Esta pandemia ha demostrado que lo que ocurre a 8.000 kilómetros nos afecta, y mucho; que las exposiciones –mal que bien– se pueden adivinar a través de una pantalla y que, con el teletrabajo, los proyectos salen adelante. La vida sigue, aunque las cifras de infectados en España sean hoy menos alentadoras que hace dos meses, y con septiembre llega la inauguración de la nueva temporada. Con los museos hambrientos de visitantes, fechas y exposiciones bailando y el susto en el cuerpo, el pistoletazo de salida lo dan, como cada año, las galerías de Madrid, que lucen ya sus mejores galas. La programación es eminentemente nacional, con un nivel general bueno en el que no eclipsan los nombres estelares, a excepción de Isaac Julien en la galería Helga de Alvear. Es una Apertura diferente, ajena al ruido y al regocijo social que siempre la acompañan, con más tiempo de actividades para el público general (hasta el 26 de septiembre) y que apuesta como puede por lo digital con visitas virtuales desde la web de Arte Madrid. La expectación de los galeristas es grande, aunque algunos de ellos confiesen que hace mucho tiempo que venden a los coleccionistas a golpe de envío de pdf y, sobre todo, en ferias lejos de nuestras fronteras.
El impecable vídeo de Cristina Lucas muestra un entorno abrumador marcado por la emergencia climática
Este nuevo vals comienza con varios cambios de pareja. Cristina Lucas se estrena con individual en la galería Albarrán Bourdais, Gabriela Bettini en Sabrina Amrani y Nico Munuera en Moisés Pérez de Albéniz. Predominan los nombres nacionales, decíamos, y hay una espina dorsal que cruza muchas de las propuestas: una preocupación desde distintos acercamientos –películas de factura cinematográfica, pinturas hiperrealistas o abstractas– por el medioambiente. Una de las más atractivas es la de Cristina Lucas (Jaén, 1973) que, atenta siempre a las cuestiones candentes de la actualidad, ha trabajado por primera vez sobre el cambio climático.
Desde el Polo Norte
El nervio central de Subjects in mirror are closer than they appear, la propuesta de Lucas en Albarrán Bourdais, es El pueblo que falta, un vídeo que plantea en ocho minutos la necesidad de revisar con urgencia nuestra manera de estar y de relacionarlos con el planeta. Lo hace desde un entorno abrumador, el archipiélago de Svalbard, en el Polo Norte, donde las cicatrices de la emergencia climática –el deshielo y la explotación de los recursos– son cada vez más visibles. Nos guía por esta sucesión de fotogramas de impecable factura –en los que vemos ballenas, explotaciones de carbón, montañas nevadas y bellísimas imágenes aéreas– una voz femenina que recita un poema construido con retazos de citas de grandes pensadores.
La labor de ensamblaje de todas estas palabras es asombrosa, la artista consigue que tengan sentido y un mensaje conjunto rotundo: la acción descuidada del hombre nos está conduciendo a una inevitable extinción.Además del audio, todos estos lemas prestados se inscriben literalmente sobre el paisaje helado, las montañas y la piel de las ballenas, conformando un llamamiento –como reza el título de la pieza (una cita de Paul Klee)– a una comunidad comprometida que todavía está por llegar.
El vídeo está acompañado por un conjunto de composiciones abstractas hechas con los materiales que componen nuestro cuerpo, algunos de ellos pigmentos comercializados como el grafito (que es carbón) o el azul de manganeso. El mensaje sigue siendo el mismo: si estamos hechos de los mismos elementos que la Tierra y lo que le ocurre a uno le afecta al otro, ¿por qué no cuidarlo? “Nosotros somos el medioambiente”, dice la voz en off del vídeo, tomando prestadas las palabras de Istvan Kenyeres.
A menos de 200 metros de la exposición, el colombiano Edwin Monsalve (Medellín, 1984), con un trabajo que mira hacia la botánica, la representación del paisaje y la explotación de los recursos naturales en su país, utiliza como materia prima también los propios minerales de los que habla en su obra. Así, por ejemplo, evoca con carbón mineral y pan de cobre sobre lienzo el desastre natural que supuso el vertido de petróleo que pintó el río Putumayo de negro. Sus piezas tienen mucha cocina y un laborioso proceso de creación. En Topofilia, ahora en la galería Fernando Pradilla, utiliza pan de plata, de oro, de cobre y carbón mineral, mientras que otras veces ha dibujado plantas con petróleo. En la pieza de mayor volumen del conjunto echa mano de este mismo compuesto para construir varios cubos de metacrilato negro en los que nos vemos reflejados. Apoyados sobre pallets dorados, nos devuelven una imagen distorsionada.
