Ida Applebroog. Marginalias

Museo Reina Sofía. Santa Isabel, 52. Madrid. Comisaria: Soledad Liaño. Hasta el 27 de septiembre

Poco conocida en España, la más amplia retrospectiva celebrada hasta ahora de Ida Applebroog (Nueva York, 1929) dejará una huella indeleble, marcada por la perturbación. Su potente crítica a nuestra sociedad disfuncional se despliega a través múltiples recursos: dibujos, libros, cómics y “teatrillos” con frases directas y de sentido equívoco, vídeos y mucha pintura, todo comprendido en contundentes instalaciones. El amplio repertorio describe toda una gama de “marginalia”: mujeres, enfermos, heridos y perseguidos, suicidas, también simios cobayas y pájaros disecados. Vulnerabilidad y sexo: el aguijón psicoanalítico incide una y otra vez en la violencia de la autoridad del padre y en el necropoder patriarcal. Parafraseando alguno de los mensajes más repetidos, todos somos pacientes, no “personas reales” en esta sociedad de control medicalizada.

Aunque desde hace una década la artista, ahora nonagenaria, engrosa el listado de la galería Hauser & Wirth no lo tuvo fácil en sus comienzos. Hija de un judío ortodoxo analfabeto que la sometió, junto a sus hermanas, a toda suerte de privaciones, le costó estudiar diseño gráfico en el Instituto de Artes y Ciencias Aplicadas de Nueva York. En 1960 ya tenía cuatro hijos, estudiaba televisión por las tardes y luego, prosiguió su formación en la Escuela del Instituto de Arte de Chicago. En 1969, ya trasladados a San Diego, al sur de California, comienza una larga serie de más de 150 autorretratos de su vagina (precursora del cunt art) que no llegarían a exponerse hasta 2010 en la instalación Monalisa, que muchos leerán como una contestación a la Étant donnés de Duchamp. En San Diego se relacionará con Eleanor Antin, precursora de la performance feminista. También hace esculturas blandas de látex, que después destruirá, cuando descubra la producción antiforma ya reconocida de Eva Hesse en Nueva York, y llega a impartir docencia en la universidad y a exponer en colectivas. Entonces su apellido era todavía el de su marido, Horowitz.

La retrospectiva de Applebroog y su potente crítica a nuestra sociedad dejará una huella indeleble, marcada por la perturbación

Con tan enredados inicios, la comisaria Soledad Liaño ha optado por comenzar con los dibujos biomórficos que Applebroog realizó tras la crisis nerviosa que la retuvo en el Mercy Hospital durante seis semanas al final de 1969 y su Monalisa. Todas las instalaciones posteriores pertenecen ya a su vuelta a Nueva York, donde tras su contacto californiano en la Call Arts con Miriam Shapiro y Judy Chicago, colabora en la revista de arte feminista y política Heresies, junto a Pat Steir, Lucy Lippard, Joan Snyder y Harmony Hammond, entre otras. Entonces, envía pequeños libros de performances en viñetas a jóvenes artistas que le interesan, como Jenny Holzer.

Una senda conceptual y lingüística cuyas referencias serían, inopinadamente, Beckett y Joyce. El cine, la televisión y la publicidad también están en la base de la línea clara de las historietas de sus teatrillos de pergamino. Así como las pinturas negras de Goya y los más oscuros expresionismos (vienés, alemán y de la Escuela de Londres) nutren la pincelada gruesa y gelatinosa que domina su producción pictórica-instalativa desde finales de los años ochenta. Pero todavía a comienzos de los noventa es una de las cofundadoras de WAC, Women’s Action Coalition. Descarada y elusiva, Applebroog saca toda la violencia que sufrimos de debajo de la alfombra. Médicos y pacientes, soldados y tullidos, animales sacrificados por la ciencia o por el arte bello. Su confrontación es dura, conmovedora.

@RocodelaVilla1