La profesora, poeta, ensayista y traductora portuguesa Ana Luísa Amaral (Lisboa, 1956) residente, desde niña, en Leça de Palmeira, cerca de Oporto, donde murió el pasado 5 de agosto, ya había publicado en España Oscuro (Olifante, 2015) y What’s In a Name (Premio del Gremio de Libreros de Madrid, Sexto Piso, 2020), así como la antología El exceso más perfecto, editada por Pedro Serra para la Universidad de Salamanca (2021) con motivo de la concesión del Premio Reina Sofía de Poesía Iberoamericana.
Sus versos también figuran en los florilegios Portugal: La mirada cercana (Hiperión, 2001) y Sombras de porcelana brava: Diecisiete poetas portuguesas (Vaso Roto, 2020). En su país está en prensa Poesía Reunida (1990-2021), un volumen que recogerá su obra poética completa. Por su parte, Mundo es su decimoséptimo libro de poesía. En el primer poema leemos: “conmigo compartid / este sosiego”.
“Emily Dickinson [a quien la espléndida poeta portuguesa dedicó su tesis doctoral] decía que la poesía es posibilidad. Poesía puede serlo todo porque es una forma de abrirse al mundo y al otro”, señala Amaral. Y entre la realidad más cercana –lo cotidiano (“O de un casi marítimo papel chino”) y lo menudo (“El soplo”)– y la inevitable presencia del semejante –lo ético (“Tren a Cracovia”)– se conforma esta poética que aporta claridad a lo oscuro, luz al misterio. Ella se ha referido a su “mirada diagonal a las cosas”; visión inseparable, cabe subrayar, de su condición de mujer. De mujer feminista, además.
Porque, según ella, “todo poema trata de quien lo escribe”, ese mundo (y la historia y la política) y ese yo (y su genealogía) son, inequívocamente, los suyos.
Observadora nata, atenta a cuanto sucedía a su alrededor, trae a sus composiciones a los seres y las cosas más comunes. Animales (la primera parte, “Casi en égloga, gentes”, es una suerte de bestiario): el ciempiés, la urraca, la ballena azul, la araña, el pez, la abeja, el pavorreal, la gata, etc.; árboles (“Marcas”) y plantas (el jardín ocupa un lugar central en su universo); y cosas: la mesa, las botas, el cuchillo, la aguja, etc.
Ana Luísa Amaral: "La poesía no sirve para nada y por eso es absolutamente fundamental"
Sorprende el salto que da desde lo anecdótico y casual hasta lo sustancial y razonado. Por eso sus finales son tan insólitos como imprevisibles. Para conseguirlo, su lenguaje se adapta a la aparente sencillez y busca la concisión, la sobriedad y la elipsis; algo que aprende de la tradición poética anglosajona, que tan bien conoce. No le hace ascos al humor y a la ironía ni teme pecar de prosaica. Ni a los clásicos, como se aprecia en el romance rimado que dedica a la araña.
La atmósfera dickinsoniana, tan propia de ella, se respira en “El viento y la flor”; ejemplo de un minimalismo que usa con naturalidad.
Destacaría del conjunto de Mundo los poemas “La mesa” (“Mi patria / es esta sala que se abre a la terraza / y es también la terraza con sus flores…”), “La lucha” (“Ahora lo que importaba / era sobrevivir , / ser libro”), “Oda al cigarrillo”, “Hoyo negro…” (“Mirar la oscuridad / de lo invisible”) , “La casa y el tiempo” (sobre versos que perdió), “Hablando lenguas” (en Praga) o “Qué será, será: mundos después”.
La mesa
Mi patria
es esta sala que se abre a la terraza,
y es también la terraza con sus flores
que están ahí meses y meses, y son para mí luminosas
incluso cuando toman el color
del viento triste
Mi patria
es el mantel blanco que me cubre, son los platos
que sostengo cada día, los brazos
que se acercan a mí,
hasta el agua donde casi me ahogué,
por culpa distraída de la mano que en mi cuerpo
la colocó, mano insensata
que se olvidó de proteger
Muy pronto empecé a conocer
a mi patria. [...]