El Cultural

El Cultural

Arte

Los museos rompen moldes

En el Día Internacional de los Museos, los responsables de la Tate Modern, el Museo Reina Sofía, el MoMA, el Centre Pompidou, Pirelli Hangar Bicocca y MUAC imaginan nuevas maneras de contar a la espera de poder abrir de nuevo sus centros

18 mayo, 2020 06:52

¿Cómo serán los museos después del Covid-19? ¿Estarán los visitantes seguros en sus salas? ¿Se organizarán otro tipo de exposiciones? ¿Seguirá teniendo tanto peso lo digital? ¿De qué manera pueden apoyar ahora a los artistas? En el Día Internacional de los Museos, los responsables de la Tate Modern, el Museo Reina Sofía, el MoMA, el Centre Pompidou, Pirelli HangarBicocca y MUAC responden a estas preguntas a la espera de poder abrir de nuevo sus centros.

Con y por el público

Frances Morris. Tate Modern, Londres

El año pasado, la Tate Modern declaró la “emergencia climática y ecológica” subrayando que (todos) necesitamos llevar acabo una profunda transformación cultural, económica y social si queremos cumplir con los objetivos de la Agenda 2030 de Naciones Unidas. Lo que el Covid-19 está haciendo patente es que las cosas se pueden hacer de otra manera. Nos ha dado la seguridad necesaria para cuestionar lo establecido. Este es el inicio de la transformación del modelo de museo. No sólo tendremos que adaptarnos a esta “nueva normalidad” sino también a otras catástrofes inminentes como las medioambientales.

Las últimas tres décadas han sido un período de intenso crecimiento para centros de arte, mercado y público,y la conjunción de estos factores ha impulsado la explosión del fenómeno de los eventos (ferias internacionales, exposiciones blockbuster y bienales). Con el Covid-19 y siendo más conscientes de la enorme huella de carbono del mundo del arte, parece el momento adecuado para parar y reflexionar sobre por qué hacemos lo que hacemos, cómo valoramos y compartimos nuestras colecciones, cómo conectamos con nuestro público local y si el espacio social y cívico del museo es más importante que el mercado. Creo que en el futuro tendremos mucho más en cuenta cómo involucrar al público. Necesitamos repensar nuestra manera de “contar”.

La crisis nos ha dado la seguridad necesaria para cuestionar lo establecido. Es el inicio de la transformación del modelo de museo

El mundo entero está acelerando la innovación digital buscando trabajar de otra manera, forjando relaciones en remoto, rompiendo las jerarquías, reemplazando los vuelos de larga distancia por reuniones online sin jet lag, mejorando el equilibrio entre trabajo y vida. La comunicación pública de las instituciones es cada vez más ágil, atenta y personal, y eso es emocionante. Pero debo confesar que, aunque veo algunos trabajos interesantes, encuentro que lo “virtual” está congestionado e imagino que todo el mundo tiene ya ganas de conectarse a experiencias reales. Las nuevas herramientas digitales mejorarán, nos ayudarán a prepararnos, facilitarán nuestra respuesta a la experiencia directa del arte, pero no la reemplazarán.

El impacto en las creaciones artísticas será profundo. Ya lo dijo Theodor Adorno: escribir poesía después de Auschwitz es un acto de barbarie. También las guerras mundiales del pasado siglo dejaron una huella impactante en los artistas. El surrealismo y el expresionismo surgieron después de la Primera Guerra Mundial y la abstracción y el existencialismo después de la Segunda. Fueron, posiblemente, formas radicales de introspección provocadas por un profundo trauma. ¿Qué se considerará salvaje después del Covid-19?

Asistiremos también al efecto devastador de la frágil ecología de la comunidad artística. Los artistas sobreviven dentro de redes complejas de empleo, sobre todo los más jóvenes implicados en prácticas sociales. Aunque todo el sector cultural esté bajo una tensión colosal, es probable que veamos que la brecha entre el sector público y el privado crezca. El mercado del arte podrá recuperarse. Resistió en 2008 y puede volver a hacerlo ahora. Posiblemente se consolide la omnipresencia de las galerías multinacionales y no sobrevivan algunas más pequeñas e independientes que apoyan a artistas emergentes y a otros menos comerciales. Los museos y centros de arte públicos lo van a tener difícil para convencer a los gobiernos y a los filántropos de que favorezcan a la cultura en tiempos de crisis. Tendremos que trabajar no solo en sostenibilidad sino también en resiliencia y pertenencia: ¿Cómo continuar funcionando como instituciones cívicas relevantes y útiles? Los museos sirven para mirar el pasado, pero también son buenos lugares para pensar en el futuro.

