Hay artistas que cautivan la imaginación a través de su obra y artistas que se instalan en ella a través de su personalidad y su vida. ¿En qué categoría situaríamos a Francisco de Goya? En las dos. Pero si nadie puede dudar de la fuerza arrolladora de sus imágenes, algunos de los avatares biográficos que lo han hecho atractivo tienen poco fundamento.
Es lo que nos transmite Janis Tomlinson (El Paso, Texas, 1954) en la última biografía del artista, quizá definitiva: tras muchas décadas de búsquedas, pocos datos más pueden aflorar. Otra cosa es la lectura que hagamos de ellos.
Goya importa hoy. En Cannes se ha estrenado El ojo que escucha, documental de José Luis López-Linares que sigue la mirada de Jean-Claude Carrière sobre el pintor, y el Prado exhibe La Quinta del Sordo, película realizada por el artista Philippe Parreno para la importante exposición que inauguró en 2021 la Fundación Beyeler de Basilea. Varios libros han visto la luz en los últimos cuatro años.
En el ámbito de la historia del arte, los de Carlos Foradada (Goya recuperado en las Pinturas negras y el Coloso, Trea, 2019), José Manuel Matilla (El cuaderno C, Skira, 2020), Miguel Hervás León (La Quinta de Goya y sus pinturas negras, Casimiro, 2021) o Daniel J. Carrasco de Jaime (Goya. De la luz y de las sombras, EDAF, 2019) En el del ensayo, los de Luis Peñalver Alhambra (El pensamiento nocturno de Goya, Taugenit, 2020) y Hubert Damisch (Goya. El mito de la asimilación, Akal, 2022).
Ni heroico compromiso con las libertades ni amoríos con la duquesa de Alba o con Zapater. Tomlinson humaniza a Goya
Y en el de la literatura, los del Nobel Ivo Andric (Goya, Acantilado, 2019), Berna González Harbour (Goya en el país de los garrotazos, Arpa, 2021) o el dramaturgo José Sanchis Sinisterra (Monsieur Goya. Una indagación, Ñaque, 2019). Además, la Academia de San Fernando en Madrid ha remodelado sus salas para dar mayor cabida y énfasis a su importante colección de obras de este artista.
Pero la última gran biografía, la de la francesa Jeannine Baticle, ha cumplido treinta años. Hacía falta incorporar las investigaciones recientes y revisar seriamente lo que creíamos saber sobre él.
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Tomlinson es una reconocida especialista en Goya, de perfil académico, que decidió abordar este gran reto tras comprender que “se había empleado su obra para crear su vida, en vez de estudiar su vida para entender mejor su obra”.
Echó mano de los estudios previos y de las fuentes directas, siendo las más coloridas entre estas las cartas de Goya a Martín Zapater y las muchas noticias en la prensa de la época en las que apoya su descripción de ambientes, personajes y eventos.
Vemos a un artista preocupado por su prestigio, por sus propiedades, que sobrevive con pragmatismo a las adversidades
Tomlinson deja muy claro si un hecho está o no documentado y su afán de exactitud –algunas suposiciones, reconocidas, se permite– hace que algunos tramos sean menos amenos. Presta gran atención al contexto político en el que se desarrolla la carrera del pintor –muy dependiente, es cierto, de él– pero no profundiza en los entornos artístico o literario, incluso sociológico, que son también determinantes.
El objetivo de la autora es expurgar los datos de mitos e interpretaciones con sesgo ideológico. Y eso, claro, resta atractivo al personaje: ni heroico compromiso con las libertades ni amoríos con la duquesa de Alba o con Zapater –me parece que peca de puritana, dado lo enloquecido que parece Goya en algunas cartas– ni genio aislado y atormentado. Pero en cierto sentido lo humaniza.
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Documentalmente, vemos a un artista preocupado por su prestigio, por sus propiedades, que sobrevive con pragmatismo a las adversidades y a las penas –seis hijos se le murieron de viruela–, que lidia relativamente bien con su sordera, que es feliz, con achaques pero experimentando, en su exilio…
Ni gran pensador ni gañán, ni genio español ni afrancesado. Rebelde e innovador cuando pudo. ¿Entendemos ahora mejor su obra? Pues no sé qué decirles.