Aunque Soledad Sevilla (Valencia, 1944) diga que los artistas pintan siempre la misma obra, la suya ha sido una producción poliédrica con una firme base en la pintura pero toda suerte de experimentos, y de éxito, con las instalaciones. El espacio se cuela en sus óleos y en los finos hilos de nylon con los que reta a la luz, compitiendo con la era digital.
Comenzó siendo muy geométrica, en unos años –1968-1973– en los que admiraba a Morellet y Vasarely. Un momento que compartió en el Centro de Cálculo de la Universidad Complutense con otros artistas como José María Yturralde, Eusebio Sempere y Elena Asins, trabajando con un ordenador IBM prehistórico que ocupaba toda una habitación.
Ha llovido mucho desde entonces y, curiosamente, ha sido en los últimos años cuando Soledad Sevilla ha gozado de más reconocimiento. El fundamental, el Premio Velázquez a las Artes Plásticas que recibía, sorprendida, el año pasado. En lo que va de 2021, casi podríamos cruzar la península ibérica, de norte a sur, saltando de una a otra de sus exposiciones: en la galería Ana Mas Projects de Barcelona, el Museo Patio Herreriano de Valladolid, la galería Marlborough de Madrid, el CAAC de Sevilla o el C3A de Córdoba.
Hasta hace poco los lienzos, aún húmedos, que veremos en el stand de El Mundo secaban en las paredes de su estudio
También ha sido en estos últimos años cuando Pessoa y su Libro del desasosiego han sobrevolado toda su pintura. Los cuatro grandes lienzos que muestra en el stand de El Mundo son el broche final de un proyecto que comenzó, impresionada, al descubrir que, tras su muerte, se había descubierto un baúl repleto de textos que el portugués nunca publicó. De ahí surgió, primero, una instalación, varias cajas con un mapa dentro, y toda la serie de pinturas basadas en los azulejos y el alicatado geométrico de las fachadas lisboetas, antiguas y contemporáneas, con las que Sevilla le ha homenajeado.
Hasta hace poco los últimos lienzos, aún húmedos, secaban en las paredes de su estudio. En ellos se ha permitido pequeñas licencias: una paleta blanca y azul en dos de las pinturas nos hace pensar en la capital lusa. En Las tardes azules las formas geométricas repetidas van dibujando rosetones. De cerca, pueden apreciarse los errores y remiendos, las irregularidades de la cerámica original. Es un trabajo milimétrico hecho con una plantilla transparente y espray. La paleta y las formas tienen resonancias en otra de las piezas, El sol cruzó, en este caso con siluetas mucho más estilizadas. Pero quizá la obra más especial sea El jardín nublado, en la que Sevilla ha aplicado virtuosamente varias veladuras sobre todas esas figuras caleidoscópicas.
Es bonito que, transcurridos todos estos años, la artista haya vuelto de esta manera sobre la geometría.