Punto y aparte

Manuel Borja-Villel. Museo Reina Sofía, Madrid

La actual pandemia nos ha enfrentado a nuestra realidad. No está teniendo el mismo impacto en todos los estratos de la sociedad. Se ha insistido en las referencias bélicas, proclamando la existencia de un enemigo al que combatir. Mas no nos engañemos, no estamos en una guerra. No hay un adversario exterior, lo que ha fallado es el sistema. Nuestro mundo está enfermo. Ahora se trata de un virus microscópico, hace unos meses fueron los descomunales incendios de Australia y California, y antes la continua sucesión de sequías e inundaciones que han asolado una buena parte del planeta. La fragilidad del ser humano y los excesos ocasionados por un orden global basado en una razón instrumental y abstracta son hechos irrefutables. La creencia en una solución tecnológica y el progreso continuo ha dejado de ser válida.

Toda sociedad sana necesita aprender y soñar con otras existencias y formas de relación. El aprendizaje se produce siempre con los demás, a partir del placer del juego, y no desde la reclusión y el miedo.

Es primordial decidir si lo que queremos es rescatar un pasado que ya no funcionaba o imaginar un nuevo presente

Nada va a ser igual después de estos meses. Se diría que el Noli me tangere de las pinturas de Giotto o Correggio, por mencionar solo dos ejemplos, es el epígrafe perfecto para la época en que vivimos. Los que trabajamos en instituciones culturales tendremos que velar por la protección de nuestros profesionales, colaboradores y visitantes, ya sea limitando los aforos o intensificando las medidas higiénicas. Es evidente que la crisis del coronavirus afectará al sistema del arte. Un modelo cultural asentado en el éxito de público y en los grandes nombres tendrá que ser sustituido por una labor más anónima y colaborativa, en la que el cuidado y los afectos serán centrales. Habrá que reconstruir y volver a poner en marcha muchas cosas. De nosotros depende que sea en un sentido o en otro. La necesidad de idear y proyectar en escalas distintas va a ser a partir de ahora esencial, como lo serán el trabajo en red y la solidaridad. Viajaremos menos y compartiremos más. Con la disminución de los desplazamientos, deberemos aprender a vivir localmente, pero sin cerrarnos ni caer en nostalgias identitarias. Como nos recuerda Donna Haraway, nada está conectado a todo y, en cambio, todo está vinculado con algo. Ello afectará, sin duda, a los formatos expositivos, motivándonos a profundizar en nuestras respectivas colecciones y archivos. Me gustaría pensar que dejaremos de ser nómadas culturales para plantear un conocimiento localizado. En una reflexión reciente sobre la Bienal de Venecia, el historiador y activista Marco Baravalle nos proponía que, en lugar de visitar muestras, comenzásemos a habitarlas.

Durante un tiempo, que se nos antoja largo, los museos, las galerías y muchísimos artistas, productores y agentes culturales van a tener problemas para equilibrar presupuestos o para llegar a fin de mes. La elaboración de un plan de contingencia es ineludible, dado que la pandemia va a tener un efecto devastador sobre un tejido cultural que ya era muy frágil. No obstante, es primordial decidir si lo que queremos es rescatar un pasado que, como se ha demostrado, ya no funcionaba o imaginar un nuevo presente. Se deberán proponer medidas de carácter administrativo, como la agilización de una ley de contratación que es burocrática y garantista en exceso; y de naturaleza laboral, orientadas a terminar con la precariedad del sector, que, de no remediarse, puede resultar trágica. Habrá que impulsar y valorar el trabajo a largo plazo, concebido y desarrollado en un tiempo lento y reposado, alejado de la obsolescencia y el consumo rápido. Sin olvidarnos de que el patrimonio cultural no solo se conserva, sino que se construye. Lo que no hagamos para las generaciones futuras no existirá.

Un pulmón para la sociedad

Glenn D. Lowry. MoMA, Nueva York

He pensado mucho estos días en cómo será la vida después del Covid-19. ¿Seguiremos los museos organizando las mismas exposiciones y programas públicos que hemos hecho en esta última década, o necesitaremos cambiar radicalmente nuestro enfoque? ¿Cómo responderán los artistas a esta crisis, y qué necesitan y esperan del público y de los museos? ¿Querrán todavía nuestros visitantes el mismo tipo de experiencias de “alto contacto” o buscarán un museo “sin contacto”, un lugar por el que de ambular en un cuasi-aislamiento? ¿Continuaremos con los avances digitales que hemos conseguido en estas semanas o concentraremos nuestra energía en el espacio físico del museo? ¿Las severas limitaciones –tanto económicas como humanas– causadas por esta pandemia persistirán muchos años o las superaremos en cuanto haya una vacuna? Estas son las preguntas que me han tenido en vela tratando de entender cómo vamos a salir adelante en estos próximos meses y en los años siguientes.

