A la exposición de Cinthia Marcelle en el Museo de Arte Contemporáneo de Barcelona se accede por una apertura realizada en el muro del atrio del museo. Sobre la pared a la que da acceso este vano, una pieza: una balda de madera pintada de blanco, un vaso de vidrio transparente y una columna de monedas apiladas: ¿estaban colocadas a la izquierda? ¿o a la derecha? Al mirarla surge esta duda, produce esta sensación de extraña familiaridad, de algo que ya ha sucedido.
Estos tres objetos cotidianos, parte de una de las obras más recientes de Marcelle, ya requieren por nuestra parte una mirada alerta e inquisitiva sobre lo que se ve y lo que no, lo que está sistematizado y pasa desapercibido, y las posibles irrupciones en este orden.
Si retrocedemos y miramos abarcando todo el frontal, se puede distinguir que a cada lado de la entrada se repite la instalación: estante, vaso, monedas. Son tan sutiles que puede que nuestro cerebro las registre sin que tengamos noción de haberlas percibido. En una de las ocasiones, la pila está a la izquierda, en la otra a la derecha del conjunto.
Marcelle ha apuntalado una de las trayectorias más sólidas e internacionales de las artistas brasileñas de su generación
Cuando se nos propone mirarla sin escapatoria, frontalmente, consigue trastocar nuestra noción espacial y temporal, provocar esa sensación de déjà vu, colocar el espacio y el tiempo en una línea no consecutiva y disruptiva. Esta obra, Sin título (Alí Babá, ciempiés, invertido), de la serie Ya visto, 2019 (2022), nos lleva al estado de atención necesario para explorar esta muestra.
También nos da varias claves sobre la práctica de la artista: la elaboración de gestos poéticos con elementos de la vida diaria que muestran cómo se impone un orden normalizado por su repetición, pero con pequeñas modificaciones que revelan que, bajo esta apariencia equilibrada, se infiltran posibilidades de cambio.
Situándonos de nuevo ante la pieza central, el diseño que han trabajado Marcelle y la comisaria Isobel Whitelegg, propone dos caminos: por la vía de la derecha llegamos a una sala en la que se acumulan en disposición cartesiana rollos de cordón, tela, plástico, cartón, cajas de cerillas, ladrillos, cintas adhesivas, plateadas, velcro, tizas, piedras, barriles, moquetas, blocs, listones y bolsas con plumas de gallina.
Como anuncia el lema de la bandera de Brasil “orden y progreso”, todo milimétricamente organizado. Pero aquí este sistema funciona como una barricada hecha por alguien que sufre un TOC, cerrando el paso.
[¿Hacia un arte situado?, por Manuel Borja Villel]
Tenemos que volver sobre nuestros pasos para seguir el otro pasillo alternativo: por la vía de la izquierda desembocamos en una gran sala donde reina el caos. Exactamente los mismos materiales y en la misma cantidad se despliegan de forma aparentemente anárquica. Seis personas tomaron este lugar durante las semanas previas a la llegada de Marcelle y lo vivieron sin tiempo, sin reglas, pactando entre ellas para ocuparlo y hacerlo propio.
El resultado invita a descubrirlo, perderse en él y abandonarlo: tenemos tres opciones para ello… Así, con las decisiones que tomamos, se completa La familia en desorden, 2018 (2022), un trabajo que supuso un cambio en la práctica artística de Marcelle hacia procesos abiertos de negociación y colaboración, en los que ella propone y al mismo tiempo se sitúa en un margen donde ya no tiene el control sobre el resultado.
La misma lógica aplicada en estos dos sites specific se traslada al resto de la exposición: en un recorrido fluctuante, con distintas opciones para continuar, vamos descubriendo, sin orden cronológico, las series fotográficas, vídeos e instalaciones con los que ha apuntalado una de las trayectorias más sólidas e internacionales de las artistas brasileñas de su generación (The Future Generation Art Prize, Kiev 2010, Bienal de Venecia de 2017, Bienal de Sharjah 2015, exposiciones en Nueva York, Porto Alegre o Viena).
La materia de trabajo se sitúa en lo cotidiano, y en especial en los materiales constructivos; usa el camuflaje y la distorsión casi onírica de sentidos establecidos, en un imaginario sociopolítico que viaja desde la tierra roja de Minas Gerais hasta urbes como São Paulo o Ciudad del Cabo, y nos hipnotiza con movimientos y ritmos repetitivos.
La materia de trabajo de Marcelle se sitúa en lo cotidiano, y en los materiales constructivos; usa el camuflaje y la distorsión
Marcelle realiza asociaciones entre lo material y la imagen, y por ello, entre lo material y la situación social del contexto: ya sea ocultándose en el paisaje de una ciudad, invitando a la acción sutil a un trabajador, confundiendo escenarios casuales con aspecto de orquestado, como los malabaristas callejeros con fuego, o, a la inversa, como el baile infinito de máquinas excavadoras, o dejando que entre todas reescribamos dramas teatrales en una radio online.
[Arquitectura, performance y humor]
Todas estas colaboraciones que Cinthia establece en cada trabajo le sirven para invitarnos a aventurarnos juntos en una quiebra del pensamiento hegemónico, fijo y binario. Su desorden no significa caos, sino mutabilidad, fluctuación, multiplicidad y transformación permanente.
Citando a Édouard Glissant, como hizo la directora del MACBA, Elvira Dyangani Ose, en la presentación de la muestra, “obras que son situaciones para un llamado al desorden como lugar de experimentación para la emancipación”.
Impacto en Venecia
Cinthia Marcelle (Belo Horizonte, Brasil, 1974) ha creado un lenguaje propio a partir de objetos y materiales cotidianos como tierra, tizas, polvo y ladrillos. Con sus grandes instalaciones y su obra fílmica, de fuerte impacto visual, ha alcanzado fama internacional. En 2017 fue premiada en la Bienal de Venecia.