La definición del viaje como “un desplazamiento en el espacio caracterizado por el encuentro con el otro” es aplicable al ancestral nomadismo de los artistas, que han recorrido el planeta difundiendo interpretaciones de la realidad y experiencias estéticas… cultura material e inmaterial. Aún antes de poder hablar con propiedad de “viajes”, se producían contactos entre grupos en los que se transmitían técnicas e iconografías forjadoras de cohesión cultural: pensemos, por ejemplo, en la extensión de la destreza pictórica magdaleniense en el Cantábrico, los Pirineos y el Sur de Francia. En la Antigüedad, el crecimiento de los imperios obligó a los artistas a moverse para llevar la identidad visual (y política) de origen a los asentamientos, creando escuelas regionales y marcando, en el caso de Roma, el arte de muchos siglos por venir.
La Edad Media puso en circulación a numerosos maestros canteros, escultores, pintores u orfebres que iban de pueblo en ciudad, en las rutas de peregrinación, atravesando fronteras (Mateo anduvo por Francia) y afinando la construcción de templos o monasterios y la narración sagrada en imágenes, en esos auténticos “estilos internacionales” que fueron el románico y el gótico. Y, al mismo tiempo, iban y venían artesanos bizantinos o musulmanes, que enriquecían y ensanchaban la esfera estética.
Con el Renacimiento, los creadores empezaron a dirigirse hacia las fuentes de mecenazgo, las grandes cortes europeas, para ponerse al servicio de reyes y poderosos. De diferentes orígenes, colaboraban en programas ornamentales y se emulaban o se desafiaban, promoviendo las innovaciones. La concentración de grandes maestros y la generación de extraordinarias colecciones (a estudiar en directo, a menudo mediante la copia) estimularon el viaje de aprendizaje o de perfeccionamiento, con destino prioritario en Italia, donde los artistas entrarían en posesión de la herencia antigua de Roma. Esta ciudad sería después la meta del Grand Tour y solar de academias nacionales. No tenemos que mirar lejos para entender la trascendencia de esos viajes: el paso de El Greco por Venecia y la transferencia de sus ambiciones a España son paradigmáticos de esas dinámicas, y Velázquez nunca habría sido lo que fue sin su traslado a Madrid y sin sus estancias italianas (por aviso del muy viajero Rubens).
Hacer las américas
El viaje artístico se hizo trasatlántico cuando en los virreinatos y las colonias creció lo suficiente la demanda de obras de arte. Ha habido, desde entonces, artistas que marchan a hacer las Américas en busca de mejor vida (con menos competencia): españoles, italianos, flamencos, franceses, británicos…; no pocos de los grandes pintores estadounidenses llegaron de Europa, como, en el XIX, el inglés Thomas Cole o el alemán Albert Bierstadt. Y se hizo aventurero cuando se asoció en el siglo XVIII a las exploraciones científicas, que incluían a dibujantes para documentar paisajes y pueblos hasta entonces desconocidos: al encuentro no ya de la diferencia cultural sino del “otro” radical.
El paso de El Greco por Venecia es paradigmático y Velázquez nunca habría sido lo que fue sin susestancias italianas
En el siglo XIX los medios de transporte, el barco de vapor o el tren, sientan las bases de la industria turística y hacen que viajar sea, también para los artistas, más accesible. Los pintores no tienen ya motivaciones solo profesionales –formación, encargos, prestigio– sino que entienden, con los aires románticos, el viaje como un desarrollo espiritual, vital. Piensen en Friedrich. La naturaleza más pura (entran en los itinerarios geografías como los Alpes o el Lejano Oeste) y las tierras exóticas se convierten en anhelados destinos. Pero a efectos de esta historia de intercambios que sobrevolamos nos interesan más las mecas del arte y, en especial, París: la nueva Roma. El arte moderno tiene en esa ciudad su sede y quien no consiga ir allí a pasar hambre, como hizo la banda de Picasso, no tendrá las credenciales necesarias para decirse vanguardista. Es la bohemia, en la que la camaradería transnacional es el más sólido pilar. La sucesión de movimientos es resultado de felices encuentros y de dramáticas rivalidades. Son movimientos físicos también, muchas veces de ida y vuelta, que transportan formas de hacer y de pensar a los puntos de partida.
Colonias de artistas
En ocasiones, los creadores sintieron que necesitan huir de la ciudad, del frío, de la soledad… y buscaron paraísos compartidos en el Sur o en el medio rural. Las colonias de pintores, estables o de temporada, tuvieron una gran significación sobre todo en Francia. El Barbizon de Corot o Millet, el Arles de Gauguin y Van Gogh, el Giverny de Monet… Las vacaciones fueron también excusa para los encuentros; y en España, por ejemplo, los surrealistas se retroalimentaron en Cadaqués o en Tenerife.
Los movimientos se intensificaron en la segunda mitad del siglo XX, con nuevos focos de atracción. Nueva York, las bienales primero y las ferias después. El artista se hizo casi por definición nómada. Viajar es (era) no tanto una opción como una exigencia. Con algo de tiránico. Pero no hay casi nada nuevo. Viajan para formarse, ahora en las universidades (Erasmus), y para perfeccionarse en residencias internacionales; para tener trabajo (donde más se vende) y para estar donde hay que estar; para descubrir mundo; para encontrarse a sí mismos y para crecer en comunidad.