Tendremos una mayor sensibilidad sobre cuáles son los gastos esenciales y la forma de servir a nuestros públicos

Le he dado muchas vueltas, debatiéndome entre que estos cambios provocados por la pandemia pueden ser radicales y duraderos, o que, siendo más optimista, tengan sólo un impacto a corto plazo. No sopeso todas estas posibilidades a la ligera. Sé que algunos museos no sobrevivirán y que otros se verán profundamente afectados y tardarán años en recuperarse. Sin embargo, cuando soy optimista, pienso que la mayoría conseguiremos superar esta crisis y seguir creciendo para servir al público. Cuando estamos en el centro de una catástrofe tendemos a pensar que la vida nunca volverá a la normalidad, pero aguantamos y nos recuperamos, aunque pueda llevar mucho tiempo. ¿Qué es lo que será diferente en los museos en los próximos cinco años? Tendremos una mayor sensibilidad sobre cuáles son los gastos verdaderamente esenciales y la forma de servir a nuestros públicos, en la manera de coleccionar, las exposiciones y montajes, los programas públicos, las iniciativas digitales, los viajes, la investigación y las publicaciones. Creo que habrá una disposición aún mayor a colaborar entre museos y a compartir recursos intelectuales y artísticos. Y se potenciarán los programas públicos para hacer frente a las desigualdades sociales que han quedado patentes con el impacto del Covid-19. Confío en que los museos se recuperarán y encontrarán nuevas formas de ofrecer programas imprescindibles a pesar del devastador efecto financiero del virus.

Lo global desde lo local

Bernard Blistène. Centre Pompidou, París

Si “volver a la normalidad” significa seguir como antes, me temo que no hemos aprendido nada de esta pandemia. No se trata solo del virus, sino de una crisis de nuestro sistema, que debe ser repensado con urgencia. Soy de los que creen, como ya dio a entender Nora Sternfeld en la última Documenta, que debemos “convivir con nuestros problemas”. Tenemos que seguir pensando en lo global pero actuar más desde lo local, aun arriesgándonos a perpetuar el modelo que impone el mercado de la globalización. Sin embargo, desconfío de cualquier repliegue y de sus motivaciones nacionalistas que esconden obviamente graves amenazas para las democracias. En cuanto a las colecciones, las del Centre Pompidou son una herramienta extraordinaria a la que hemos sacado mucho partido durante todos estos años, mediante pequeñas exposiciones que sitúan obras de nuestros fondos en contexto, y en las que la investigación académica tiene un papel cada vez más importante. Tan pronto como se declaró la pandemia, decidimos dedicar todo nuestro presupuesto de compras a apoyar a los artistas nacionales. La Asociación de Amigos del museo ha jugado un papel esencial y tenemos en trámite varias adquisiciones que ayudarán a profundizar en la escena artística francesa.

Con la declaración de la pandemia hemos dedicado todo nuestro presupuesto de adquisiciones a apoyar a los artistas franceses

Dice la artista Hito Steyerl, de quien inauguraremos exposición en febrero, que los museos son un lugar de encuentro de públicos diversos. Esta idea de ágora encaja muy bien con el Centre Pompidou, igual que casa muy bien con la idea de hospitalidad que Jacques Derrida evocó al final de su vida. Quizá sea demasiado mayor, o desconfiado, pero de manera natural estoy en contra de que lo digital pueda reemplazar a la visita. El museo es, en esencia, “una escuela de pensamiento sensible” e incluso si ahora, como todos, estamos fomentando los encuentros en internet, no puedo imaginar que estos reemplacen a las relaciones físicas que mantenemos con un trabajo. Como decía Marcel Duchamp “una obra de arte es una reunión”.

Todavía pendiente de cuándo volveremos a abrir y cómo, me gusta la idea de visitas con cita previa en pequeños grupos. Esa proximidad me recuerda a la época en la que daba conferencias. En esta nueva etapa, la colección tendrá un rol importante, pero también la investigación. Tendremos que redescubrir a artistas como Mierle Laderman-Ukeles, que ya en los años setenta combinó utopía y acción. Me interesa que las nuevas creaciones se vean afectadas por el presente pero no creo que el arte tenga que ilustrar las desgracias del mundo.

