El día soleado que ha amanecido en Madrid poco tiene que ver con el cielo lluvioso de Bilbao. La videollamada conecta los dos extremos meteorológicos con un simple clic y la pantalla del ordenador nos devuelve una imagen cuanto menos inesperada del despacho de Juan Ignacio Vidarte (Bilbao, 1956).
Sobrio y austero, las tres pizarras organizadoras y las estanterías repletas de catálogos y archivadores son su única decoración. El paraguas todavía mojado, desplegado en el suelo, hace que su oficina contraste todavía más con la espectacularidad del museo que dirige desde antes incluso de su apertura al público y al que lleva vinculado desde 1991, cuando fue nombrado director del consorcio creado para llevar a buen puerto el proyecto.
Pregunta. ¿Cómo se gestó? ¿Cómo se interesó la Fundación Guggenheim por Bilbao?
Respuesta. En aquel momento, fin de los 80 y principios de los 90, Bilbao estaba en una situación muy crítica. Se concentraban varias crisis. La económica, derivada de que muchas instituciones o empresas que habían sido importantes para la economía de la ciudad estaban en declive; ETA estaba en plena actividad terrorista; España llevaba solo 5 años en la Unión Europea…
»Ahora se ve claro que era un punto de inflexión, pero en aquel momento se veía como una crisis. Desde Bilbao se trató de ver más allá y reforzar el papel que la cultura tenía en la ciudad. Estaría bien contar con alguna infraestructura cultural que tuviera esa proyección más allá del ámbito regional. Por casualidad supimos que desde la Fundación Guggenheim estaban pensando en la expansión. Thomas Krens vino a Madrid a inaugurar una exposición de la Colección en el Reina Sofía y allí empezó todo.
"El Guggenheim era un proyecto de cambio, que anticipaba la importancia de la cultura como variable de transformación"
P. Hubo muchas opiniones en contra del proyecto, por el desembolso económico, por ser un museo extranjero, por el edificio… ¿Cómo lidió con aquello?
R. En un momento complicado, de crisis económica y social profunda, un proyecto de esta naturaleza, que se planteaba como un proyecto de transformación, que no venía a mantener una situación sino a cambiarla, se veía con ojos críticos y escepticismo. Es verdad que no había nada igual.
»Era un proyecto de innovación disruptiva, de cambio, que anticipaba la importancia que la cultura como variable de transformación podía tener en una sociedad, la importancia que para los museos empezaba a tener la experiencia del visitante y, en ese sentido, la importancia de la arquitectura para configurar unas condiciones que permitieran que esa experiencia fuera única. Sabíamos que hacer algo nuevo y diferente iba a generar rechazo.
P. También desde el mundo artístico hubo críticas: usted no venía del mundo del arte, la Fundación y la Colección Guggenheim era vista como algo ajeno…
R. Sí, hubo bastante oposición desde la comunidad artística vasca y también desde la española. Yo lo viví con naturalidad, aunque no fue una situación agradable. No se quería entender que este era un proyecto de transformación, de cambio, de inversión. Se creía que iba a retraer recursos que iban a afectar negativamente a otras instituciones y a sus recursos y a los artistas que se beneficiaban de ellos, por lo que hubo una reacción defensiva. Por otro lado, hubo una reacción ideológica: por qué una institución americana, por qué no dedicamos más recursos a cultivar el arte de nuestros artistas…
»Por nuestra parte el mensaje era claro: este museo no pretende reemplazar a ninguno ni convertirse en el único foco de actividad artística. Se va a cubrir un hueco que existe y que nadie cubre, el de una institución dirigida a una audiencia universal, local pero también internacional.
»Un museo con una programación definida por la calidad y no por la geografía, sin pretender entrar en el terreno de otros, sino asumiendo que, dentro de esa idea de reforzar la centralidad cultural, había que apostar también por el refuerzo de las instituciones existentes. Este no es un museo de arte vasco. En estos 25 años hemos sido coherentes con este mensaje y esta claridad nos ha generado críticas.
