En 1514 el Papa León X le pide a Rafael una serie de tapices para completar la decoración de la Capilla Sixtina. Para 1515 el artista había acabado los diseños y envía los cartones a Bruselas. Cuatro años más tarde, en 1519, llegan los siete primeros paños a Roma y en 1520 aterrizan los tres restantes. La impresión que causó la serie princeps (la original realizada en la manufactura de Pieter van Aelst) fue tan grande que todos los grandes monarcas de la época, como Francisco I de Francia o Enrique VIII de Inglaterra, encargaron su propia edición. Sin embargo, la primera fue quemada durante la Revolución francesa y la segunda destruida en el bombardeo de Berlín de 1945. En esta serie de 9 piezas, en la que Rafael plasmó los primeros tiempos de la cristiandad, vemos diversos pasajes de la Biblia protagonizados por San Pedro, el vicario de Cristo, y San Pablo, el apóstol de los gentiles.
En paralelo, a Miguel Ángel se le había pedido pintar la bóveda de la Capilla Sixtina mientras que las paredes ya estaban pintadas al fresco bajo la petición de anteriores papas. La zona baja quedaba a la espera de recibir una serie de obras que estuviera a la altura. “León X sabía que la tapicería tenía un valor casi superior a la pintura y consideró que el complemento final debía ser una tapicería dedicada a los apóstoles. De modo que casi tenemos la Biblia completa en la Capilla Sixtina”, recuerda Concha Herrero, comisaria de Rafael en Palacio. Los tapices de Felipe II, exposición que muestra las nueve piezas que componen Los Hechos de los Apóstoles en el Palacio Real de Madrid. Estos tapices, usados en ceremonias de manera individual, se exponen en su conjunto por primera vez y brinda la oportunidad de leer las escenas que se representan en cada uno de ellos.
“Rafael puso un empeño muy especial en este trabajo porque tenía que competir no solo con las pinturas murales de los artistas del quattrocento, sino también soportar las comparaciones con Miguel Ángel”, comenta Carmen García Frías, conservadora de pintura y experta en Rafael de Patrimonio Nacional. Mucho se ha hablado de la rivalidad entre ambos pero García Frías considera que esta competencia no era tan espectacular “como ha querido reflejar la historiografía". Es conocido que Miguel Ángel era de trato difícil, al contrario que Rafael, "que era un asimilador de tendencias, un artista muy moderno que siempre tuvo un taller con discípulos de los que también aprendía”.
Pero, ¿cómo llega esta edición a España? La fecha aproximada oscila entre 1549 y 1555 durante un viaje que Felipe II hizo a Flandes cuando se iba a casar con María Tudor. En la Lonja de los Tapiceros de Amberes el monarca compró la serie manufacturada en el taller de Jan van Tieghem y la embarca rumbo a nuestro país destinada a “un uso litúrgico y ceremonial en el Alcázar de Madrid”. Esta versión, claro, tiene diferencias respecto a la primera. Si bien la del Vaticano está tejida con hilo metálico, la que nos encontramos en el Palacio Real de Madrid es de seda y lana. “Utilizaron colorantes sólidos para que no se decolorase con el paso del tiempo. Los colores han perdido 3 o 4 tonos respecto al reverso, no respecto a lo que se vio al salir de los telares”, comenta Herrero. "En el arte de los tapices -continúa- el cromatismo es fundamental pues estas grandes piezas se hacían para ser expuestas en el exterior".
Cuatro escenas de san Pedro
Los Hechos de los Apóstoles consta de dos ciclos narrativos: el dedicado a san Pedro, conocido como ciclo petrino, y otro que narra la misión de san Pablo como apóstol de los gentiles o el ciclo paulino. Los dos primeros tapices, inspirados en textos evangélicos, son La pesca milagrosa, un pasaje en el que Cristo le explica a san Pedro dónde tienen que echar la red para tener una pesca abundante, y La misión de san Pedro o Apacienta mis ovejas, una escena en la que Cristo le entrega las llaves del reino de los cielos. A ellos se suman La curación del paralítico, pasaje en el que vemos cómo san Pedro cura a un enfermo en un escenario de columnas salomónicas con una tarima con clavos, “un ambiente que muestra la pobreza de las primeras comunidades cristianas”, añade Concha Herrero.
