En parte, los museos nacieron para organizar, categorizar y dar una visión ordenada del mundo. Mostraban la Historia con mayúsculas, y dentro de ella la Historia del arte recogía la imagen de una realidad que se había construido según estos principios. Ahora, en el Museo Thyssen, el artista de origen palestino-libanés Walid Raad (Chbanieh, 1967) viene a desmontar toda la estructura institucional a través del análisis de estas viejas imágenes y la infiltración de otras. En su relato, que articula a lo largo de varias instalaciones que unen obras de la colección con fotografías intervenidas, objetos, proyecciones y textos en distintos espacios del museo, se multiplican los entramados de datos y nos hace dudar: los hechos presentados oscilan entre referencias reales que parecen imposibles e invenciones que parecen totalmente lógicas.
Más que una exposición, las cuatro salas intervenidas dentro de la colección permanente son la escenografía para la gran representación que sucede en la planta del sótano. Se atraviesan espacios, pero también diferentes tiempos, desafiando las cronologías establecidas en el discurso clásico de la historiografía. La sensación, aludida constantemente, es la de entrar en un túnel. En realidad, son varios pasajes que se cruzan y te llevan a posibles conclusiones, viaje en caída libre.
Con estos inteligentes entramados Walid Raad se pregunta por qué algunos hechos aparecen como historia o como invención
Este cuento artístico retoma la tradición más espléndida de Las mil y una noches y de las aventuras de Alicia en el país de las maravillas y Alicia a través del espejo, y con ecos a la Divina comedia y sus descensos concéntricos al infierno. Pero en este juego de seducción finamente armado, en el que vamos buscando las pistas y detalles en una yincana que roza el delirio, al vislumbrar la solución final, puede que nos parezca más que el mundo remonta el río en busca de Kurtz en El corazón de las tinieblas.
En estos inteligentes entramados, que Walid Raad ya ha armado en la Documenta 11 y 13, en la 50 Bienal de Venecia, el MoMA, la Whitechapel o el Museo Jumex de México, se pregunta por qué algunos hechos aparecen como historia o como invención, y qué pueden revelar al ser cuestionados en cada una de las posibilidades. Lo hacía cuando compilaba archivos sobre la guerra del Líbano bajo el pseudónimo colectivo de The Atlas Group, que pudimos ver en el Reina Sofía en 2009. Con la misma estrategia de cuentacuentos visual que hoy vemos en el museo madrileño, desarrolló entre 2007 y 2015 el proyecto Scratching on Things I Could Disavow. En él proponía las claves de la política del siglo XX en Oriente Medio a través de una metahistoria del arte del mundo árabe. Arquitectura, imagen y las estructuras que las sostienen son los elementos con los que montar la representación, la tramoya para una buena confabulación en la que lo verosímil es simplemente el anzuelo para nublar nuestra conciencia.
En este privilegio de la duda –llevada extremo: el artista nos insiste en que sus metáforas son hechos– romper las reglas del juego de lo real hace que se puedan mostrar los interiores de un sistema. En este caso, la fascinante mezcla se hace a través de personajes como ángeles y alfombras hiperpesadas, junto a duendes que aparecen tanto en los cuadros como en los fragmentos de fotografías de la prensa, el papel couché y el álbum de la familia Thyssen y del propio Raad. Y también objetos como las nubes de los cuadros, los sistemas de colgado, cortinas, radiografías y espejos. En las salas nos van a sorprender trampantojos y muñequitas recortables, algunas con alas de colores como las hadas que fotografiaba Lewis Carroll, junto a nuevas cartelas, reproducciones, retratos de Lucian Freud y una Anunciación de Bellini. No hay que desvelar más, porque esta muestra requiere de una visita cual detective. Se recomienda apuntarse a la visita que ofrece el artista, o hacerla con la audioguía, o al menos con la guía en papel… un andar despistado puede acentuar la suspicacia hacia el arte contemporáneo.
El final de todo este viaje termina en las salas subterráneas. Walid Raad busca entrever el hilo real que une todas estas tramas, y que intenta engarzar en los grandes diagramas en forma de collages y las fotografías intervenidas. Con atención descubrimos que funcionan entre ellos como espejos. En Cotton Under My Feet, el cuadro, más que una ventana al mundo, es el espejo de todas estas otras capas ocultas tras el primer estrato de pintura.
En sus imágenes, objetos que condensa el imaginario colectivo de una cultura, siempre existe algún tipo de corte o fisura, literal. Una violencia física que quiere hacer presente la que existente en las relaciones políticas y económicas entre oriente y occidente, entre Europa y América, la esclavitud, el Big Data o el cambio climático. Los datos y hechos que existen en alguna nube y parecen no existir.
Pero el “no lugar” es también un lugar en una concepción de universos paralelos. Siguiendo a su filósofo de referencia, Jalal Toufic, además de multiversos recordemos que hay “no-muertos”: vampiros, monstruos, ángeles, pero también insectos y colibríes que pueden funcionar como transmisores de informaciones, incluida la de nuestra violencia endémica como cultura. Es en la ficción, también la creada por el artista, donde finalmente se nos permite decir cosas que de otra manera no es posible. Una última pista, busquen la araña que teje los hilos, pero cuidado no vayamos a tenerla justo delante de nuestros ojos y finalmente seamos las víctimas con las que juguetea sobre su tela.