De 1980 a 1997 se organizó en Madrid el Salón de los 16 que pretendía mostrar una selección de los artistas que habían sobresalido en la temporada artística anterior. Este salón, que algunos recuerdan con nostalgia, ha cedido ahora su testigo a Panorama Madrid. Es una iniciativa de la directora de CentroCentro, Giulietta Speranza, que se convertirá en una cita anual en la que se muestren las exposiciones más destacadas de las galerías madrileñas en el curso precedente. Se ha pensado como una forma de apoyar al tejido galerístico de la ciudad, aunque hay otros modos más directos de hacerlo. Lo que esta exposición consigue, y este debería ser su principal objetivo, es acercar a otros públicos, no acostumbrados a visitar estos espacios, un resumen de las propuestas que podrían haber visto en ellos. Los asiduos a las galerías tendrán cierta sensación de déjà vu aunque seguro que se llevan sorpresas: alguna exposición que se quedó sin visitar y obras que, en este contexto, adquieren un nuevo sentido.
En esta ocasión, la selección la han realizado cinco profesionales vinculadas a medios de comunicación especializados. No hay un comisario, sino un arquitecto, Marcos Corrales, que ha hecho un trabajo excelente con ese espacio imposible que son las salas de CentroCentro. Entre las diez muestras elegidas, se encuentran las de figuras ya imprescindibles para la historia del arte como el surrealista Óscar Domínguez, con esas pinturas finales que mostró Guillermo de Osma. Es el caso también de los gráficos matemáticos con mucho de partituras de Elena Asins, en Elvira González; los vídeos de las performances y los dibujos de Ana Mendieta, en Nogueras Blanchard, y las esculturas textiles de Aurèlia Muñoz, una artista reivindicada por la galería José de la Mano.
La exposición consigue su principal objetivo: acercar un resumen de las propuestas de las galerías a otro público
Además se puede ver el vídeo de Cristina Lucas sobre el cambio climático, presentado en Albarrán Bourdais, en el que las imponentes imágenes polares van acompañadas por citas de pensadores que construyen un poema sobre la relación del hombre con la naturaleza. Al vídeo se suman dos pinturas realizadas, en una operación de alquimia, con los pigmentos formados por los elementos químicos que componen el cuerpo humano. Se han incluido también los gestos escultóricos de June Crespo, que se pensaron para Heinrich Ehrhardt, y que aquí adquieren otra dimensión: las tensiones entre las esculturas son menos obvias y la experimentación con las relaciones entre los materiales y sus texturas se subrayan. Tamara Arroyo, que expuso en Nieves Fernández, se apropia, fija y recontextualiza en sus obras objetos cotidianos que encontró en su deambular casual por el espacio urbano. Una estrategia que tiene mucho en común con la que utiliza la portuguesa Ana Santos, de The Goma, que desafía nuestra percepción al alterar las relaciones entre las piezas industriales de las que se adueña y los colores de la pintura con que los cubre.
Juan Luis Moraza, que colabora con Espacio Mínimo, enseña el último paso de su larga investigación sobre la idea de trabajo que se concreta en un grupo de esculturas hechas con herramientas que recuerdan al tripallium romano, una estructura que era utilizada para torturar a los reos y que está en la base de la etimología de la palabra trabajo, y sus billetes del Banco Internacional del Tiempo Laboral, en los que tiempo y dinero quedan equiparados. Por último, se recoge la videoinstalación de Isaac Julien sobre Lina Bo Bardi, mostrada en Helga de Alvear, que reclama el papel fundamental de esta arquitecta visionaria que rompió en sus edificios con las rígidas normas de la modernidad. Se trata, en suma, de una perspectiva plural y diversa de lo que sucedió en la escena galerística madrileña en ese año tan fuera de lo normal como fue 2020.