El arte público, tanto su concepto como sus realizaciones, está en discusión desde los años 80 del siglo pasado. Ya entonces empezó a ponerse en cuestión qué mensaje trasmitían las obras de arte en una ciudad y qué objetivos buscaban. Las estatuas de personajes ilustres ¿representaban a quienes pasaban diariamente ante ellos, camino del trabajo? Los murales decorativos ¿aumentaban el precio del suelo de su barrio? Un uso preciso del término debería distinguir entre arte público y arte en lugares públicos, que no siempre coinciden. El primero entronca directamente con esa reivindicación que tan viva está hoy en España, de lo público como aquello que nos atañe a todos y de lo que somos responsables. La colectividad frente a la individualidad, podríamos decir. Por otro lado, la aportación más específicamente española al “arte en lugares públicos”, que no escultura pública, es el Rotondismo, del que todos conocemos ejemplos inolvidables. Esta explicación un tanto profesoral era necesaria para entender mejor la obra de Borondo, que es un ejemplo excelente de escultura pública en el sentido más preciso del término.
'Insurrecta' es un trampantojo visual e histórico con ecos pompeyanos, goyescos... hecho para la contemplación colectiva
Su creación, titulada Insurrecta, conmemora el levantamiento de la nobleza de las dos Castillas contra el poder de la corona. Una corona recién colocada sobre las sienes de Carlos I, un joven de 16 años, nacido en Holanda, que apenas hablaba español y que recorrió la península reuniendo fondos para su proyecto imperial. La revuelta comunera, aunque no fue una revolución burguesa ni campesina, contó con ingredientes de ambas y, en nuestro historial de obediencia, representa uno de los pocos desafíos consistentes al poder establecido. Así lo entendieron sucesivas generaciones de liberales. El hecho es que, tras múltiples enfrentamientos de sus líderes, el levantamiento fue sofocado a sangre y fuego. La revuelta, que prendió en Toledo y Segovia, fue aplastada militarmente el 23 de abril de 1521, en Villalar, donde al día siguiente fueron decapitados sus cabecillas, Juan de Padilla, Juan Bravo y Francisco Maldonado. En 1983, ante la simpatía popular por la gesta, la recién creada Comunidad de Castilla y León, convirtió ese día en su fiesta oficial.
No me parece fácil tratar artísticamente un asunto como éste, teñido de nostalgia localista y contradictoriamente asimilado por un estado monárquico. Creo que su buena resolución se debe, entre otras razones, a que su autor es muy joven y ha pasado los últimos diez años fuera de España, es decir, que es ajeno precisamente a estas cargas. Esa distancia le ha permitido situar este episodio en el horizonte de la subversión del poder establecido, sea éste el que sea, y ampliar la simbología hasta que abarque cualquier aspiración del ser humano.
Del mismo modo que Goya utilizó el grabado para difundir sus Desastres de la guerra, Gonzalo Borondo (Valladolid, 1989) ha elegido la valla publicitaria. Así, ha intervenido en 23 postes, situados en la periferia de la ciudad de Segovia, explorando con ingenio sus distintas posibilidades. El modelo inicial ha sido generalmente un monotipo (un grabado del que sólo se realiza una impresión), cuya ampliación ha sido impresa en lona y retocado gráficamente por el artista. Pero, además, ha abierto en ella huecos, la ha combinado con paneles microperforados y vinilos reflectantes o ha ampliado su superficie con estructuras metálicas. En la imagen inicial también ha recurrido a la cianotipia y el fotomontaje. Esa variedad de recursos, que complejizan la visión, son un contrapunto de la hipervisibilidad y el esquematismo de la publicidad habitual de estos soportes. Las escenas no son tampoco obvias: las figuras de los comuneros se han trasmutado en animales (toro, perro y caballo) que, si bien han sido domesticados por el hombre, no han perdido su instinto. En ocasiones, un grupo de vallas representa el campo que está tras los edificios que le ocultan, en un ejercicio de recuperación del paisaje borrado por la urbanización. Hay mucho de trampantojo visual e histórico en Insurrecta. Hay también ecos expresionistas, pompeyanos, goyescos… Y también un sabor de arte antiguo, hecho para la contemplación colectiva, de dimensiones y materiales que requieren el trabajo de varios oficios (dos de las vallas están realizadas al alimón con el artista chino An Wei).
La idea (encargo del Ayuntamiento de Segovia), de una exposición al aire libre es estupenda, en una ciudad cargada de historia y en los tiempos de la “distancia social”. Se ha realizado un esfuerzo de información: cada valla lleva al pie una explicación (alguna remite a una animación en el móvil) y se ha editado un precioso plano, una obra en sí mismo. Los textos explicativos (más sugerentes que didácticos) han estado a cargo del dramaturgo Carlos Rod. Espero que el automovilista que llegue a Segovia y se encuentre con una de estas vallas tenga luego la ocasión o la curiosidad de buscar el hilo de este relato, que puede pecar de enigmático.
Pocas veces tiene el crítico la ocasión de presentar a un artista desconocido (en su país) que destaca en el panorama de su generación tanto por sus capacidades plásticas como por su modo de hacer (recorrer los proyectos de su página web es sorprendente). Este es uno de esos casos.