Marina Abramovic (Belgrado, 1946) habla con el aplomo que dan los años, segura y relajada, desde su casa de campo del norte de Nueva York, junto a un gran ventanal por el que se adivina un jardín que, cuenta, cuida ella misma. Pionera de la performance en los años 70 y una de sus más férreas defensoras, lleva décadas poniendo su cuerpo, y su mente, al límite. La imagen frente a frente con Ulay, su pareja entre 1976 y 1988, forma ya parte de nuestro imaginario colectivo. Situados en la entrada de un museo, obligaban a los visitantes a pasar por el escaso espacio que separaba sus cuerpos desnudos, forzando un contacto físico que hoy resulta inimaginable.
En 2002, poco después de los atentados del 11 S, permanecía 12 días completos en una sala del MoMA sin probar bocado, haciendo su vida diaria a la vista de todos, y años antes, en 1988, recorría 2.500 kilómetros de la Muralla China, en una hazaña hercúlea para la que tuvo que entrenarse durante casi una década.
Ha viajado sin descanso, con el paréntesis de la pandemia, porque es ella la que lleva a cabo todas y cada una de sus performances. Y entre un destino y otro es habitual verla en nuestro país, por el que –dice– siente debilidad. Produce en Factum Arte, en Madrid, donde perfila ahora los últimos detalles de su próxima exposición en la Royal Academy of Arts de Londres, en 2023, "la primera de una mujer en esta institución”, apunta sin despeinarse. "En estas visitas –cuenta divertida– voy al menos tres veces a la semana a ver flamenco".
“Me molesta muchísimo que se diga que me he convertido en una celebrity. No es algo que yo haya elegido, sigo siendo la misma”
Agradecida por este Premio Princesa de Asturias, el primero concedido a una mujer artista, dice que tiene otras dos cosas pendientes: traer su nueva ópera Las siete muertes de Maria Callas al Teatro Real, donde ya vimos su espectáculo Vida y Muerte de Marina Abramovic, también junto al actor Willem Dafoe en 2012, y una exposición en el Museo Reina Sofía. Entretanto podremos ver una selección de sus vídeo-performances en la antigua Fábrica de Armas de La Vega, en Oviedo, y la galería Bernal Espacio, que la representa en España, prepara una exposición de sus retratos en la madrileña Nave Sánchez-Ubiría en enero.
Pregunta. Todas estas propuestas tienen el retrato como columna vertebral. ¿Qué papel juega el cuerpo en su obra?
Respuesta. El cuerpo tiene un papel fundamental, cuando haces un trabajo como el mío eres el objeto, el sujeto, eres la obra. Por eso se complica conforme te haces mayor. ¿Cómo hacer performances acordes con tu edad? Hay que viajar mucho, no te puedes meter en una caja de transporte de obras de arte y mandarla.
La única intérprete
P. ¿Le resulta fundamental interpretarlas usted misma?
R. Sí, siempre me gusta experimentarlas con mi cuerpo, aunque hay otras maneras de abordarlas, Tino Sehgal, por ejemplo, cuenta con un elenco de performers que interpretan sus piezas y él se convierte en algo así como un director de orquesta de su trabajo, en el que no participa físicamente.
P. ¿Y qué le ha llevado a apoyarse siempre en la performance?
R. Para un artista es fundamental encontrar el medio adecuado para expresar sus ideas, y yo tuve la suerte de dar muy pronto con él, a otros la búsqueda les lleva toda una vida. La primera vez que hice una performance fue algo eléctrico, hubo tal conexión con el público –algo que nunca me había pasado pintando en mi estudio– que supe que era lo que tenía que hacer. Tiene sus dificultades, no es igual que exponer una pintura o una escultura, conlleva un riesgo intrínseco y sólo queda en la memoria de los asistentes. Es la forma de arte más interesante, si es buena puede cambiarnos la vida.
P. Muchos de sus proyectos conllevan largos periodos de preparación. ¿Dónde empieza todo?
R. Todo sale de la vida, no me gusta nada el trabajo en el estudio. Me encanta viajar, sumergirme en otras culturas, aprender de ellas, así llegan las ideas, por sorpresa y en cualquier lugar, en un avión, en la cocina, soñando por la noche… Y cuando llegan, dejo que fluyan aunque siempre me atraen las más misteriosas, las que son difíciles y me suponen un reto. Pensar que nunca podré llevarlas a cabo me empuja a hacerlas. Me suele llevar un tiempo realizarlas porque muchas de ellas son muy exigentes y conllevan mucha preparación física. La ópera Siete muertes de Maria Callas, que prácticamente acabo de estrenar, la empecé a pensar en 1989. Es un largo proceso, lo importante es no rendirse nunca.
