Quizá el nombre de Isabel Santaló resulte desconocido para muchos. Y la realidad es que la pintora del círculo de Antonio López conoció el éxito hace 50 años aunque su nombre se fue desvaneciendo. Tanto es así que ni expertos ni historiadores del arte la recuerdan. Excepto el propio artista: “Fue una pintora muy conocida y a la vez muy enigmática. Pero su pintura en algún momento desapareció”, recuerda.
Recuperar su figura es el propósito de La visita y un jardín secreto, un documental dirigido por Irene M. Borrego que acaba de recibir el Premio a Mejor Película Nacional en L'Alternativa, el Festival Internacional de Cine Independiente de Barcelona y que se ha proyectado estos días en el Auditorio Sabatini del Museo Reina Sofía en el marco del programa audiovisual Intervalos.
Grabado al completo en la modesta casa de Madrid en la que vivió con su gato Ramsés, en esta cinta vemos a una mujer anciana a la que le tiemblan las manos por el Párkinson pero no la voz. No titubea, de hecho, en ocasiones parece hablar desde el enfado y la ira, como si la visita de las cámaras de pronto hubieran perturbado el silencio de su piso, un silencio quizá escogido voluntariamente.
La visita y un jardín secreto se convierte en un documento que trae al frente a Isabel Santaló, un ajuste de cuentas con la memoria y con un pasado que no parece haberla echado de menos. Solo así se podría entender que durante la hora de metraje no se muestre ninguna de sus obras. Aunque lo cierto es que la realidad puede que sea otra: el corpus principal de su trabajo, recuerda Irene M. Borrego, está desaparecido mientras que algunos lienzos menores los guardaba la propia Santaló, y con recelo, tras la única puerta cerrada de su casa, una casa en cuyas paredes vemos las alcayatas que algún día sostuvieron quién sabe si alguna de sus pinturas.
“Isabel Santaló tenía mucha dignidad, no tenía una personalidad avasalladora, era una presencia discreta, muy reservada, no trataba de ser simpática. El hecho es que desapareció y da la sensación de que nadie la echó de menos”, reflexiona Antonio López, que sitúa la cinta a la altura de El sol del membrillo, película que Víctor Erice dirigió en 1992 y en la que habla de su proceso creativo. Sin embargo, la intención de la película no es demostrar si Santaló era “una buena pintora sino que quiere reflexionar sobre el proceso creativo, el arte y la vida”, apunta la directora.
Una pintora enigmática
Lo cierto es que se sabe bastante poco sobre la vida de Isabel Santaló, nacida como Isabel Martínez Ruiz en Córdoba en 1923 en una familia acomodada. Desde joven mostró interés por el arte, se formó en el Centro de Artes y Oficios de la ciudad y pasó a estudiar en la Academia de Bellas Artes de San Fernando de Madrid.
Sorprende descubrir que, a pesar de haber expuesto en importantes galerías como Biosca y haber sido protagonista de ensayos escritos por Vicente Aguilera Cerni o José Manuel Caballero Bonald, apenas haya documentación sobre ella ni sobre su obra. Cuando Irene M. Borrego empezó a rodar esta película tampoco Caballero Bonald la recordaba. Y quizá llame aún más nuestra atención conocer que recibió varias becas de formación que cursó en Italia, París y Nueva York.
Fue, también, pionera en el arte de la restauración y pudo ver cómo su obra se expuso en once muestras colectivas y doce individuales. Aunque cueste reconocerlo, tal vez Antonio López tenga razón cuando afirma que “el presente es muy invasivo, exige mucha atención, lo borra todo, apaga todo lo demás”.
Por eso, para descifrar el enigma de Santaló solo podemos confiar en las palabras de uno de los artistas más populares de nuestro país y el último superviviente del hiperrealismo español, unas palabras que nos guían durante La visita y un jardín secreto. Tan importantes, o más, se vuelven las palabras secas, recias y directas de Isabel Santaló. “En el arte no hay reglas, estás huérfana, eres tú la que te tienes que encontrar. ¿Cómo? Trabajando, pensando, aceptando que te equivocas, soñando que vas a llegar, apretando a veces los dientes”, afirma.
Isabel Santaló a través de Antonio López
Aunque Isabel Santaló desapareciera del círculo artístico de Antonio López, Fernando Zóbel y Carmen Laffón, y a pesar de que no hay pintura alguna en la colección, por ejemplo, del Museo Reina Sofía, el pintor manchego recuerda nítidamente su obra. La suya era “una pintura despojada, desnuda de artificios y eso era un mérito porque hacía difícil comprenderla. Era una pintora muy buena pero no ha sido comprendida”, se lamenta. Daba la sensación, continúa, de que “estaba entregada a la pintura y a la vez no podía dar el salto que le permitiera una relación mayor con el público”.
En cualquier caso, la pincelada de Santaló era “luminosa y seca, de formas simples, áspera, honesta, auténtica y secreta, como era ella”, defiende. “Tenía algo de jardín secreto, si entrabas allí podías encontrar muchas cosas atrayentes, cosas bonitas, aunque parecía que ella no quería mostrarlas”, sugiere López. Sin embargo, el propósito de Santaló era, en palabras de la propia artista, “llegar al arte sin que sea ni de ayer ni de mañana, tan solo arte”.
Irene M. Borrego es, además, sobrina de esta pintora en cuya familia siempre fue la oveja negra, un ser particular del que apenas se hablaba y cuando se hacía no siempre se hacía de manera positiva. Sin embargo, la cineasta ha querido rescatar a su tía del olvido y darle la oportunidad de mostrar cómo el pasado puede llegar a borrar todo tipo de rastro. Y lo hace de manera austera, sin artificios, mostrando a una anciana que se aferra a la vida para perfilar una singular mirada sobre el arte. Como detalla la propia directora, se trata de “una obra sobre la memoria y el olvido, sobre el proceso creativo y sobre lo que significa ser mujer y artista”.
Y, de pronto, en una vieja cinta grabada durante la comunión de Irene M. Borrego aparece Isabel Santaló de espaldas, sentada a una mesa. No le vemos la cara, tan solo su pelo, ya canoso. Y en ese momento recordamos las palabras de Antonio López y pensamos que a lo mejor tiene razón al apuntar que, quizá, la pintora quiso desaparecer.