Néstor Sanmiguel Diest (Zaragoza, 1949) siempre ha nadado a contracorriente. Lejos de la orilla de los relatos hegemónicos ha preferido las travesías más escarpadas, porque no es de los que se conforma fácilmente.
En la última década ha pasado de ser un autor desconocido a inaugurar la próxima semana una retrospectiva en el Palacio de Velázquez que se complementará con otra exposición simultánea en el museo Artium de Vitoria.
La peripecia del autómata presenta 142 piezas: bordados, gouaches, acrílicos, dibujos… desde 1988 hasta la actualidad, que bucean entre las innumerables capas de imágenes y textos que componen sus palimpsestos, selvas de símbolos que se expanden hasta los márgenes de los lienzos, dejando tan sólo los pequeños vacíos que dejan los contornos de sus letras para respirar.
“No pretendo que nadie lea los textos de mis pinturas, sino que actúan como una niebla sobre los fondos”
Pregunta. Cuenta que de niño estuvo fascinado con un dibujo de Jackson Pollock y que hasta los dieciséis años trató de imitar sus drippings, sus famosos goteos, con un pincel fino sin conseguirlo…
Respuesta. Sí, una familia de militares norteamericanos del bloque de la portería de mi abuela me invitaba a su casa y tenían un dibujo de Jackson Pollock y otro de Ellsworth Kelly y a mí me fascinaban, aunque nadie me explicó nunca cómo estaban hechos. Desde muy pequeñito me interesó el dibujo. Empecé a dibujar en el colegio y a todo el mundo le gustaba mucho lo que hacía y me ponían a dibujar postales, según me contaba mi padre lo hacía muy bien, y a los once años ya firmaba mis primeras pinturas.
P. ¿Y qué pintaba?
R. En aquellos tiempos paisajes, salía al campo aquí en Aranda de Duero y pintaba en la línea de Van Gogh. Mucho color, pinceladas grandes, fluidas, luego me pasé al desnudo, sobre todo femenino.
P. El dibujo le acompaña también en su vida adulta. Pasó de trabajar como patronista textil en varias fábricas de Burgos a dedicarse plenamente a la pintura a partir del año 2000 ¿Cómo fue ese proceso?
R. Pues muy sencillo, yo acababa de cumplir cincuenta años y me dije “si no lo hago ahora no lo hago nunca”, y de un día para otro pedí la cuenta a la empresa donde trabajaba y me dije ¡se acabó! Voy a trabajar en la pintura. Es verdad que ya había una demanda comercial y que ya ganaba más dinero que trabajando en la fábrica… y no tengo ninguna queja, la prueba es que no me he jubilado.
"De un día para otro pedí la cuenta a la empresa donde trabajaba y me dije ¡se acabó! Voy a trabajar en la pintura"
P. Aun así, sus pinturas contienen troqueles y patrones realizados con precisión casi automática ¿Ha llevado el método de trabajo de la fábrica al taller?
R. El método que yo sigo es muy simple: no aburrirte nunca con lo que estás haciendo. Me dicen que soy un robot, que empiezo una obra y hasta que no termino no paro. Veo los cuadros crecer centímetro a centímetro y eso me satisface muchísimo. Así es como entiendo que hay que hacer las cosas, le digo a la gente “así lo hacía Botticelli” y si lo hacía él ¿por qué no lo puedo hacer yo?
P. ¿Cómo es su proceso de trabajo? ¿Hace bocetos?
R. No hay bocetos de ningún tipo. Nunca hago. Simplemente desembocan las pinturas. Pintar es como si a uno le arrastrase una ola y lo único que tuviese que hacer es nadar. Además, si soy un autómata no puedo ponerme a pensar. Solo trabajo en un cuadro y me centro en él, me cuesta mucho estirar el presente como para trabajar en varios proyectos a la vez.
P. Su metodología de trabajo tiene algo de ascético. Yo me lo imagino a usted como un monje medieval.
R. Físicamente tengo algo de monje medieval, pero me parezco más a un descargador de muelles.
P. Esta exposición se centra en la relación entre imagen y texto. ¿Cómo conviven en sus lienzos ambos lenguajes?
R. Esta es una relación que viene de antaño, yo iba haciendo aparecer textos como el trabajo de los amanuenses, los copiadores de libros de los conventos, yo ponía textos y los ilustraba con imágenes y un día me surge copiar un texto entero y me digo ¿Cuál es mi novela favorita? Rayuela, pues la voy a ir copiando entera con la máquina de escribir, e iba incluyendo en color rojo las referencias que hacía Cortázar a otros escritores o apuntes sobre su lectura.
P. Como el cuento de Borges en el que Pierre Menard copiaba entero El Quijote.
R. Exacto. Pero yo no pretendo que nadie lea los textos de mis pinturas, sino que actúan como una niebla sobre los fondos. Estuve mucho tiempo haciendo símbolos que cumplían el papel del texto, como un velado, porque el texto crea unos ritmos muy interesantes y me sirve para articular esa gramática, pero sin usar el pincel, lo utilizo como un recurso más.
P. Ha comentado en varias ocasiones la gran influencia de artistas femeninas en su trabajo: Bridget Riley, Sonia Delaunay, Varvara Stepánova o Rosemarie Trockel.
R. Con Rosemarie Trockel descubrí el universo femenino en arte contemporáneo y a partir de ahí empecé a indagar, pero no solamente en pintura, sino también en música, y en literatura, por supuesto. Adoro a las inefables, como Virginia Woolf, que era una mujer tremenda, o Ursula K. Le Guin. Ahora he comprado un montón de libros de la escritora belga Amélie Nothomb y es interesantísima, es más, la obra que estoy haciendo ahora se inspira en una novela suya.
P. Para terminar ¿qué supone para su trayectoria esta exposición?
R. Hace dos años que empezamos a trabajar en este proyecto. Beatriz Herráez, la comisaria, ha seleccionado las obras que ha considerado indispensables, pero no deja de ser un mínimo de la producción de toda una vida, una isla en un océano…. Yo no intervengo en las decisiones para nada, siempre he preferido que fueran otros los que escogieran la obra, es la única forma de saber lo que interesa y lo que no. Nunca imaginé hacer una exposición como esta. Cuando llegó la oferta fue una sorpresa. Es un buen remate, un remate digno. Es un reconocimiento al trabajo y eso es importante.