Junto a Aventures i desventures de Joan Orpí (ed. Males Herbes, 2017), de su colega Max Besora, Borja Bagunyà (Barcelona, 1982) ha escrito con esta Señora Novela titulada Los puntos ciegos el ejemplo más representativo del magnífico momento que atraviesa la narrativa en lengua catalana.

Los puntos ciegos

Borja Bagunyà

Traducción de Rubén Martín Giráldez. Malas Tierras, 2022. 528 páginas 29,50 €

Bagunyà pone en funcionamiento todo un arsenal de herramientas, digamos, posmodernas (paréntesis encabalgándose, notas al pie, dilatación grotesca de escenas, etc.), junto a otras deudoras de la tradición del exceso festivo (metáforas locas, palabros, deformación no menos grotesca de escenas, etc.), para contarnos las vidas de un profesor universitario, Morella, y de su pareja Sesé, ginecóloga, puntuadas por tres acontecimientos: al empezar el libro, él contempla la coronación como catedrático de un adversario académico que representa su perfecto opuesto (la Opinión Multiforme frente a la Filología Tradicional); luego, bastante avanzadas las 500 páginas de la novela, ella asiste al nacimiento de un bebé de aspecto deforme, y ambos reciben la visita de un joven sobrino de Morella, Olof, genialoide e inconforme.

Sobre formas va la cosa, como ven: sobre la forma del mundo (nuestra cotidianidad, los prestigios que anhelamos…), la del lenguaje que lo expresa, y los caracteres que forja. A menudo, la inteligencia colosal de Bagunyà logra que absolutamente todo lo humano parezca banal, tópico y ridículo, muy en particular los esfuerzos de la supuesta inteligencia académica por decir algo brillante: las páginas “universitarias” de Los puntos ciegos me producen el mismo efecto que la lectura de Thomas Bernhard, es decir: una desolación entre carcajadas y la necesidad de confundirme entre mis gatos para abdicar de la conciencia humana. También hay una escena en un lavabo público atestado de becarios (cuerpos, paluegos y reflejos en coyunda orgiástica) que me sugiere la cara-b lacerante de una referencia no buscada por el autor, a saber, aquella cena profesoral que describía Javier Marías en Todas las almas

Pero, a la larga, la forma misma de la novela, más narrativa de lo que pueda parecer (las dinámicas entre sus tres protagonistas están llenas de vida y producen alteraciones en ellos bastante susceptibles de ser llamadas “arcos de personajes”), nos reconcilia con lo humano por el camino más directo: la evidencia de una imaginación actuando para lograr una pieza literaria maestra, exigente pero divertida, generosa en sus desbordes, y a su modo, enternecida ante el espectáculo de nuestra pequeñez.



Conviene añadir que Bagunyà ha encontrado dos aliados perfectos en su presentación al lector castellano. Rubén Martín Giráldez es el traductor idóneo para Los puntos ciegos, con una concepción excesiva del lenguaje, familiar a la del narrador; y Malas Tierras, acertando de nuevo en su catálogo impecable, ha producido una edición de elegancia y complicidad imbatibles.

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