Tradicionalmente, Finlandia ha dado a la historia de la música estupendos directores. Dentro de las nuevas generaciones, es ya figura el jovencísimo astro Klaus Mäkelä, de quien por cierto hablábamos en estas páginas hace pocas semanas. Algo mayor que él, y ya asentado desde hace algún tiempo, es Santtu-Matias Rouvali (Lathi, 1985), que ya ha actuado en Madrid con la Orquesta Nacional y que, como muchos de sus colegas, ha bebido en algún momento de las enseñanzas del viejo Jorma Panula, presente, hemos de recordar, hace no mucho, en un curso de dirección impartido en San Lorenzo de El Escorial.
Rouvali resalta planos y concede relieves singulares a las partituras. Saraste es un dominador de cualquier formación sinfónica
Rouvali, que dirigió a la Nacional el año pasado, viene esta vez al frente de la Philharmonia de Londres dentro del ciclo de Ibermúsica (19 de abril). Ya hemos podido comprobar el grado de madurez al que ha llegado y cuáles son sus credenciales. Sabe situarse con soltura en el podio, es serio y maneja con habilidad propia de un veterano una batuta firme y elegante, capaz de resaltar planos y de conceder a lo escrito relieves singulares. Sus movimientos, algo faltos de mesura y con algún que otro gesto extemporáneo de más, se revelan de gran eficacia.
En la sesión que comentamos se sitúan en atriles dos obras monumentales, archiconocidas (pero hay que trabajarlas). La primera es el Concierto para violín de Beethoven, que encierra algunas de las melodías más bellas, más calurosas, de un romanticismo en pleno crecimiento, de las creadas por la pluma del compositor de Bonn. Su conspicua intérprete será la escocesa Nicola Benedetti (West Kilbride, 1987), que maneja el Stradivarius Gariel de 1717 y posee una técnica segura y eficiente, unos dedos ágiles y un arco preciso y fulgurante. El volumen no es grande y la homogeneidad tímbrica, relativa, pero la personalidad en el fraseo y la entrega apasionada contrarrestan suficientemente esas posibles deficiencias.
La sesión se remata con una sinfonía que hemos escuchado hace unos días por partida doble y que ahora aterriza de nuevo para solaz del público: la Quinta de Chaikovski. Otra página sinfónica de gran calibre, algo posterior, es la Primera de Sibelius, reveladora ya del talento de un sinfonista de raza, heredero en cierto modo de la tradición germana, pero portador asimismo de manera muy natural de los valores propios de su tradición y de su folclore. Esta podremos seguirla (días 22, 23 y 24) a través de los gestos y del criterio de uno de los directores finlandeses de la generación anterior, Juka-Pekka Saraste, un maestro más maduro nacido en 1956, asimismo en Lathi, que porta una batuta segura, manejada con criterio, adecuadamente desentrañadora.
Hombre menudo, ágil y desenvuelto, un tanto alicorto de expresión, siempre circunspecto, preciso y elegante, de gestos económicos y certeros, dominador natural de cualquier formación sinfónica y titular de la WDR de Colonia, que al lado de la sinfonía de Sibelius coloca en el atril el interesante poema sinfónico del propio compositor titulado Pelléas et Mélisande y, como novedad, otra partitura de la misma nacionalidad: Flounce de Lotta Wennäkoski, estrenada en los Proms de Londres hace cuatro años. Sus maneras son las ideales para sacar a flote un programa de estas características, en el que, además del carácter, de la idiosincrasia de los pentagramas, hay que aplicar una visión que podríamos denominar ‘paisajística’, pero ligada a la tradición europea más auténtica.