Recuerdo perfectamente la primera vez que me encontré con José Guirao. Fue durante los cursos de verano que organizaba Francisco Calvo Serraller en la UIMP de Santander. Al público asistente sorprendió su juventud para un cargo público de la Junta de Andalucía. Lo que no sabía entonces es que en esos precisos momentos, como director general de Bienes Culturales, estaba poniendo en marcha la institución cultural que actualmente dirijo: el Centro Andaluz de Arte Contemporáneo.
Siempre sintió a este museo como algo propio y cuando se le propuso ser miembro de su Comisión Técnica aceptó inmediatamente. Además, justo cuando lo nombraron ministro, estábamos tramitando la donación de algunas obras de su colección y, hace algunas pocas semanas, me llamó para “ponerme los dientes largos” y continuar con esa labor.
Para alguien de mi generación, Pepe Guirao ha estado ahí presente siempre, más allá de su primera y decisiva etapa andaluza, ya fuera en la Dirección General de Bellas Artes del Ministerio de Cultura primero o, después, en la dirección del Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofía con dos gobiernos diferentes, algo inaudito hasta entonces. Asesorando en el Ministerio de Asuntos Exteriores en materia artística o poniendo en marcha y desarrollando la Casa Encendida. Como director de la Fundación Montemadrid o como apreciado ministro de Cultura, por fin alguien y respetado de los nuestros.
Sin duda, su etapa en el Museo Reina Sofía merecería ser analizada con detenimiento. Llegó tras la polémica destitución de María Corral, quien había desplegado una deslumbrante programación expositiva. Hace poco rememoraba con ella, en un trayecto corto en coche, el listado impresionante de grandes nombres que recalaron en el antiguo hospital de Atocha bajo su batuta. Debo decir que yo estaba entonces en el otro lado de la barrera, en la crítica de arte.
Intentando en un momento como este analizar esos años, me vienen a la mente muchos de los colaboradores de los que supo rodearse, todos ellos amigos entonces y ahora, y que imprimieron al museo algunos de sus episodios más brillantes. Por un lado, la puesta en marcha del Espacio Uno, que encargó a Rafael Doctor y que supo cambiar la imagen del museo, darle un gran dinamismo y concitar la atención de las nuevas generaciones y de otros públicos. Por otro lado, la programación internacional de los palacios del Retiro, de la que se encargaba Alicia Chillida. También la puesta en marcha definitiva del Departamento de Obras Audiovisuales, iniciado por Carlota Álvarez Basso, para lo que se trajo a Berta Sichel desde Nueva York.
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La reorganización de la colección permanente, para lo que contó con el apoyo intelectual de Valeriano Bozal, presidente del Patronato del museo. La Operación Picasso, con la complicidad de la familia, de grandes corporaciones y, sobre todo, del ministerio de Hacienda, además de una persona de la propia casa, Paloma Esteban, quien comisarió en 2001 una gran muestra sobre el artista. No puedo olvidarme tampoco del gran proyecto “Versiones del sur”, cinco muestras que devolvieron la necesaria mirada hacia el arte latinoamericano por parte del MNCARS. Y también recuerdo en este momento propicio para rememorar a los ausentes, la muestra de Juan Muñoz en el Palacio de Velázquez.
Ya en la Casa Encendida, contó con Carlos Alberdi, con quien había coincidido en Exteriores, quien le acompañaría también en su etapa como ministro, o con la acertada apuesta por Lucía Casani, que acabaría sustituyéndole cuando asumió puestos directivos en la Fundación Caja Madrid. Aquí supo crear certámenes como Generaciones o programas para nuevos comisarios, además de una programación en la que vuelvo a recordar otra muestra sobre Juan Muñoz, de quien Pepe me hablaba hace pocos días al recordar un dibujo que poseía y con el que, como decía, me quería poner “los dientes largos”.
Juan Antonio Álvarez Reyes es director del Centro Andaluz de Arte Contemporáneo (CAAC)