El legado cultural y material de otros pueblos y civilizaciones fue, para Picasso, un venero magmático de nuevas formas artísticas y de determinaciones inéditas a lo largo de su trayectoria creativa. Innumerables estudios y exposiciones han indagado en esa cuestión relativa al proteico creador malagueño, hasta casi agotar el examen del haz de apropiaciones y configuraciones que desplegó a partir de herencias artísticas heteróclitas. Tal sería un aspecto de su singularidad como creador. Las diversas herencias del arte primitivo –del arte de la antigüedad clásica, de la cultura ibera o del arte africano– favorecieron la emergencia del arte moderno en las primeras décadas del siglo XX. Picasso fue uno de los pioneros en esa tentativa mediante dislocaciones de la representación y a través de un juego de reminiscencias activadas por las nuevas lecturas de la historia del arte. Todo eso ha sido mostrado en numerosas ocasiones y, cuando parecía que ya no quedaba margen para mostrar nueva luz crítica sobre sus obras, esta exposición excepcional, lo desmiente. Profundiza en el diálogo entre Picasso y el arte ibero, que se inicia en 1906, cuando pudo asistir a una muestra de escultura y artefactos en el Louvre. Salió con asombros nuevos que su vis creativa daría forma de modo inmediato cuando ensayaba la prefiguración protocubista, apropiándose de algunos atributos formales y temáticos del arte ibero. Y ese diálogo continuaría más adelante.
Cuando parecía que ya no quedaba margen, esta muestra excepcional arroja nueva luz sobre la obra de Picasso
Esta magna muestra reúne más de 200 obras cedidas por diferentes colecciones públicas y privadas, 41 del Museo Arqueológico de Madrid y 14 de la colección de arte ibero del Museo del Louvre. El montaje se organiza en torno a tres secciones que reúnen, a modo de breves constelaciones, las piezas y conexiones que traman el iberismo de Picasso. En la antesala de esas secciones nos recibe la célebre Dama oferente (1933), cedida por el Reina Sofía, en compañía de una escultura íbera. Anticipa una de las conexiones más profundas que establece la muestra: el hieratismo y la simplicidad esquemática de las esculturas iberas se formaliza en nuevas disputas contra el academicismo y se reapropia de culturas primitivas del contexto mediterráneo y peninsular.
El arte nuevo se inicia con una atención a la alteridad representada en las culturas del pasado. Ante estas obras estamos ante el tiempo e imaginarios de larga memoria reunidos en un arco dialéctico, con sus anacronismos e impactos, tanto emocionales como artísticos, y revisiones intempestivas. Las huellas de esos descubrimientos de las antiguas culturas conducirán a Picasso a dislocaciones y rupturas de la simetría en sus representaciones artísticas. Junto a otros artistas modernos, el magnetismo y atracción que procuran las obras surgidas de excavaciones arqueológicas, provocaran efectos duraderos en sus poéticas constructivas. Por ello, es oportuna la primera sección de la muestra dedicada a presentar una síntesis de lo ibero. Esas influencias y las de otras latitudes y épocas se inscribirán en cierta atracción por lo lejano en el tiempo y por lo exótico, un rasgo que quedaría asociado a algunas manifestaciones del arte moderno.
En la segunda sección se presenta el 'iberismo de Picasso' entre 1906 y 1908. Tras descubrirlo en el Louvre, se manifestará en autorretratos como el de 1906, con una cierta depuración de lo expresivo y subjetivo, que es presentado junto a dos piezas íberas para comprender mejor las resonancias formales entre esas obras. Destaca también Mujer con las manos agarradas (1907), en la que el artista hará más evidente ese énfasis formal esquemático en la composición y en el uso del color y las líneas. Ese proceso de reconfiguración de su práctica creadora encontraría en su famosa y germinal pintura Las señoritas de Avignon (1907) uno de los momentos cumbre de su tránsito hacia el cubismo.
Pero las reminiscencias visuales de cierto exotismo quedan trascendidas en nuevos afectos, percepciones y aleaciones formales que hacen de la herencia artística el germen de un nuevo hacer, de un nuevo universo formal. Y esta nueva configuración conlleva una apertura reflexiva sobre el arte y sus representaciones. La apertura poiética de Picasso, su alejamiento de la mímesis académica, amalgama los hallazgos procurados por el arte ibero, así como por la escultura románica catalana, el primitivismo de Gauguin o la herencia cézanniana.
En la tercera sección sobresalen los exvotos de Picasso, sus toros, cabezas y rostros que entran en conexión con las piezas y relieves iberos. Incita a sorpresas estéticas y culturales que hacen de esta muestra un acontecimiento irrepetible. No se pierdan tampoco el catálogo coeditado por la Fundación Botín y La Fábrica. Es un valioso documento y otro mérito crítico de esta formidable muestra.