Es la primera retrospectiva que un museo español dedica a la artista Jutta Koether (Colonia, 1958). Comisariada a cuatro manos por Beatriz Herráez y Catalina Lozano, Black Place se despliega mediante un conciso conjunto de obras que cubren, desde 1987 hasta la actualidad, treinta y cinco años de la carrera de una figura inclasificable.
No es 1987 un punto de partida aleatorio, sino la última y única ocasión en la que Jutta Koether fue invitada a mostrar su trabajo en España. Concretamente en la colectiva que ella, Bettina Semmer y Rosemarie Trockel realizaron aquel año en Sevilla, en la galería La Máquina Española, y en un momento en que, como apuntó Quico Rivas, merodeaba por la ciudad “una fracción alemana del ejército nómada”. Sin embargo, y aunque un año antes Koether y el crítico Diedrich Diederischsen habían firmado para la revista inglesa Artscribe un artículo que daba una visión del contexto artístico español, aquella incursión ibérica no se alargó en el tiempo, como sí lo hizo la de Trockel o Semmer.
Caminamos por una sala precariamente iluminada, casi vacía, y así arranca la exposición. Al fondo, sobre un mural negro, se recortan las líneas de un esbozo metálico. Se trata, quizás, de la cabeza de una mujer que será recurrente en otras de las pinturas que nos recibirán al doblar la esquina.
La artista tiene una visión multidisciplinar del arte en la que pintura es un punto de arranque
Desembocamos en uno de los imponentes espacios de Artium, atravesado por dos de sus características cerchas, y con tres óculos en la parte superior que la comunican con la plaza y filtran al interior la mayor parte de una escasa iluminación que mezcla la frialdad del otoño con la calidez de algunos focos.
La figura femenina plantea una presencia simbólica que se manifiesta a través sus representaciones pictóricas, pero también metapictóricas, mediante el hecho de ser ella, artista mujer, la que vuelve sobre la Ofrenda a Venus que Rubens copió de Tiziano. Es el caso de Touch and Resist 5 (after Rubens copying Titian), una gran tela de proporciones colosales que preside el conjunto y que articula espacialmente este sobrio montaje que invita a un recorrido pausado.
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La de Koether, como reseña ampliamente el texto que Catalina Lozano ha escrito como guía para Black Place, no es una trayectoria al uso. A la amplia experiencia como crítica para revistas como Artforum, Flash Art o la citada Artscribe, se suma una visión multidisciplinar del arte que tiene en la pintura un punto de arranque desde el que abordar performances o conciertos que, a ojos del espectador, jamás toman la dirección esperada.
Ella misma, en una conversación mantenida con Peio Aguirre en 2011, asumía estar “muy habituada a realizar o performar ciertos tipos de práctica en el lugar incorrecto”. Un proceder que, cuando uno recorre esta exposición, se vuelve patente. “Suelo aplicar la misma ética de obstaculizar a mis propias producciones: las cosas se borran, se rompen, se pierden, la pintura es demasiado fina o demasiado gruesa, hay demasiados (o demasiado pocos) efectos pictóricos, etc.”.
Transitar por Black Place es de algún modo desconcertante y cautivador. Jutta Koether es de pronto una pintora alemana que parece huir de ambas atribuciones.