No es fácil construir un relato con cierto sentido a partir de proyectos de arte joven elegidos por convocatoria y, cada año, los comisarios de Generaciones, en la Casa Encendida, e Injuve, en la Sala Amadís, se exprimen la cabeza para conseguir armarlo. En esta nueva entrega, y ya van 21 de Generaciones y 35 de Injuve, las propuestas son de naturaleza diversa –mucho vídeo, instalación, escultura, textiles y documentación– pero en la mayoría de ellas sobrevuela una preocupación por el presente visto desde distintos prismas. Pienso además que esta ha sido una edición especialmente complicada, en lLa que, seguro, muchos de los proyectos se habrán visto forzosamente transformados por las circunstancias y la dificultad de producirlos según estaban planteados.
De la suma de los proyectos de ambas sedes saco las siguientes conclusiones: no hay pintura, predomina el arte comprometido y, a modo de coda, lo que más me interesa: hay un elemento líquido que atraviesa muchas de las obras: el agua. Generaciones ha cambiado de salas y se ha mudado a la planta de arriba, ganando en espacio y altura, con un montaje en el que las obras respiran más y mejor. Es una exposición colorida, plagada de materiales distintos, con un guiño a lo artesanal y a historias relacionadas con la biografía de sus autores. Destaca la línea del tiempo sobre la historia reciente de Chile de Simón Sepúlveda (Chile, 1989), en la que los hitos se transforman en obras de arte colectivas. También es interesante la instalación de Javier Bravo de Rueda (Perú, 1989) que combina cerámicas, textiles y metal con motivos de inspiración precolombina que hablan de su situación como migrante.
Sobrevuela en todas estas jóvenes propuestas una preocupación por el presente visto desde distintos prismas
Hay simpáticos desdoblamientos entre las dos convocatorias. Isabel Marcos (Madrid, 1986) participa como artista en Generación 2021 y escribe en el catálogo de Injuve. Su instalación es un proyecto de largo recorrido que explora la relación entre el agua y la arquitectura. El vídeo toma una planta potabilizadora de los Países Bajos como motivo central, que puede disfrutarse desde un lecho de gresite. Mientras que Lucía Bayón (Madrid, 1994) esculpe con un engrudo de pulpa textil y de papel al que llega empleando una máquina industrial (la Hollander). Con esas pulpas ya desecadas da forma a piezas, recipientes como pilas o barreños, que nos remiten a lo acuático. Las texturas y los matices cromáticos son sorprendentes y continúan en las paredes donde sitúa varias prendas vaqueras descosidas.
En Injuve, el diseño expositivo, claro y limpio, deja respirar a cada proyecto, algo que no es fácil en una subterránea Sala Amadís tomada este año por proyectos bidimensionales de corte documental. Alejandro Cabrera (Barcelona, 1989) recuerda con un vídeo la historia de un pueblo sumergido en un pantano. Jaime de Lorenzo (Madrid, 1995) ilustra con seis fotografías la explotación del petróleo en un pueblo de Albania y cómo esta industria está afectando al medioambiente y a la contaminación de las aguas colindantes. Y Aida Navarro Redón (Sagunto, 1989) y Leonor Martín Taibo (Madrid, 1989) hablan del agua como elemento de ocio a través de una película y un póster con varios frames sobre distintos parques acuáticos.
Son dos las propuestas más atractivas de la muestra, escultóricas ambas: Ángela Jiménez Durán (Madrid, 1996) embellece en Mangueras (2020) estos objetos cotidianos creando una cadencia con sus materiales –resina y colorante– que juega con las transparencias y las formas ondulantes. Lanza una pregunta en el texto del catálogo: “¿Alguna vez has pensado en todos los cables y túneles que hay en este edificio?” que parece responder con su trabajo Mercedes Pimiento (Sevilla, 1990). Esta última tiene en cuenta el espacio que habitamos y las infraestructuras ocultas –cañerías, cableado...– y crea en la exposición un gabinete de copias y moldes, positivos y negativos de cera, resinas, metal y parafina.