"Este no es un museo de arte vasco. En estos 25 años hemos sido coherentes con este mensaje y esta claridad nos ha generado críticas"
P. ¿Qué apoyos o sinergias ha echado de menos durante estos menos?
R. Estoy contento con el nivel de apoyo que ha tenido el museo, pero siempre aspiramos a más. Para un museo localizado en Bilbao es más difícil obtener apoyos privados y corporativos que para un museo localizado en Madrid o París. Pero así son las condiciones de partida.
»Me hubiera gustado tener mayor conexión y apoyo del ámbito artístico, pero comprendo que con un museo como este que tiene una programación muy definida desde el punto de vista de sus objetivos de presencia, de proyección, no es fácil. Estamos en Bilbao, por lo que las exposiciones que hacemos deben tener una duración suficientemente larga para permitir que la audiencia potencial tenga posibilidades de venir a verlas.
»Eso significa que el número de proyectos que podemos hacer en un año es limitado y que los artistas a los que podemos dedicar exposiciones son también limitados y eso muchas veces dificulta esa relación de proximidad que a veces nos hubiera gustado tener. Pero en general estoy contento y después de las críticas y escepticismos iniciales me he sentido siempre bien acogido.
[Historia de un proyecto transformador]
P. Usted veía del mundo de la empresa, ¿cómo ha cambiado su relación con el arte en estos años?
R. Ya son 30 años en este mundo, más de media vida, en realidad… Siempre he sentido un enorme respeto por el arte, aunque mi formación académica no era del ámbito artístico. Es un privilegio extraordinario el haber podido tener la oportunidad de conectar con este mundo y con muchos de sus artistas fundamentales del siglo XX y del XXI.
»Sé que para algunos he sido un outsider, pero en realidad esto me ha dado cierta ventaja ya que no he estado ligado a grupos de presión o de influencia y he tenido más clara cuál era mi función: definir y hacer posible que los parámetros de funcionamiento de esta institución, que básicamente no han cambiado desde hace 25 años, se mantengan. Generar el mayor espacio de libertad y de independencia para que los comisarios y curators del museo puedan desarrollar su trabajo.
»El museo tiene que tener unas estructuras de funcionamiento que sean sostenibles porque eso es lo que permite que no sean flor de un día sino que tengan garantía de estabilidad.
"Sé que para algunos he sido un 'outsider', pero en realidad esto me ha dado ventaja ya que no he estado ligado a grupos de presión"
P. ¿Cuánto debe Bilbao al Guggenheim y viceversa?
R. Creo que como en todas las buenas relaciones es algo mutuo. Hay un antes y un después en Bilbao gracias al museo, pero evidentemente el museo no podría existir sin Bilbao, no solo como lugar geográfico y físico, sino en Bilbao como símbolo de esa apuesta de futuro y de ese plan más amplio de transformación del cual el museo forma parte.
P. ¿En qué medida se han frenado las compras con las crisis de los últimos años?
R. La colección sufrió un parón drástico en cuanto a las adquisiciones desde la anterior crisis económica en 2009-2010 hasta hace dos o tres años. Mientras en el funcionamiento del museo el 70% de los recursos provienen de la propia gestión o de aportaciones privadas y hay una subvención minoritaria pero importante, en el caso de las compras estas se hacen con recursos provenientes al cien por cien de las instituciones públicas, en nuestro caso de recursos que provienen del Gobierno Vasco y de la Diputación de Vizcaya.
»Estas dos instituciones aportaron los recursos necesarios para ir creando la colección hasta la crisis del 2009 y 2010, ahí se paralizaron las aportaciones y hemos estado 8 años sin poder realizar compras. En 2019 se empezó modestamente a recuperar el ritmo y hemos ido, aunque no hemos llegado a los niveles precrisis, pero estamos poco a poco recuperando esas aportaciones y por lo tanto la posibilidad de realidad adquisiciones para la colección.
P. Muchos museos están realizando una relectura de sus colecciones en clave feminista o anticolonialista. ¿Esto marca también al Guggenheim?
