Las palabras del título están tomadas de Ovidio (Tristia, I, 3, v. 1), donde el clásico rememora su salida de Roma al exilio, siendo tristísima la imagen de esa noche para el poeta latino. Para el poeta, para el verdadero poeta, el exilio es un salir del mundo para vivir en las palabras, palabras poéticas las de Pere Gimferrer como pocas otras.
La noche del título sirve de fondo sobre el que se proyectan a modo de gran oxímoron todos los poemas de este libro y, en realidad, de toda su obra, una obra a la que José Luis Rey, excelente poeta y excelente conocedor de la poesía gimferreriana, caracteriza en el epílogo como “dádiva de un poeta solar”. Y así es, como explicaba en una entrevista reciente, porque “la poesía me surge de un fogonazo”.
Dado que el catálogo de lo luminoso en su poesía excedería estos párrafos, baste recordar algunos títulos de sus libros, como Arde el mar (1966), La llum (La luz, 1992), Las llamas (2018), y añádase este verso de “Arte poética”: “ver en la luz en tránsito de la luz”. En esas palabras queda expresa la imposibilidad de ver por el resplandor de la luz que ciega, y lo decía bien claro también en otro de sus títulos: Foc cec. Y no debe obviarse la proliferación del campo semántico del ver, “ojos”, “visión” etc... y sus contrarios: “oscuridad”, “ceguera”.
Puesto que se trata de ver lo que no se presta a la vista, por tanto, a la videncia, ese acontecimiento del que el ejemplo supremo es la obra de Rimbaud, sucede que en la poesía de Gimferrer, como en la de aquel, ya no se habla de las cosas que las nombran, sino de las palabras mismas. De ahí el efecto taumatúrgico que produce la lectura.
Desde esta poética, Pere Gimferrer (Barcelona, 1945) es el autor de una obra poética extraordinaria, en español, catalán e italiano, además de novelas, numerosos ensayos sobre literatura, arte y cine y en todas sus páginas se muestra como un sabio. Ni que decir tiene que ha contado siempre con una excelente recepción y que cuenta con todo tipo de reconocimientos.
Gimferrer es el autor de una obra poética extraordinaria, en español, catalán e italiano, además de novelas y numerosos ensayos sobre literatura, arte y cine
En Tristissima noctis imago se reúnen dieciséis poemas y en todos ellos encontrará el lector la intensidad poética que caracteriza su escritura. “Rendez-vous”, que abre la colección, la extensa enumeración produce, en lo que Gimferrer es un maestro, una especie de hechizo por el que el lector yerra por frases y frases que se suceden, como el lenguaje obliga, al tiempo que se superponen en sus significaciones –más todavía, cuando uno de los miembros de la secuencia dice “lo binario” o “rostros azules […] ya no son y ya son”–, muestra tanto de, si no la imposibilidad, sí de la dificultad del decir, como del callejón sin salida en el que deja al lector en su búsqueda de sentido.
Bellísimo el homenaje a María Victoria Atencia, la glosa a la pintura de vanitas de Valdés Leal con la petición “fléchame, flechador, flecha mi cuerpo” por destacar algunos de los textos cuando todos son cúspide.
La serie de poemas breves, algunos escritos en catalán y traducidos por Justo Navarro, son verdaderas iluminaciones. Así, “Ausencia”: “El ángel de los párpados azules / repliega el cielo en plena oscuridad”, o “D’oriental zafiro”: “La noche de las cántaras de fuego, / estampada en los ojos del azul”.
Como en el resto de su obra, estos poemas ordenan el mundo en ritmo, al tiempo que su decir es traslación de visiones a palabras que las transmite, y las regala, al lector en lo que es de nuevo una fiesta de la poesía.
STORMY WEATHER
(P. G.)
En el derrumbadero del crepúsculo
hay en lo oscuro láminas vencidas
sobre sí mismas, láminas de luz
carbonizada,
láminas que nos ven, como el ojo,
al cerrarse,
ve reverberaciones de un rosal:
son vislumbres que nunca palidecen
en tiempo de estallido o de relámpago,
que nos dicen que allí persiste el día,
que nos dicen que allí persistirá.