Como ha ocurrido con otros grandes artistas, al final de su vida Carmen Laffón (Sevilla, 1934 – Sanlúcar de Barrameda, 2021) se liberó de una parte importante de las ataduras del pasado e inició un nuevo momento creativo, basado en las grandes series, que sorprendió y, también, por qué no decirlo, deslumbró por esa libertad y radicalidad respecto a lo que había sido su trayectoria anterior. En esa última etapa artística –que empieza a finales del siglo XX y llega hasta el día antes de su repentino fallecimiento- Carmen Laffón alcanzó una gran libertad formal, tal y como recogimos en la gran muestra que en 2014 organizó el Centro Andaluz de Arte Contemporáneo, comisariada por el profesor Juan Bosco Díaz-Urmeneta, fallecido también recientemente.
Recuerdo a Luis Gordillo, otro sevillano de la misma generación que Laffón, recorriendo las salas y ante una obra compuesta de grandes paneles con cielos, aseveró que hay dos tipos de artistas: los que lo dan todo en los inicios de su carrera y aquellos otros que se reservan para el final. También María Corral –que siempre supo ver la contemporaneidad de su trabajo y que en 1992 organizó en el Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofía, siendo directora, su primera retrospectiva museística– se ha fijado en cómo los últimos años de la trayectoria de algunos destacados artistas son especialmente reveladores y libres. Pienso ahora que quizás, gracias a esa exposición en el CAAC, Carmen Laffón vio claramente lo que había conseguido desde la década de los 90 del pasado siglo y lo que aún podía seguir haciendo, pese a que no le quedara mucho tiempo. Su última serie, La sal, a la que también dedicamos una exposición recientemente, es fruto de esa ambición y de ese saber hasta dónde se puede llegar.
Carmen Laffón comentó en una ocasión que el arte contemporáneo le supuso no tener miedo y eso le llevó a dar lo máximo de sí
El último periodo de su producción artística, de 2017 a 2020, estuvo dedicado a esta última gran serie. Un conjunto de grandes cuadros de técnica mixta sobre madera, un grupo de 16 dibujos de mediano formato hecho durante los días de confinamiento estricto y una sucesión de bajorrelieves relacionados con los cuadros. En total, unas 40 obras que inauguramos en el Museo Patio Herreriano días antes de la declaración de la pandemia y que fue el último viaje que hizo fuera de su discurrir cotidiano entre Sevilla y Sanlúcar. Posteriormente, la muestra aumentada -puesto que no dejó de producir- se montó en el Centro Andaluz de Arte Contemporáneo de Sevilla y, finalmente y también con añadidos nuevos, en el Real Jardín Botánico de Madrid. Fue su última gran exposición, que tuve la oportunidad de comisariar junto a Javier Hontoria y que coincidió en su etapa madrileña también con su última muestra en una galería de arte, en Leandro Navarro, donde se completaba y terminaba la serie.
Pintora de la sal y la cal
La sal continuaba de algún modo su obra inmediatamente anterior, La cal, con la que compartía algunas características comunes: no sólo un nombre corto de un material con una identidad asociada a lo andaluz y costero, sino sobre todo por compartir el blanco como hecho diferencial y también sus grandes formatos. La tradición del blanco en la pintura podemos remontarla al barroco sevillano que ella tan bien había estudiado, pero, más allá y como buena conocedora del arte del siglo XX, además de por su cercanía personal y artística con Pepe Soto primero y con Gerardo Delgado después, a la gran tradición de la abstracción en el siglo XX: al cuadrado blanco sobre fondo blanco de Malevich, a gran parte de la pintura de Robert Ryman, pero sobre todo a Agnes Martin. Los blancos, grises y plateados con las líneas horizontales de Martin conviven y comparten espíritu con esa línea del horizonte tan importante en los paisajes de Laffón.
La discreción, la elegancia y la rigurosidad de ambas nos recuerdan a los que nos dedicamos al arte más contemporáneo la necesidad de tener apertura de miras. Como la que tuvieron Helga de Alvear y José María Viñuela –grandes amigos y conocedores de su obra a lo largo de décadas- al situar uno de sus mejores cuadros de salinas junto a dibujos de Gordon Matta-Clark, a una escultura-instalación de Juan Suárez y a una pieza de Carol Bove en una de las salas de su museo cacereño. O la que tendrá Manuel Borja-Villel al cerrar la nueva presentación de la colección del Reina Sofía con esos bajorrelieves salinos, junto a otras artistas actuales.
Carmen Laffón comentó en una ocasión, dejándome francamente impresionado, que el arte contemporáneo le supuso no tener miedo. Y ese no tener miedo, sobre todo en las últimas décadas de su vida, le llevó a dar lo máximo de sí y adentrarse por nuevos caminos que sitúan su obra entre lo más destacado del arte español del último medio siglo.