Reflejos distorsionados
La naturaleza se convierte en un espejo involuntario del hombre pero, ¿cómo representarla? Si Edwin Monsalve acude a la simplificación de formas con esta estética minimalista, autores como Javier Vallhonrat (Madrid, 1953) se apoyan en la documentación exhaustiva de un mismo lugar. Lleva más de una década registrando con su cámara el deshielo del glaciar del Pico de la Maladeta, en los Pirineos, transformando su tienda de campaña en una cámara oscura. El resultado –fotografías, vídeos y dibujos hechos con los pedazos de hielo que se desprenden del glaciar– se vio, en su mayoría, en la muestra que PhotoEspaña le dedicó en el Jardín Botánico el año pasado. Vuelve de nuevo La sombra incisa (Sondeo interrumpido de una divisoria móvil) 2016-2018 desdoblada ahora en los tres espacios de la galería Aural en Madrid, Alicante y Valencia.
Edwin Monsalve recuerda con carbón y pan de cobre el vertido de petróleo que pintó el río Putumayo de negro
Otros artistas, como Gabriela Bettini (Madrid, 1977), recurren a la propia historia de la pintura y su manera de representar la naturaleza. Se detiene Bettini en Topografía del borrado (en la galería Sabrina Amrani) en el papel que esta jugó en las expediciones científicas del siglo XIX proyectando una imagen sublime y exótica. Se inspira en los dioramas de los museos de historia natural, esos dispositivos en los que se encapsulaba un pedazo del planeta con paisajes pintados, animales disecados y plantas artificiales que alimentaban la idea de que la naturaleza estaba al servicio del hombre.
El montaje de la exposición renuncia a la bidimensionalidad de la pintura colgando las telas sobre bastidores en cuña. Elimina las representaciones de los animales y de las plantas y se centra en las pinturas que hacían de telón de fondo de estos dioramas. Entre todos ellos, el políptico Olympic Forest muestra la trastienda del taller en el que se hacían los árboles. Se utilizaban troncos reales de los que se sacaban los moldes de las esculturas finales. El resto de piezas representan paisajes inacabados, montañas nevadas entre neblina, lagos rodeados de frondosos bosques… Acentúa la artista el artificio dejando a la vista parte del proceso: el lienzo que el copista sitúa frente al paisaje, la montaña a medio pintar.
Las ideas eco-feministas de Donna Haraway del ser humano como un elemento más de la Tierra, se llevan al límite en la exposición de Eugenio Ampudia La razón es una planta (una frase tomada prestada del filósofo Emmanuele Coccia, que pone en el centro de nuestro universo a las plantas). Cuestiona en la galería Max Estrella la idea de antropocentrismo, reelaborando con vídeos, instalaciones y fotografías el sonado Concierto para el Bioceno que promovió el artista en el Liceo de Barcelona recién terminado el confinamiento. Comienza con imágenes de un patio de butacas vacío que se va llenando poco a poco de espectadores… vegetales. En la platea un cuarteto de cuerda entona con tristeza el Crisantemi de Puccini mientras la cámara se va recreando en los pequeños detalles de las hojas. Alude a la noción de público en un momento en el que la experiencia directa había sido suplantada por la digital, pero también a la situación de emergencia climática. Un vídeo bellísimo y delicado que termina con esta silenciosa audiencia de 2.292 plantas aplaudiendo a los intérpretes con el movimiento de sus ramas.
El montaje está envuelto en una atmósfera instalativo-teatral: al vídeo llegamos a través de una alfombra roja que termina en una butaca auténtica del Liceo en la que descansa una planta con su maceta. A su alrededor, reptan cinco esculturas cinéticas –A Glorious Accident– que van ocupando con calma el espacio según los estímulos externos. Tienen resonancias de las primeras formas de vida y nos hacen plantearnos la manera en que nos relacionamos con el resto de especies.
Pintura para respirar
Gabriela Bettini acude a las pinturas de las expediciones del XIX y su manera de representar la naturaleza
Nico Munuera (Lorca, 1974) crea un universo en cada uno de sus lienzos. Habla de la pintura como ascenso a una montaña, un lugar aislado que queda delimitado por el propio soporte y por el espacio del estudio. Cuida muchos los materiales y superficies con las que trabaja y deja alaluz parte de su proceso. En sus nuevas pinturas, las formas abstractas surgen de la acumulación de capas de acrílico y de perfiles diluidos. Se enredan en las paredes de la galería Moisés Pérez de Albéniz como plantas en una exposición-jardín titulada Shima / de musgos y arenas. Es la excusa para hablar de un entorno acotado –Shima quiere decir isla– donde poder parar a mirar en silencio, “un encuentro interior con una naturaleza que va más allá de las formas exteriores. Una naturaleza a la que pertenecemos y donde la pintura puede ser una vía de conocimiento profundo e intuitivo que nos acerque a un origen común olvidado”.
Ese silencio acompaña también a Caterina Botelho (Lisboa, 1981) en sus derivas por las afueras de la ciudad de Barcelona. Allí tropieza con materiales de desecho, inspiración de tantas obras que hablan de lo cotidiano y de lo que nuestra sociedad de consumo desprecia y termina en solares y en el fondo de los océanos. En Qualquer coisa de intermédio, en la galería Silvestre, el césped crece sobre alfombras abandonadas y los árboles se abren camino entre las grietas de los muros. Con todas estas fotografías de abrumadora sencillez Botelho nos recuerda esa realidad que muchas veces no queremos ver. Son presencias invisibles, reflejos de un presente que todos estos artistas ponen ante nuestros ojos.