R. Nuestra colección tiene unos parámetros definidos que son los que se han mantenido a lo largo de estos años. Es una colección que empieza en la segunda mitad del siglo XX y llega hasta nuestros días. Sus ejes son la relación del arte europeo y americano, la vocación de contar con obras singulares de los artistas fundamentales de ese periodo, el énfasis por tener conjuntos representativos de algunos de los artistas importantes, los encargos para lugares específicos del museo, la atención al arte vasco y español de esta época.
»En sus orígenes el museo no contemplaba parámetros que luego se han ido ampliando como el de género; los parámetros geográficos -nuestra colección inicialmente estaba muy centrada en ese dialogo entre Europa y América pero desde hace unos años se ha ido ampliando para acoger obras representativas de artistas que han trabajado en otros ámbitos geográficos-; el ampliar también los medios que están representados en la colección que inicialmente estaba muy centrada en escultura y pintura y que se va enriqueciendo con fotografía, vídeo e instalaciones.
»El museo evoluciona para ser reflejo de las sensibilidades sociales y es evidente que en estos últimos años hay un interés creciente por no desatender aquello que por razones de cerrazón o de inercia del pasado no se había atendido correctamente. Lo que no tenemos es una aproximación ideológica. Es evidente que hoy el discurso de muchos artistas y curators refleja esa sensibilidad y en la medida que ellos la reflejan, también lo hace el museo.
"El Gobierno Vasco y la Diputación de Vizcaya paralizaron sus aportaciones en 2009 y hemos estado 8 años sin poder realizar compras"
P. ¿Cómo definiría el museo hoy?
R. El Guggenheim de hoy sigue respondiendo a los mismos rasgos de ADN que tuvo en su origen. Es un espacio de innovación, de disrupción, de imaginación. Sigue siendo un elemento de transformación social: un espacio que intenta condensar la excelencia y ofrecer al visitante la oportunidad de tener unas experiencias únicas de contacto con el arte de nuestro tiempo. Para eso nacimos y eso sigue siendo hoy.
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P. ¿Cómo encaja aquí el Guggenheim de Urdaibai?
R. Todavía es un proyecto, no es una realidad ni siquiera un proyecto con garantía de que se vaya a desarrollar. Es un sueño antiguo. Si el museo de Bilbao ofrece una experiencia museística tradicional, urbana, de visita rápida de una o dos horas de duración, aspirábamos que pudiera se complementada con una visita relacionada con la naturaleza, una visita lenta, con la posibilidad de acceder a prácticas artísticas que estuvieran más cerca del proceso, en la relación entre diferentes disciplinas creativas y con estrecha conexión con la naturaleza.
»Y creíamos que esto podía ocurrir en este espacio de Urdaibai, que es una reserva natural que está a media hora de Bilbao, pensamos que podía ser un complemento perfecto a lo que podemos ofrecer aquí a los visitantes. Pero no es una segunda sede, es más una ampliación. Tiene un apoyo confirmado por parte de la Diputación Vizcaya, pero eso no es suficiente.
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P. Más allá de esta ampliación, ¿cuáles son los planes de futuro inmediato del muso?
R. Los 25 años es buen momento para mirar al pasado pero sobre todo para mirar al futuro, a los próximos 25. Vemos el futuro como una continuación del presente pero teniendo en cuenta que el cambio es consustancial a nuestra realidad de ahora. En los próximos 25 años va a seguir aspirando a ser un elemento de transformación, como lo ha sido hasta ahora, a que siga siendo fiel a su esencia como instrumento de innovación, de disrupción, de imaginación, de inspiración.
»Esperamos que el museo sea cada vez más sensible a esas nuevas preocupaciones sociales a las cuales un museo tiene que dar respuesta, está la sostenibilidad, pero también la accesibilidad, la equidad, la inclusión. Queremos seguir siendo un museo que aspire a la excelencia, y a que lo que hagamos siga generando el interés de visitantes que vengan de todas partes del mundo.
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