Maria Callas como álter ego
P. ¿Qué fue lo que le atrajo de la cantante italiana?
R. Desde la primera vez que la escuché, con 14 años, me quedé fascinada con su voz, su carisma, la capacidad que tenía para emocionarnos, la reacción del público… Me siento muy conectada con ella a muchos niveles: es frágil y emocional pero también tiene una fuerza increíble, a lo que se suma que murió por amor cuando Onassis falleció. Y yo también estuve a punto de morir de amor por mi ex marido, en un momento muy difícil en el que el trabajo me salvó. En esta ópera muestro las distintas muertes que interpretó Callas sobre el escenario: saltando, quemándose en un fuego, acuchillada, estrangulada, loca… Y también hablo de los distintos tipos de mujer, de la apasionada a la fría o la emocional.
Un aspecto fascinante de muchas de las acciones de Marina Abramovic es que ocurren, aparentemente, muy pocas cosas. Puede pasarse meses en un museo, sentada en silencio mirando fijamente a los visitantes que se sientan frente a ella. O respirar, tumbada, con un esqueleto sobre su cuerpo desnudo. Ocurre mucho con muy poco. "Me costó darme cuenta pero después de 50 años haciendo performances –explica– descubrí que lo mejor era acudir a lo esencial, enfrentarme al público con el menor número de elementos posible, que la energía fuera pura".
“El cuerpo tiene un papel fundamental, cuando haces un trabajo como el mío eres el objeto, el sujeto, eres la obra”
P. ¿Y qué quiere provocar en el público?
R. Emoción. Que conecten con su interior. Cuando voy a un museo a ver una exposición no me fijo en el nombre de los artistas ni leo los textos de sala, solo me interesa que lo que veo me mueva las tripas. Si ocurre entonces sí, me intereso por quién es el artista y leo más sobre su obra y lo que quiere contar ella.
Curiosidad y sorpresas
P. Siempre ha defendido la necesidad de cuestionarse las cosas. ¿Qué preguntas se sigue haciendo?
R. Hay algunas que me han acompañado siempre: quiénes somos, quién soy yo, de dónde venimos, que hay detrás del agujero negro… Es fundamental, especialmente cuando te haces mayor, no perder nunca la curiosidad, preguntarte cosas y hacer una obra que sorprenda.
P. ¿Qué ha cambiado en la recepción de la performance en estos años?
R. Su aceptación. Ahora forma parte de museos y colecciones. Creo que no soy nada pretenciosa si digo que he contribuido a que sea una de las principales corrientes del arte, también introduje el concepto de arte de larga duración, la reinterpretación de piezas históricas… algo que solo se consigue ensayando como el primer día. A pesar de todo sigue siendo difícil, la performance no tiene realmente valor en el mercado del arte, al menos no el mismo que otras manifestaciones artísticas. Queda camino por recorrer.
P. ¿Cómo le han afectado las críticas en todos estos años?
R. Poco, si las hubiera escuchado no habría salido de casa. Muchas de mis primeras obras tuvieron muy malas críticas y ahora forman parte de la historia de la performance. Hay que guiarse por la intuición.
"Muchas de mis primeras obras tuvieron muy malas críticas y ahora forman parte de la historia de la performance"
P. No le gusta que se destaque que es una artista mujer, ¿no cree que las creadoras tienen menos visibilidad?
R. Sí, la diferencia de los precios en el mercado y de las carreras es abismal. Es una cuestión delicada que no es nueva, aunque ahora se le preste más atención. Sin embargo, creo que si realmente lo sacrificas todo por tu obra artística –familia, hijos, amor…– no hay ninguna diferencia, el problema es cuando lo quieres tener todo. Louise Bourgeois, por ejemplo, hizo muchísimas obras pero no fue conocida hasta los sesenta cuando su marido murió y sus hijos estaban ya criados. Entonces se convirtió en una gran artista con precios muy elevados, los mismos que los de un hombre. Todo tiene que ver con la dedicación y el sacrificio.
P. ¿Hay algún otro artista que haya dejado su impronta en su trabajo?
R. No me gusta hablar de la influencia de unos artistas en otros. A mí me ha marcado la naturaleza indomable, las cascadas, los volcanes que explotan, culturas distintas a la mía, los aborígenes, los monjes tibetanos, los chamanes en Brasil, esas son mis influencias. Aprecio el trabajo de muchos artistas a los que he conocido –John Cage, Joseph Beuys…– pero no siento que me hayan influido.
P. Su obra, sin embargo, sí ha marcado a artistas más jóvenes. ¿Le incomoda?
R. No, eso no tiene que ver conmigo sino con la recepción que tiene mi trabajo, que intento hacer lo mejor posible. Se ha criticado mucho que me he convertido en una especie de estrella, en una celebrity, y me molesta muchísimo porque no es algo que haya elegido, yo no he cambiado, sigo siendo la misma. Lo único bueno de este estatus es que ahora mi voz es escuchada y soy consciente de la responsabilidad que esto conlleva. Eso es lo nuevo, todo lo demás, pamplinas.