Necesitamos buenas noticias. Y ¿qué mejor que una celebración? Para festejar los 50 años de trabajo que suman los galeristas Raquel Ponce (30) y José Robles (20), presentan un ciclo anual dedicado a los cuatro elementos. Y no es la única novedad: esta programación se anuncia como experiencia piloto de un giro radical en su definición de galería, como un lugar de encuentro (físico y virtual) entre artistas y comisarios para focalizar cuestiones cruciales del arte hoy.
El jovial título, ¡Tierra a la vista!, elegido por el comisario David Barro, da inicio a este programa dedicado a la naturaleza. La idea de “formas encontradas” reúne un mosaico con aproximaciones fragmentarias y performativas hacia expresiones paisajísticas y objetuales. Hablan de esa tierra sobre la que vivimos y que nos produce cada vez más extrañeza y extrañamiento. Una reflexión que se desprende de las vías elegidas por estos artistas: el recuerdo, la huella, el residuo, pero también la sorpresa de la paradoja y la afirmación salvaje del signo. Lo fluido sustenta y se alterna con la esperada solidez seca de la tierra.
Una exposición bien hilvanada, que juega con contrastes de medios, tamaños y texturas, en un montaje perfecto
Bien hilvanada, jugando con contrastes de medios, tamaños y texturas, en un montaje perfecto, el espacio se ha articulado en torno a tres grandes piezas. A estas alturas, no sabemos a dónde llegará Françoise Vanneraud (Nantes, 1984), formada en la Universidad Europea madrileña, pero cuya trayectoria ya cursa un itinerario internacional. En todo caso, sí podemos constatar a qué tierra de aventuras nos conduce el sendero dorado que surge de la cima de la montaña de ese rollo de tela que ha inventado para emular la infancia recuperada que nos reclama más que nunca. También las impresiones hápticas del jardín desplegado en cartulinas de la portuguesa Gabriela Albergaria (Vale de Cambra, 1965), cuyas notas repetitivas e interrumpidas evocan un jardín sereno. Este triángulo se completa con el importante díptico Natural exterior de Ricardo Calero (Villanueva del Arzobispo, Jaén, 1955), donde se combina fotografía y dibujo para contar la experiencia de trabajar en y con la naturaleza, dejando que sea el tiempo (la luz, la humedad, el movimiento de elementos botánicos y biológicos) quien actúe sobre los papeles, a modo de intervención en el terreno, que después se redescubren, registrando las huellas dejadas por hojas y piedras, como fiel archivero.
Una réplica ejemplar, bella y divertida, a ese peso de la duración y de la materia es la pieza ideada por la ceramista coruñesa Verónica Moar, que ha dejado unas piedras flotando en el agua para la eternidad. Aportación imprescindible en esta exposición, y no mera concesión a la moda de la inclusión de la cerámica en muestras de arte contemporáneo (que por algo será, quizás muy cercano a los presupuestos de esta propuesta), ya que la porcelana con la que trabaja está formada por cuarzo, feldespato y caolín, elementos fundamentales en la formación de la Tierra. Las imágenes no sólo más fluidas, también aéreas, las encontramos en las propuestas de Inês Teles (Évora, 1986), que trabaja con los pequeños residuos de su estudio, como reducto mínimo de la erosión terrena, para la base de disoluciones plasmadas en pinturas-objeto.
Pero este variado recorrido hubiera quedado en un abanico cromático demasiado uniforme sin el contrapunto de las telas salvajes de la gran Menchu Lamas (Vigo, 1954): es la primitiva necesidad humana de marcar con signos la faz de la tierra lo que esta pintora sigue reinventando desde hace décadas.