Es posible que nada hiciera presagiar que su futuro iba a estar en la fotografía. Ilse Bing (Frankfurt, 1899 - Manhattan, 1998) nació en el seno de una familia judía en la que adoraban las ciencias. Los estudios de Bing giraban en torno a las Matemáticas y la Física y para su tesis empezó a fotografiar con un objetivo puramente documental. Entonces se dio cuenta de que su verdadera vocación hundía sus raíces en el arte y en 1929 decidió abandonar sus estudios para reinventarse a sí misma con su Leica como herramienta principal.
A principios de los años 30 se trasladó a París atraída por las vanguardias. Allí, dio rienda suelta a su creatividad mientras compaginaba proyectos fotoperiodísticos que le llevaron a hacerse un hueco como una figura esencial de la fotografía moderna. Su mirada era diferente, buscaba nuevos ángulos, nuevos espacios desde los que capturar los temas que más le interesaban. Su capacidad de innovación y de autodeterminación a través de la cámara llevó a fotógrafos como Cartier-Bresson o Brassaï a apodarla como ‘La reina de la Leica’.
Fueron años provechosos: en 1931 conoció a Hendrik Willem van Loon, quien apostó por su trabajo y lo introdujo en Nueva York, donde la galería Julien Levy le dedicó su primera muestra tan solo un año después. Pero hubo un contrapunto en su trayectoria y el avance del nazismo la llevó a exiliarse, junto a su marido, en Nueva York. Aunque cargó con su trabajo durante el trayecto, el coste de introducirlo en la ciudad era tan elevado que tuvo que desprenderse de parte de él.
Frankfurt, París y Nueva York forjaron, por tanto, un corpus que ahora reivindica la Fundación Mapfre en su sede de Madrid, donde se reúnen 190 imágenes a través de las que es posible trazar el recorrido de una fotógrafa que trató de huir de cualquier tipo de etiqueta. “Ilse Bing escapa a cualquier tentativa de clasificación”, advierte Juan Vicente Aliaga, comisario de la muestra. Es cierto que Bing “empezó su trayectoria en un contexto como el alemán, en Frankfurt, a finales de los años 20 y que su obra está impregnada de elementos visuales de lo que se llamó La Nueva Visión y de La Bauhaus”. Y no lo es menos que sus instantáneas cuentan con “planteamientos surrealistas que acusó durante los años 30”, periodo en el que vivió en París.
Sin embargo, para Aliaga, “la posición en la que se sitúa Bing es resbaladiza, contraria a toda ortodoxia visual, de modo que es difícil adscribirla a una corriente determinada”. Y ahí radica, precisamente, su singularidad. Esta exposición, en la que vemos naturalezas muertas, naturaleza viva, autorretratos y escenas callejeras, nos lleva a descubrir a través de los ojos de Bing cómo eran París y Nueva York y cómo las sintió la fotógrafa en las distintas etapas de su vida.
“Su obra está dotada de una singularidad y se puede afirmar que estamos ante una mirada y una concepción de la fotografía harto singulares en las que modernidad e innovación formal van de la mano de un talante humanista en el que anida una conciencia social”, apunta Aliaga.
Esa conciencia de clase queda registrada en algunas imágenes que Bing tomó en París. A raíz de un encargo descubrió las bolsas de pobreza de la ciudad, retrató los comedores de beneficencia a los que asistían los indigentes y se adentró en el entonces empobrecido barrio de Marais. También retrató a las clases menos privilegiadas en una ciudad de Nueva York llena de contrastes entre los rascacielos y la vida de las clases más desfavorecidas.
El recorrido recoge la variedad de asuntos que interesaron a Bing a lo largo de su trayectoria, desde sus inicios en Frankfurt hasta su exilio en Nueva York, desde los años 20 hasta 1959. En realidad, su trayectoria, “en la que convive la faceta más creativa y de iniciativa propia con los encargos de diferentes revistas ilustradas alemanas y francesas”, está determinada por las ciudades en las que Bing vivió. Si bien es cierto que visitó otros países y ciudades, fueron el Frankfurt anterior a los años 30, el París de esa década y el Nueva York de la posguerra las que marcaron su trayectoria.
Diez secciones
Las diez secciones de las que se compone esta retrospectiva recorren los grandes temas que Ilse Bing abordó con su Leica, “herramienta que entendió como fundamental para captar la realidad”.
La primera nos adentra en sus primeros años en Alemania mientras que la segunda, y la más amplia, “se enfoca en el periodo francés de Bing, cuando vivió allí durante los años 30, pero también a sus posteriores visitas”, apunta Aliaga. Aquí se reúnen “sus mejores imágenes, esas en las que capta la vibración de las escenas callejeras de París, donde disfruta de una etapa de experimentación en la que vuelca un espíritu técnico y vanguardista al estilo de Man Ray”.
Así, se van sucediendo sus escenas de naturalezas muertas que tanta fascinación le produjeron y la arquitectura moderna. “En el episodio dedicado a Francia vemos que se sintió fascinada por la Torre Eiffel, como ya lo había sido László Moholy-Nagy, pero en su mirada hay una diferencia: busca integrar el armazón, las vigas, con la presencia humana”, apunta Aliaga. Bing se mete en el cuerpo de la torre, se eleva, mira hacia abajo y “capta el bullir de la zona”.
Por supuesto, la magnitud y el tamaño de la arquitectura americana la deslumbra y al mismo tiempo “le permite encontrar una forma de reducir esa maravilla de la potencia económica de América con escenas de la arquitectura de barrios donde viven sectores de la población no tan privilegiados”, advierte el comisario. Su primera visita a la gran manzana tuvo lugar en 1936, año en el que fue invitada a exponer su obra.
Muy diferente fue su experiencia cuando se trasladó con la condición de exiliada. Algunas de las imágenes de esta segunda etapa americana “muestran una mirada desalentada y de aislamiento que sintió al llegar, había sido expulsada de París y esas difíciles primeras vivencias y esa melancolía se transmiten en su trabajo”, opina Aliaga.
No obstante, no todo es sufrimiento en su trayectoria. Aunque a Bing siempre le atrajo la abstracción, su espíritu entusiasta y abierto a lo dinámico le llevó a indagar en torno al cuerpo y el movimiento de este a través de la danza que retrató tanto en un Moulin Rougue venido a menos como en ballet L'Errante, del coreógrafo George Balanchine. Allí retrató el dinamismo de las faldas de las bailarinas y el movimiento de los cuerpos en momentos de saltos y bailes.
Como muchas otras fotógrafas, Bing “exploró el tema de la identidad propia a través de una serie de autorretratos indirectos y elusivos en los que se representa a través de reflejos y sombras”, recuerda Aliaga.
La moda fue otra de las facetas que abordó en Nueva York cuando en 1933, y a través de su amiga Daisy Fellowes, empezó a trabajar para la revista Haper’s Bazar. Aunque esta le sirvió “para sobrevivir”, Bing la dotó de nuevas características buscando la innovación a través de “encuadres cerrados con los que otorga sensualidad a los objetos mientras su mirada se centra en las texturas de los abrigos y los guantes”.
Por supuesto, la cuestión del tiempo la trató a través de retratos tanto de niños como de adultos que hizo a lo largo de su existencia. El tiempo, eso que tanto nos gusta medir y controlar, hizo que Bing decidiera, en 1959, que “la fotografía no le podía aportar nada más o que ella no podía aportar nada más a la fotografía”. En ese punto, la artista cerró su ciclo fotográfico para dedicarse al collage y a la poesía hasta su muerte a los 99 años.