Montañas de libros nos reciben en la casa de la calle Ferraz de Juan Manuel Bonet. Están por todas partes atrincherando el acceso al despacho y a otras estancias de la casa. Encima de la mesita del centro del salón descansa el catálogo original de los Encuentros de Pamplona, una reliquia difícil de encontrar.
Entorno a él nos sentamos para llevar a cabo esta entrevista celebrada con motivo del cincuenta aniversario de los Encuentros, porque Juan Manuel Bonet (París, 1953) tuvo el privilegio de haber estado allí y haberlos vivido desde dentro. De hecho, fue su primer trabajo profesional con 18 años como coordinador de prensa junto al pintor Carlos Alcolea.
Le entrevistamos para El Cultural con motivo de la efeméride, buscando en su memoria enciclopédica lo más representativo de aquella Pamplona del 72.
Pregunta. ¿Cómo acabó usted allí?
Respuesta. Todo empieza en Sevilla donde yo vivía porque habían destinado a mi padre, Antonio Bonet Correa. Allí fundé un colectivo artístico, el Equipo Múltiple junto a Quico Rivas, en aquel entonces compañero de instituto. Pintábamos juntos, hacíamos instalaciones con nubes adhesivas y flores de plástico y Juana de Aizpuru nos metió en su galería. Ambos comenzamos a escribir en el periódico cuyas páginas de arte dirigía mi padre, El Correo de Andalucía. Las páginas nuestras eran muy modernas, desde luego fueron la bomba en algunos casos, ¡publicamos un texto de Trotski en plena dictadura! Criticábamos los salones oficiales, los desmanes urbanísticos…
“Aquello fue una invasión y en pleno franquismo, con lo cual todas las contradicciones saltaron por los aires"
En esos años seguíamos de cerca la actividad de Juana. En el periódico honrábamos a los artistas que traía. Un día me toco entrevistar a José Luis Alexanco. José Luis era un artista que estaba entre la figuración, la geometría y el conceptual y además había trabajado en el Centro de Cálculo de la Universidad de Madrid que era un centro donde colaboraban Yturralde, Valcárcel Medina, Soledad Sevilla… Y entonces en la primavera del 72 viene Alexanco y le hago una página larga en la que le pregunto por todo eso. Debió ver que estaba al tanto de lo que pasaba, y se quedó con la copla. Al cabo de un mes me llamó para que me incorporara al equipo de los Encuentros. Fue una historia totalmente inesperada.
P. ¿Cómo los organizaron?
R. Me convocaron en Madrid y aquí coincidí con Luis de Pablo a quien no conocía todavía pero que me pareció un personaje extraordinario. Hace poco que falleció y su marcha dejó un enorme vacío porque es una figura capital en la música contemporánea. Me citan en una taberna cerca de la plaza Santa Ana donde tomamos un vino, un Paternina Banda Azul, que estaba muy de moda entonces, y que además era propiedad de la familia Huarte, de modo que así empezamos, bajo su tutela espirituosa (risas). Entonces me dijeron “mira, estamos preparando esto y queremos que te incorpores al equipo”. Cuando empezó a enumerar los nombres que venían nos quedamos todos absolutamente alucinados porque venía el summum del arte y la música modernos.
[Encuentros de Pamplona: cuando la vanguardia artística emergió bajo unas cúpular inflables]
P. ¿Qué es lo que más le impactó de los Encuentros?
R. Pues conocer a John Cage fue algo emblemático. Era una figura que estaba entre la música y el resto de las artes, entre la tradición de Marcel Duchamp y la de Erik Satie. Los ZAJ, por supuesto; lo que hicieron en el Teatro Gayarre fue espectacular, un escandalazo, el público cabreado, griterío… Otra actuación que nos marcó mucho fue la de Steve Reich con la compañía de danza de Laura Dean, en el inmenso Pabellón Anaitasuna, con esas bailarinas griegas bailando esas danzas minimalistas. ¡Fue extraordinario! En lo musical me acuerdo Eduardo Polonio y Horacio Vaggione, con los que tuve muy buena relación aquellos días e hicimos algunas excursiones al campo con el "dos caballos" de uno de ellos.
"Hubo muchas tensiones, acabamos muy nerviosos, incluso llegamos a firmar un manifiesto contra la organización"
P. Cuéntenos alguna anécdota.
R. Pues recuerdo a Cage entusiasmado por el espectáculo de txalaparta con el que abrieron los Encuentros, que fue increíble. Décadas después investigué su archivo en una universidad americana y para mi sorpresa encontré un libro de poesía de uno de los hermanos Artze, que era poeta, que le debió enviar y que Cage conservaba. Y también con el espectáculo flamenco, en el que te servías tú mismo la copita de vino. También recuerdo el revuelo que se formó con Espectador de espectadores del Equipo Crónica en lo de Luc Ferrari, figuras que representaban a la policía políticosocial y que estaban repartidas entre la audiencia. Hubo gente con mucha vista que se las llevaron y hoy las han revendido alcanzando precios brutales ¡y yo no me llevé ninguna! Con ellas sucedió una especie de catarsis, la gente enajenada empezó a destruir las figuras.
P. ¿Qué ambiente se respiraba?
R. Pamplona era una ciudad de provincias dormida y levítica. Yo llegué una semana antes de que comenzara todo y me encontré una ciudad vacía que luego se llenaría de tantísima gente. Había una expectación enorme porque no había pasado nunca algo semejante. Hay que tener en cuenta que el espacio central, que eran las cúpulas inflables de De Prada Poole era precioso, tenía una luz muy especial en su interior y el sonido de los ventiladores era hipnótico. Había un punto de carnaval o de gran festival transmedia.
P. Cada día sucedía algo insólito, ¿eran conscientes de lo que se les venía encima?
R. Aquello fue una invasión y en pleno franquismo, con lo cual todas las contradicciones saltaron por los aires. La censura a Dionisio Blanco, la espantada de Chillida, la subpolémica de los artistas vascos… El tema de las bombas influyó mucho. Me acuerdo de que la de Sanjurjo nos pilló a todos muy cerca porque parte del equipo estábamos alojados a unos metros. Empezó a haber muchas tensiones, acabamos todos muy nerviosos, incluso llegamos a firmar un manifiesto, los propios de la organización, ¡contra la organización misma!
P. ¿Cómo le influyeron los Encuentros en su trayectoria?
R. En lo personal lo viví como un fin de fiesta porque después empezaron a aflorar las prácticas más pictóricas de mi generación, la pintura española que volvía a estar en un momento brillante gracias a Pérez Villalta, Campano, Broto, Sicilia, García Sevilla… Para mí fue un punto curioso porque de alguna manera seguí lo geométrico y lo conceptual, pero, sobre todo, ese diálogo entre las artes que ahora veo clarísimo que allí estaba.
P. ¿Qué influencia ha tenido este evento en el arte posterior?
R. Yo lo que más destacaría es ese espíritu de diálogo entre las artes. Hoy estamos acostumbrados a que los museos programen diferentes disciplinas, pero entonces no. A los que estamos con un pie entre varias cosas se nos sitúa entre dos aguas.