La última escena dedicada a san Pedro es La muerte de Ananías, una obra que representa el reparto de ganancias entre los necesitados. Sin embargo, “siempre hay alguien que quiere quedarse con el premio y san Pedro, que lee los corazones de la gente, descubre el engaño de Ananías y le castiga. Su mujer, Safira, a la que vemos contando el dinero, sería la siguiente en morir”, advierte la comisaria y experta en el artista.
La conversión de Saulo de Tarso en san Pablo
En realidad, dentro de esta serie de cinco tapices existen dos versiones ya que en los dos primeros vemos a Saulo de Tarso, el gran perseguidor de los cristianos. En la primera escena, La lapidación de san Esteban, aparece “joven y sin barba cuidando de los mantos de quienes van a realizar la lapidación”, indica. Se trata del “primer diácono que repartía los bienes y el primer mártir del cristianismo a la salida de Jerusalén, en el bosque de la lapidación”. En este tapiz vemos la secuencia entera, desde los cuerpos que se agachan a la tensión de los músculos en el momento del lanzamiento.
Le sigue La conversión de Saulo, un tapiz que lo representa saliendo de Jerusalén camino de Damasco para “acabar con las comunidades cristianas”. En la escena Saulo se cae del caballo y aparece Cristo para increparle semejante persecución. En esta pieza viste una coraza metálica que en la serie vaticana fue tejida con hilo de plata. “Eso le ha perjudicado mucho porque la plata se oxida y los tonos varían mucho. Los franceses la perdieron durante la Revolución francesa al ser quemada para sacar el hilo”, recuerda Herrero. La pieza que forma parte de los fondos de Patrimonio Nacional, sin embargo, guarda la belleza y los brillos metálicos realizados con seda en el taller de Jan van Tieghem y Frans Gheteels.
“Ahora mismo la mano del Señor caerá sobre ti y quedarás ciego”. Este es el pasaje al que se refiere la obra en la que Saulo se ha convertido a la nueva fe. “La figura de Elymas palmea en el aire, le ha dejado ciego de vista y de corazón por intentar apartar de la fe al procónsul Sergio Paulo”. A continuación el apóstol se rasga las vestiduras en San Pablo y san Bernabé en Lystra, en la que se recoge un momento durante su viaje por Asia Menor en el que despoja de sus muletas a un cojo de nacimiento. La multitud cree que son dioses del Olimpo y pretenden llevar a cabo un sacrificio de bueyes y carneros pero san Pablo, alegando que no es ningún Dios, pide el cese de la acción antes de que corra la sangre. Por último, llega a Grecia y predica en el Areópago de Atenas para convencer al mundo clásico de la nueva doctrina. Aquí, tras san Pablo vemos a León X y al bibliotecario Janus Lascaris, las dos mentes detrás de la programación iconográfica de esta monumental serie de tapices que hasta ahora ha estado en los almacenes del Palacio Real.
“Rafael no hizo más que esta serie pero sus alumnos aprendieron tanto que dio pie a que le encargaran otra sobre la vida de Cristo”, recuerda Concha Herrero. Sin embargo, el artista muere en 1520, el día de su cumpleaños, no sin antes haber marcado un antes y un después en el arte de la tapicería. Sus obras fueron admiradas por artistas de la talla de Rubens, pintor que en 1623 encontró los cartones del maestro abandonados en Génova y como diplomático de la corte inglesa pidió a Carlos I que los comprara (y que ahora se pueden ver en el Victoria and Albert londinense). Rafael, por tanto, “introdujo las premisas del Renacimiento en el tapiz, un arte en el que hasta entonces no había perspectiva, ni claridad, ni representación de los afectos, ni movimientos del alma, ni se veía el carácter de los personajes”. En definitiva, Rafael marcó un rumbo trascendental al crear un lenguaje que combinó las formas clásicas con contenidos cristianos.