogía se convirtió en un nuevo comienzo?
R. Yo lo sentí así y es como empecé a trabajar en un proyecto tan diferente como K.
Doyle siempre quiso captar la costa oeste de Irlanda, uno de sus lugares favoritos en el mundo. Cuando se plantó allí con su cámara se quedó un tanto frío porque “¡no había nadie!”, exclama. Empezó a capturar rocas y piedras mientras rumiaba la posibilidad de llevar a gente para que posara. “Al mismo tiempo estaba pensando en una serie de documentales que hizo Bob Quinn y en su libro The Atlantean Irish en el que establecía algunas relaciones entre esta costa irlandesa, la Península Ibérica y el norte de África. Los historiadores no tuvieron en cuenta esa teoría porque no encajaba con el origen de los irlandeses”, explica el fotógrafo.
Con eso como telón de fondo se reunió con un pescador en un hotel y al aparcar el coche vio cómo pasaba una mujer que parecía flotar vestida con una túnica larga. Aquel pescador le invitó a ver la obra teatral que estaban representando en una de las habitaciones: Yeats y sus siete musas en la que aquella mujer las representaba a todas. Al día siguiente cogió su coche y condujo durante más de siete ahora hacia la isla de Valentia en busca de la pizarra que tanto le gustaba a su madre y con la que quería diseñar su lápida (acababa de morir tras cinco años de lucha contra el cáncer). Llegó a un altar dedicado a la Virgen María y aquello le recordó a la mujer de la noche anterior. La sucesión de imágenes, como una especie de epifanía, dieron pie a K, un proyecto íntimo y poético en el que se incluyen las cartas que su madre escribía a diario a su otro hijo, fallecido 17 años atrás.
De modo que en este proyecto une su costa favorita, su historia familiar y lo adereza con el keening, un tipo de cántico de lamento antiguo para los muertos que el músico Donohoe compuso para su exposición. “Se convirtió en una especie de meditación en torno al duelo no resuelto de mi madre”, considera Doyle. Poco después, la Fundación Mapfre le invitó a hacer algo en España. Pensó en capturar Madrid pero prefirió ir a Extremadura y continuar su serie K.
P. ¿Por qué decidió no disparar en Madrid?
R. Estando de viaje se fotografían cosas muy obvias que no sabes que lo son. No creo que necesite irme muy lejos, no me interesa lo exótico porque supongo que ya nada es exótico, todo es accesible. Desde K no he vuelto a fotografiar.