Aunque se han realizado muchas exposiciones sobre Francisco Leiro (Cambados, Pontevedra, 1957), la que ahora se presenta en el MARCO (Museo de Arte Contemporánea) de Vigo es una propuesta singular. Se trata de una muestra ambiciosa, amplia y original que recorre el arco cronológico que va de los años ochenta –momento en que empieza a consolidarse la carrera del escultor– hasta las obras de reciente producción.
La exposición no sigue un recorrido cronológico, sino que avanza por núcleos haciendo dialogar piezas de épocas diversas, así como también entrecruzando obras monumentales y trabajos de pequeño formato. La intención es aproximarse a Leiro de una manera diferente, introducir nuevas perspectivas, hacer, en definitiva, que las esculturas hablen por sí mismas dentro de esta red de asociaciones.
Aunque la obra de Leiro posee una dimensión literaria, que remite a la mitología culta y popular, y un registro humorístico, admite también otras lecturas. Es entonces, cuando la escultura se desnuda de estos contenidos literarios, que afloran otros valores y leyes, digamos, propiamente escultóricos: el volumen, el dinamismo, la expresividad del material, etc. Esta es la idea que sobrevuela la exposición, como lo ha expresado el propio Leiro en sus entrevistas y declaraciones en relación a la muestra.
Las esculturas hablan por sí mismas en esta exposición: una manera diferente de aproximarse a Leiro
Pero llegados a este punto, hemos de convenir que estos valores o leyes de la escultura no son principios puramente formales, un lenguaje aséptico y esterilizado, sino que en sí mismos –y en la forma en que los usa Leiro– poseen connotaciones de una gran carga simbólica.
En este sentido, la ubicación de la imponente Dama de Navalcarnero, la primera obra que encuentra el visitante, es muy significativa: se localiza en el panóptico de la antigua cárcel que ahora alberga el museo. Este epicentro, que permite visualizar todo el lugar desde un único punto, es un espacio de poder.
Pero es que la Dama de Navalcarnero, situada en este centro, también los es, en el sentido en que las sociedades arcaicas atribuyen capacidades mágicas a ciertos objetos de culto. Es un tótem o “gran espíritu” que se proyecta por los antiguos patios de la cárcel y –metafóricamente– hace emerger a los personajes y figuras de Leiro.
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La exposición se titula Lo antropomórfico, lo que puede tener diferentes interpretaciones, pero acaso también pueda entenderse, en el contexto en el que nos encontramos, como dar forma –humana– y por extensión, aliento y alma, a la materia, esto es, la experiencia de lo portentoso y maravilloso.
Aquel escultor de “los hachazos” se relacionaba con las nuevas figuraciones, pero la suya era una expresión muy personal
Cuando Leiro se dio a conocer, especialmente a partir de los ochenta, su obra sorprendió a todos y descolocó a muchos. Aquel escultor de “los hachazos” se relacionaba con los neoexpresionismos y las nuevas figuraciones del momento, pero la suya era una expresión muy personal que, sospecho, no tenía equivalente en el mundo de la escultura.
Puede que haya aspectos que generacionalmente lo asocien a Juan Muñoz, Stephan Balkenhol y Thomas Schütte, entre otros, pero los referentes de Leiro –lo hemos observado a medida que pasaba el tiempo– están en la gran tradición escultórica, en Henry Moore o en Constantin Brancusi, esto es, en la tradición del primitivismo.
El propio artista ha explicado que ha estudiado con suma atención la escultura arcaica griega y la cultura azteca, así como el románico y el barroco autóctonos de su Galicia natal.
Situarse en estos referentes, significa, por lo menos en el caso de Leiro, no solo adaptar e inspirarse en unos modelos formales –con unas leyes o principios determinados–, sino invocar los arcanos y misterios de que aquellas civilizaciones y culturas son portadoras y de los que, aún hoy en día, son capaces de hablarnos.
Francisco Leiro, y no puede ser de otra manera, se aproxima y reinterpreta aquellos lenguajes arcaicos desde una posición y sensibilidad contemporánea.
La suya era una expresión muy personal que no tenía equivalente en el mundo de la escultura
Al recuperar aquellas manifestaciones primigenias, se actualizan, de un lado, los mitos y los misterios antiguos, y de otro, se incorpora una dimensión chamánica y totémica, que remite a los rituales y objetos de culturas remotas.
Intuimos, sin embargo, que la ironía y el humor, tan recurrentes en la obra de Leiro, acaso sean un síntoma de autoconciencia: autoconciencia de la imposibilidad de esa escultura trascendente a la que parece aspirar el escultor.
Dama de Navalcarnero –situada, como hemos dicho anteriormente, en el panóptico del museo– posee, no obstante, algo de esa dimensión mágica de la escultura primitiva, porque parece tener la capacidad antropomórfica de generar formas e imágenes que surgen de la fricción entre enigmas antiguos y el mundo contemporáneo, como las fantasmagorías –en el mejor sentido del término– de las primeras proyecciones de cine.