“Todos los personajes de este libro son reales [...] –dice Patricio Fernández en el prólogo de Cuba. Viaje al fin de la revolución (Debate, 2019)–. Como escribir sobre alguien es, en parte, inventarlo, procuré dejar que hablaran por sí mismos”. La galería Casado Santapau toma prestado el método y el título de este ensayo para hablar de futuros que no llegaron, de utopías y de revoluciones. Los artistas lo hacen en primera persona, plasmando contextos que conocen bien, porque la mayoría de ellos, aunque viven en Madrid, proceden de Latinoamérica. Les unen dos cosas: la mirada que arrojan hacia sus países de origen, una mirada en la que la violencia y los efectos de la política están muy presentes, y el empleo del soporte fotográfico, al que se acercan de una manera generosa, estirándolo hacia superficies de aspecto pictórico, haciendo, incluso, guiños a lo instalativo.
Desde el principio, las imágenes de los veteranos de guerra de Santiago Sierra (Madrid, 1966) nos ponen en guardia. A tamaño real, en blanco y negro, y apoyados en tres esquinas de la sala muestran a militares reales castigados de cara a la pared. Causan en este montaje menos inquietud que cuando la galería Helga de Alvear mostró a 25 de ellos en un gran friso, pero la historia es la misma: no sabemos si son víctimas o ejecutores, nos dan la espalda del mismo modo que nosotros se la damos a la realidad bélica de nuestro tiempo. No son el único ejemplo de violencia y muerte, motivos recurrentes en el trabajo de Teresa Margolles (Cualiacán, 1963), atenta siempre a las zonas de conflicto de su México natal. Si a la pasada Bienal de Venecia se llevó, literalmente, un trozo de muro de un colegio de Ciudad Juárez, testigo de una de tantas escenas del crimen organizado, aquí rememora el ataque racista del verano pasado en El Paso (Texas). Las obras respiran muerte sin retratarla explícitamente, por ejemplo, con un bodegón de cartuchos colorados sobre fondo negro, los mismos que se utilizaron en la matanza, con los que subraya el fácil acceso a las armas en Estados Unidos y su módico precio (incluye el ticket de compra de la munición: 5,93 dólares).
¿Qué espacio dejan las ideas comprometidas a la formalización plásticas? En esta exposición, mucho
La idea de proyectos fracasados se asoma en los proyectos restantes. De Alexander Apóstol (Venezuela, 1969) hay cuatro ejemplos de su serie Partidos políticos desaparecidos (2018). Son fotografías de pinturas con los colores de los logos, casi a modo de señales, de formaciones venezolanas que ya no existen. La ausencia sobrevuela también las obras de Patrick Hamilton (Lovaina, 1974) y Carlos Garaicoa (La Habana, 1967) que toman la arquitectura como cuerpo de muchas de sus denuncias. Garaicoa dialoga continuamente en su trabajo con el espacio urbano, utilizando a las ciudades, y a La Habana en particular, como principal laboratorio. La fuerza de sus trabajos iniciales –uno de ellos se muestra ahora en la vecina galería Elba Benítez– continúa en esta serie reciente en la que transfiere a puzles fotografías de espacios en ruinas, superponiendo una nueva capa al mensaje: todo se desmorona, sí, pero se puede reconstruir.
En el polo opuesto Patrick Hamilton profundiza en la “revolución neoliberal” de Chile, en las medidas económicas adoptadas en los años de Pinochet y en cómo afectaron al paisaje urbano. Empapela cuidadosamente dos altos rascacielos con vinilo de mármol, creando foto-collages manuales. Tanto estas como el resto de piezas responden con firmeza a una pregunta recurrente: ¿Qué espacio dejan las ideas comprometidas a la formalización plástica? En este caso, mucho.