Conocí a José Guirao a comienzos de la década de los ochenta del pasado siglo. Me lo presentó José Miguel Ullán, uno de nuestros grandes poetas y articulistas, siempre al tanto de la gente joven que se movía en los círculos de la cultura. Todos éramos extraordinariamente jóvenes y pensábamos que esta vez sí íbamos a cambiar a nuestro país. Pronto, con Guirao me unió una curiosa casualidad. Yo estaba recién llegado de hacer mi servicio militar en el campamento de Viator, en Almería, su provincia natal, y luego en la Fiscalía de Guerra de Granada.
Y por si esto no fuera poco, le conté que yo llevaba el apellido Molina, muy poco gallego a pesar de serlo por muchas generaciones, a causa de mi bisabuelo paterno que era de Macael, donde hay minas de mármol como las de Carrara. Y la mayor marmolería de Galicia fue la que montó él en La Coruña. Esto nos hacía bromear muchas veces cuando nos veíamos.
Guirao siempre fue un caballero y, como en el ejército, había pasado por todas las escalas jerárquicas para llegar a general. El mundo cultural autonómico andaluz le ofreció sus primeros y grandes conocimientos en la gestión y lo ayudó a dar el gran salto a las responsabilidades estatales, tanto en el terreno privado como en el público.
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Siempre he calificado a los políticos en dos categorías. Aquellos que han ido a realizar esta labor, que no debería ser una profesión, con dote; y aquellos otros, la mayoría desgraciadamente, sin ella. Guirao, como yo mismo, pertenecíamos a la primera. Por eso no nos arredrábamos en decir la verdad, en discrepar ante ideas peregrinas y, sobre todo, anteponer la Cultura y el Estado a los intereses partidistas. Es muy de nuestros partidos, sean del color que sean, preocuparse de la Cultura cuando esta puede proporcionar una buena foto como, por ejemplo, la de Las Meninas, en la reciente reunión de la OTAN. Pero luego, cuando llegan los presupuestos, todo queda en el olvido. Guirao, como yo, no soportábamos este desdén, esta mera utilización de lo que siempre ha sido el mayor patrimonio de nuestro país.
Carmen Alborch fue otra persona fundamental en su vida profesional y amistosa, al igual que Carmen Calvo. Alborch era más moderada, tratable, cordial y hacía caso antes de tomar decisiones que podían conducir a graves conflictos. Ya enferma, al último acto que asistió fue a la toma de posesión de Guirao como ministro. Carmen Calvo lo arrastró a algún conflicto, pero hay que decir en su honor que fue ella quien lo promovió al ministerio. Y la caída en desgracia de Guirao anunciaba la propia caída de su promotora, una experta sobreviviente. El cese de Guirao fue absolutamente injusto, aunque uno bien sabe que si te nombran a dedo pueden cesarte de igual manera. Yo, en este lance, me sentí muy próximo a él y así se lo hice saber. El mismo día de su toma de posesión ya lo había prevenido.
El cese de Guirao fue absolutamente injusto, aunque uno bien sabe que si te nombran a dedo pueden cesarte de igual manera
Yo considero a José Guirao de mi misma estirpe, aunque él mismo me decía que yo era un ministro que, como escritor, era más creador. Sea como fuere, pocas personas hemos estado tan dentro del vientre de la ballena cultural patria como él y yo. Comprueben si no la lista de titulares de esa cartera durante la democracia. Semprún venía de otro mundo y estaba en otro mundo. También recibió un mal pago aunque yo jamás lo oí quejarse. Por cierto, que fui yo quien le dio la Medalla de Oro de las Bellas Artes ante su sorpresa, porque nadie más se había vuelto a acordarse de él.
Echaré de menos a José Guirao, como a José Miguel Ullán o Carmen Alborch. Todo el mundo puede ver cómo ha ido y va el ministerio después de él. Siempre consideré al PSOE como el heredero del espíritu de la Segunda República, y del afán que esta puso por educar y culturizar a nuestro país. Por eso participé siempre de estos ideales, pero mi decepción fue grande. El respeto verdadero por los ideales de la República jamás lo vi reflejado en sus herederos. Pero Guirao sí lo hizo, y yo también. Él, esencialmente siempre tímido y moderado nunca lo diría, precisamente por vergüenza. ¿Es acaso Adriana Lastra heredera de Azaña o de los intelectuales del exilio? Nada menos que la vicepresidenta del partido.
Pocas personas hemos estado tan dentro del vientre de la ballena cultural patria como él y yo
Asistí a su toma de posesión como nuevo ministro y en su discurso resaltó nuestra vieja amistad. Es una pena que España haya tenido a personas tan ejemplares como el ministro José Guirao y les haya pagado con la ingratitud. Pero para mí ha sido un gran honor compartir su amistad y el amor hacia nuestro país.
César Antonio Molina, ex ministro de Cultura