"La mujer fue una invitada de segunda en el sistema artístico"
El Museo del Prado inaugura una exposición de 130 obras que indaga en la situación de la mujer en el sistema del arte español en los siglos XIX y principios del XX
6 octubre, 2020 08:51“Invitadas es una revisión crítica sobre la imagen y la consideración de la mujer en el mundo del arte y, en concreto, en el sistema artístico español durante el siglo XIX. No se trata de una exposición de mujeres artistas ni de un análisis del arquetipo de la mujer en la pintura española”. Así define Carlos G. Navarro Invitadas. Fragmentos sobre mujeres, ideología y artes plásticas en España (1833-1931), una de las exposiciones más esperadas de la temporada y no exenta de polémica. El recorrido por las 130 obras seleccionadas, que ocupan las salas A y B del Museo del Prado y que se podrá ver hasta el próximo 14 de marzo, se divide en dos ámbitos: por un lado se muestra a la mujer como sujeto pasivo y objeto de inspiración y, por el otro, como sujeto activo del sistema artístico. “Esa es la razón del título, en ningún caso es lo que el museo opina si no lo que el siglo XIX nos ha dejado en los almacenes como representación de la mujer”, justifica el comisario.
Durante esta época la mujer fue vista como modelo y musa, como ángel del hogar y femme fatale pero en muy pocas ocasiones como artista. Por ello, el Museo del Prado dedica una primera parte de la temporal a “mostrar los aspectos doctrinarios que adoptaron los artistas para satisfacer el discurso del estado, encargado de las adquisiciones, compras, encargos y de otorgar premios”. En el segundo tramo de la exposición se aborda “la carrera artística de las mujeres, que estuvo determinada por el pensamiento de la época”. Aquí encontramos las obras de artistas que van desde Rosario Weiss a Elena Brockmann.
Las mujeres artistas, “invitadas de segunda en el sistema artístico”, tuvieron que adaptarse al “molde patriarcal” de la época. “Esta revisión nos permite ver obras que muestran a niñas educadas en desigualdad respecto a los niños”. Ellos podían estudiar matemáticas o álgebra, ellas labores como la costura. En realidad, vemos cómo la mujer era codificada con “alegorías de vicios como la pereza o la soberbia. Abundan también las imágenes de brujería y chamanismo, un papel otorgado a la mujer que contrasta frente a la imagen de sabios y científicos que se quería promover de los hombres”, añade Carlos G. Navarro.
Entre los temas que quedan reflejados en la exposición encontramos la maternidad, con imágenes como esa mujer deja a su bebé con su marido para amamantar al niño de una familia adinerada. También el desnudo: “el único desnudo masculino fue sancionado por la crítica y contrasta con la violencia relacionada con los femeninos”, señala el comisario. Se pone el acento “en la aceptación de la violencia cotidiana de una mujer desnuda y vemos modelos que lloran porque no quieren posar en el atelier”. La esclavitud, el maltrato directo, la mujer fragmentada o la imagen de niñas sexualizadas “fueron aceptadas, compradas y premiadas por un gobierno conservador que solo valoró la calidad artística de las piezas”.
Frente a esto “encontramos artistas que no aceptaron ese relato de la mujer que el estado quería mostrar y asumieron el rechazo de su obra”. Algunas de ellas abordaron los desnudos desde otra perspectiva aunque quedaron relegadas a pintar miniaturas y bodegones, a ser maestras de dibujo y copistas, lo que se convirtió en una de sus actividades esenciales. Uno de los ámbitos en el que pudieron desenvolverse con libertad fue en la fotografía, considerada entonces como una disciplina menor. Por eso, desde la década de 1840 un número apreciable de ellas se consagró a la realización de retratos al daguerrotipo.
Sin embargo, en los últimos coletazos del siglo XIX las mujeres empezaron a tener una mayor presencia en los certámenes públicos. Parte de la crítica comenzaba a valorar sus obras por su calidad aunque en ocasiones solo era una apariencia pues se podían leer comentarios como que Elena Brockmann pintaba “como un hombre” o que Antonia Bañuelos era “el mejor pintor de su sexo”. Otras artistas como Helena Sorolla gozó de mayor libertad mientras otras como Aurelia Navarro sucumbieron a la presión social.
En definitiva, una doble exposición que, por un lado, “viaja al epicentro de la misoginia del siglo XIX” y, por el otro, visibiliza a las mujeres que se dedicaron al arte a pesar de las dificultades.