You Got To Get In To Get Out. La Casa Encendida. Ronda de Valencia, 2. Madrid. Comisarias: Sonia Fernández Pan y Carolina Jiménez. Hasta el 9 de enero
No hace falta ser un experto en techno para visitar la nueva exposición de La Casa Encendida, pero los fans de este tipo de música la disfrutarán con más intensidad. También todos aquellos que echen de menos las noches de baile y sus derivas, porque esta propuesta tiene mucho de sensorial, de meternos el ritmo en el cuerpo, y de apelar a los recuerdos de aquellas pistas de baile en las que las luces se encendían y apagaban con frenesí y en las que, allá por los ochenta y noventa, una serie de prendas de ropa no podían faltar.
You Got To Get In To Get Out es una inmersión en todo aquello propulsada por ese ritmo tan característico del 4/4 y es, de algún modo, un auto-homenaje a la programación de La Casa Encendida de todos estos años, atenta siempre a la experimentación sonora y a la música electrónica. Esta escucha toma ahora el cuerpo de una exposición e invade prácticamente todas sus salas, con un montaje que exige de espacios amplios por los que moverse, y con siete artistas que ponen las bases a este remix que continúa en el catálogo y, sobre todo, en el programa paralelo de performances, proyecciones y podcasts.
En la primera de las obras, Cyprien Gaillard nos sumerge, con la ayuda de unas gafas de realidad aumentada, en una sucesión de imágenes hipnóticas que pincha con el estribillo de una canción del músico jamaicano Alton Ellis. Tanto es así que parece que las ramas de los árboles se mueven a su compás, transformadas en una mezcla de cuerpos marinos y melenas al viento. Esta música resuena en nuestro pecho –o entra por los tobillos, como dice una de las comisarias– y modula y tamiza su volumen como si la escucháramos desde distintas ubicaciones de un mismo local.
Una propuesta muy sensorial que nos mete el ritmo en el cuerpo y que apela a los recuerdos de aquellas noches de baile
Los materiales son los protagonistas de las dos instalaciones que han producido para la ocasión, algo que siempre se agradece, las artistas españolas Paula García-Masedo y Lucía C. Pino. García-Masedo, muy hábil siempre en su trabajo con el espacio, lo delimita aquí con unas vallas metálicas que marcan el paso en la entrada a los clubes y que completa con pedazos de cazadoras bombers, mangas, por ejemplo, que tienen algo de Ana Laura Aláez, que atraviesa con pins de la época, placas y cadenas, un atuendo que despertará la nostalgia de más de uno.
A su lado Lucía C. Pino, quizá la más escultórica de todos ellos, opta por pladur, tejidos y fluorescentes que, inspirados en clubes que visitó hace años, recuerdan a los espacios abandonados en los que se celebraban las raves, las fiestas de música electrónica. Y comparten espacio con Rubén Grilo que combina en Orbe la imagen de un fuego en un vídeo que vibra al ritmo del pulso constante de un metrónomo imaginario.
Conforme descendemos a la planta de abajo, la energía de la pista de baile va in crescendo. La instalación de Alona Rodeh, una sala oscura en la que las luces se encienden y apagan a golpe de clic y sirenas, aporta la pincelada lumínica que le faltaba a este club-exposición. Y, casi a continuación, Tony Cokes habla en su vídeo de etiquetas y de las conexiones entre música electrónica y raza, ensamblando distintas voces de Detroit y Alemania, las dos cunas del techno, en una pantalla tomada por las palabras y por los ecualizadores gráficos que suben y bajan. Y todo esto ocurre en un espacio tan amplio que invita al baile –y el público no se corta, doy fe–.
Esta investigación en torno al afrofuturismo está también presente en el documental de John Akomfrah en el que combina realidad y ficción, saltos en el tiempo, material histórico y grabado por él. Rastrea en esta ocasión la historia de un instrumento, el bombo, y cómo se transmitió a través de la diáspora africana.
Esta muestra se suma a otras propuestas en las que la música contemporánea ha sido el foco de estudio. Pienso en Pop Politics: Activismos a 33 Revoluciones (2013) o Punk. Sus rastros en el arte contemporáneo (2015), las dos en el CA2M, o en la individual de Matt Stokes en el CAAC de Sevilla (2011), en la que el artista británico buceaba en la historia de distintos movimientos musicales con una magnífica videoinstalación, entre otras piezas, en la que seis cantantes de extreme metal actuaban desde seis pantallas, formando un semicírculo que recordaba a la disposición de un coro.
O, más recientemente, Industria / Matrices, tramas y sonidos, que acaba de cerrar en el IVAM, en la que el artista Lorenzo Sandoval y el arqueólogo Tono Vizcaíno armaban un meticuloso archivo de sonidos, imágenes, vídeos y músicas vinculados a espacios industriales valencianos abandonados que fueron escenario de raves. Son todos estos ejemplos de distintas formas de representar en el espacio de la exposición la energía de la música. Y una manera de atraer, por qué no, otros públicos al museo.