Olafur Eliasson, directo a la calma
Una sorprendente y delicada exposición en la que el artista danés ahonda en su faceta más poética
2 febrero, 2022 04:25Es una de las personas más influyentes del mundo del arte contemporáneo, lo dice el último informe de ArtReview, que le sitúa en el puesto 15 (de 100), algo que le permite mantener a flote el macro estudio de Berlín en el que diseña sus intervenciones. Los temas fetiche de Olafur Eliasson (Copenhague, 1967) son de sobra conocidos: la denuncia del cambio climático y de nuestra huella en el planeta y sus investigaciones en torno a los dispositivos ópticos (entre los que quizás los caleidoscopios sean los más representativos). En España lo vemos cada año en el stand de la galería Elvira González en ARCO, y su última gran exposición la organizó el Guggenheim de Bilbao en 2020, procedente de la Tate Modern.
Navegación situada, la nueva propuesta de su galería en Madrid, es una agradable sorpresa. Aunque no falten en ella sus conocidas esculturas aéreas ni sus ingeniosos mecanismos ópticos, es la más delicada y orgánica que he visto hasta la fecha, y lo es porque sigue la máxima yóguica de "estar presentes" y "atentos a nuestra atención" y porque, aunque esté planificada al milímetro, da la sensación de ser más sencilla, poética y cálida que otras anteriores.
Acumula en sus brújulas caracolas, plumas, coloridas espirales de alambre, pedazos de madera y hasta un meteorito
Si habláramos en términos musicales, la tonalidad de esta pieza la marcarían las cuatro brújulas colgantes que se distribuyen por dos de las salas, unas esculturas aéreas construidas sobre imanes cilíndricos que con su poético equilibrio nos hacen pensar en Calder y en Miró. Para Eliasson son instrumentos que nos guían más allá de lo geográfico, y que nos relacionan con los otros, objetos con los que el artista ha convivido desde niño. En estas delicadas estructuras acumula caracolas, plumas, coloridas espirales de alambre, pedazos de madera y hasta un meteorito. Nos hablan de nuestro presente pero también de la posibilidad de repensar el pasado y de mirar hacia el futuro, y nos llevan hacia Lava residue (2021), varias láminas de vidrio templadas a mano que con sus distintas combinaciones, formas horadadas y espejos, dibujan hermosas variaciones cromáticas. Se apoyan en un tosco pedestal de maderas rescatadas de la costa islandesa, en las que quedan a la vista los daños de su trayecto desde Siberia.
Huye también del efectismo en la serie de acuarelas que sitúa en la otra sala, recuerdos de radares desdibujados o de viejas ilustraciones de la teoría del color. Y alcanza el momento más hipnótico en una proyección de formas caleidoscópicas que se mueven lentamente en la oscuridad, creando formas de combinaciones infinitas que oscilan entre manchas de Rorschach, explosiones florales e impactantes amaneceres. El mecanismo es más sencillo de lo que parece: un foco de luz se proyecta en esta pantalla semicircular, completada con un espejo y dos piezas esféricas de cristal en lento movimiento. Se llama The missing left brain (2022) y es un llamamiento a la calma y a poner en marcha nuestra parte menos racional.