En el trabajo de la fotógrafa sudafricana Zanele Muholi (Umlazi, Durban, 1972) contrastan sus imágenes contundentes y desafiantes con su poética inclusiva, tanto como su sobreexposición en autorretratos junto a sus procesos colaborativos. Desde la última Bienal de Venecia se erigió como la más poderosa representante de la descolonización de los sujetos racializados de la negritud.
Y eso, a partir de su pertenencia a un grupo minoritario: la comunidad LGBTQIA, a la que Muholi mediante sus retratos y otros registros documentales dota de dignidad, orgullo y futuro, también a través de su respaldo continuo con becas y bolsas de residencia para su formación y profesionalización y su propio proyecto Photo XP, con escuelas de fotografía móviles para los más jóvenes.
A su manera, siguiendo el modelo del Market Photo Workshop, fundado en 1989 por David Goldblatt y comprometido con visibilizar a los olvidados y marginalizados de la sociedad sudafricana. Una sociedad que pudo celebrar en 1994, por fin, el final del vergonzoso apartheid e incluso dos años más tarde una Constitución avanzada que legislaba la igualdad de derechos LGTBQ, sin que hasta hoy se haya superado por completo la segregación racial y las personas negras lesbianas, gais, trans, queer, intersexuales y de género no conforme continúen siendo víctimas de violencia de género, a causa de la queerfobia, la homofobia, la transfobia y otras formas de discriminación.
Las miradas directas en las imágenes de Muholi se imponen y paralizan a quienes las contemplan. No pueden mirarse simplemente, hay que contemplarlas
Elles, como reclaman denominarse ahora quienes rechazan el binarismo de género, son participantes –y no objetos pasivos, como se muestra en algunos vídeos– en las imágenes de Muholi, para quien la fotografía es “ante todo y en todo momento, una herramienta de activismo propulsada por la idea de cambio social”.
En formato de “a media carrera”, esta exposición en el IVAM, procedente de la Tate Modern londinense –donde volverá ya que su inauguración fue frustrada por la pandemia–, presenta una selección de sus principales series, casi todas inacabadas y todavía en proceso, de casi veinte años de su fulgurante trayectoria.
Con un montaje más que acertado y bien medido, el impactante arranque con la celebrada serie de autorretratos Somnyama Ngonyama realizados desde 2012 y rodeada de otros retratos queer captados en muy variadas ciudades en el mundo, da paso a salas bastante descargadas donde se desgrana su activismo, en clara dependencia con el trabajo de la fotógrafa estadounidense de la visibilidad lesbiana Joan E. Biren, con diversas escenas de intimidad no pornográfica, violencia sexual mostrada indirectamente con pudor y celebraciones festivas de misses gays en playas a todo color. Para desembocar en la sala absolutamente monumental dedicada a la serie de retratos Faces and Phases, que viene realizando desde 2006 y de la que aquí se muestran 101 fotografías, de las quinientas hasta la fecha.
Suele decirse que los retratos nos interpelan. Pero las miradas directas en las imágenes de Muholi se imponen y paralizan a quienes las contemplan. No pueden mirarse simplemente, hay que contemplarlas. Es una auténtica revolución de este antiquísimo género del retrato, sobre el que actúa con diversas estrategias. Por ejemplo, en sus autorretratos acentúa el contraste en el revelado siempre en papel mate, con lo que resalta la mirada del iris sobre el blanco del globo ocular. Hasta el punto de que, ante los mosaicos de retratos nos sentimos el foco de un haz de miradas cruzadas.
En cada autorretrato, Muholi se ve ataviada con dispares objetos domésticos reciclados que aluden a prejuicios, viejos estereotipos y estigmas asociados a mujeres negras racializadas; a menudo en homenaje a su madre, Bester Muholi, que consiguió sacar a su familia adelante trabajando como limpiadora.
Respecto a la serie Faces and Phases, Rostros y fases, es inevitable enmarcarla en la estela de otras fotógrafas queer como Catherine Opie que bajo la influencia del ensayo El género en disputa de Judith Butler reflejaron antes transformaciones performativas retratando a amigues de su comunidad. Sin embargo, en estos retratos en blanco y negro que parecen reducir todo, fondo, atuendos y posturas, al máximo de la expresividad, prevalece la confianza mutua y el compromiso de les participantes compartido con la fotógrafa, incluso a lo largo de los cambios de un mismo sujeto a través del tiempo, en la reivindicación de su dignidad.
Al comienzo, dice Zanele Muholi, “asegurar su reconocimiento como ciudadanas y contribuyentes a la economía de Sudáfrica”. El feminismo interseccional propugnado por la escritora y teórica bell hooks, que sigue reuniendo adeptos entre las jóvenes generaciones en este mundo global, está en la base de la poética activista de Muholi por el cambio social.