Exposiciones adaptadas

Vicente Todolí. Pirelli HangarBicocca, Milán

La función de los museos no va a cambiar pero sí los medios, al menos temporalmente, mientras dure la pandemia y no se encuentre una vacuna. Los centros que dependen de la taquilla vivirán una situación que será insostenible y muy diferente entre los de titularidad pública y privada. Las exposiciones de grandes presupuestos con cantidad de préstamos internacionales se van a ver afectadas, y no sólo por los costes y la disminución de ingresos (menos visitantes) sino por la propia seguridad del personal que muchas veces acompaña a las obras. Aunque habrá más restricciones, no tiene por qué haber menos actividad expositiva, la necesidad debería agudizar el ingenio y pensarse otro tipo de proyectos que no precisen de un transporte físico y que se produzcan in situ. También entran dentro de esta categoría las exposiciones de vídeo y medios digitales y algunas instalaciones. Pero tendrán también que adaptarse, pues no podremos, por ejemplo, compartir los auriculares ni sentarnos juntos a ver una proyección. Habrá que buscar soluciones que combinen el disfrute de la obra con la seguridad del visitante, eso será lo primero. Las visitas serán más solitarias, la experiencia estética no disminuirá –más bien al contrario– pero la social prácticamente desaparecerá. Otro aspecto lógico sería que las exposiciones tengan una duración mayor para darla oportunidad de que sean vistas por más gente. No sólo habrá menos visitas por la reducción de aforo, sino porque los viajes van a tardar más tiempo en recuperarse.

La seguridad del público será lo primero. Las visitas serán más solitarias, pero la experiencia estética no disminuirá

Las herramientas digitales son nuestros cómplices. Durante el confinamiento hice una playlist para Pirelli HangarBicocca sin tener muy claro a quién podían interesarle mis gustos musicales. Le pensé con la misma lógica que una exposición, relacionándola con la programación pasada y con la situación presente. Tendremos que seguir trabajando con los artistas como hasta ahora, en exposiciones, producciones, adquisiciones y proyectos singulares. El arte y los artistas son el objetivo, los museos un instrumento. ¿Quién quiere un instrumento sin objetivo?

Centros para el debate

Cuauhtémoc Medina. MUAC, México DF

Hacer profecías es una mala costumbre, aunque en este caso sabemos que un cataclismo como el que vivimos acelerará los cambios. Los museos seremos un elemento clave del tejido de cualquier proyecto de civilización que quiera evitar la barbarie del suicidio social, tendremos que invertir en crear una ciudadanía con capacidad de juicio científico y habilidad de combinar razón y sensibilidad. Esto nos obligará a librarnos de los intereses de la política cultural del neoliberalismo: la presión para satisfacer a los consumidores en lugar de interactuar con un público inteligente, la gestión dominada por criterios comerciales y la pasividad ante gobernantes y patrones. Seremos, igual que las universidades, imprescindibles para albergar las preguntas y debates que constituirán el futuro. En 2020 y 2021 deberemos hacer exposiciones que tengan una audiencia mediana por motivos sanitarios. La depresión económica reducirá violentamente los proyectos de costos de transporte elevados y será la oportunidad de hacer exhibiciones políticamente afiladas, producir in situ con artistas visitantes y asumir que mucho del arte contemporáneo tiene una condición inmaterial. Con las colecciones habrá que evitar que sean un mecanismo de ahorro y seguir experimentando en articularlas dentro del programa troncal.

Los museos seremos clave para cualquier proyecto de civilización que quiera evitar el suicidio social

El creciente número de visitantes era, en nuestro caso, una oportunidad clave para que el arte contemporáneo se convirtiera en una cultura cotidiana de la población. En la emergencia, nuestras salidas digitales se han transformado en nuestro programa, rostro y voz. Y así debe continuar. Estamos también debatiendo la manera de apoyar a los artistas, un problema monstruoso porque la austeridad estatal va a extender la miseria en el sector. La mortalidad y cuarentena de estos meses encontrará un espacio de reflexión y luto en el arte.También se radicalizará la crítica a la condición del Capitaloceno o Antropoceno, y el cuestionamiento del peligro de extinción. Uno de los motivos por los que sigue siendo importante acompañar a la práctica cultural es que ésta suele desafiar nuestra predicción y hacer estallar la sorpresa.