Sueños tecnoutópicos y arcadias visuales. Portales mágicos, datos recolectados para sembrar confusión, arquitecturas parlantes, muros que se deshacen, pueblos nómadas que se vuelven sedentarios o la dimensión política de la enfermedad y el dolor. Ese es el futuro que dibuja la 23ª edición de los premios Generaciones de la Fundación Montemadrid y que podemos ver en el sótano de La Casa Encendida. Ocho proyectos en los que se apuesta por un futuro distópico y tridimensional.
Obligadas a convivir en un mismo espacio piezas de diversa naturaleza, suelen resultar exposiciones, las de los premios, incómodas, articuladas como un caprichoso despliegue de objetos en el espacio. En este caso este conflicto se diluye gracias a que siete de los ocho proyectos son escultóricos e instalativos y forman un ecosistema de temáticas y preocupaciones afines. Tan solo hay una videoinstalación, Pista de aterrizaje, sobre el sedentarismo de las tribus nómadas en Ecuador de José M. Avilés.
Los artistas millennials marcados por la pandemia encuentran en la distopía, los escenarios especulativos, el Big Data y los híbridos humano-máquinas las narrativas que satisfacen la incertidumbre y los miedos de un futuro, al menos, peligroso. El futuro imaginado por YE$Si PERSE en New Dark Age es una instalación y un videojuego de realidad virtual cibermedieval sobre la economística, un sistema económico basado en la fe en el valor del capital, y el tecnofeudalismo, grandes corporaciones tecnológicas como Google o Amazon que se comportan como estados-nación.
Mónica Planes en 'Hacia con el brazo (MURO)' tergiversa la idea de muro aplicando la metodología del hormigón armado en la paja, creando muros blandos que se retuercen y deshacen
Un discurso apasionante para un proyecto de dudosa jugabilidad y sin instrucciones en el que el usuario deambula por cinco mundos virtuales. Gabriel Pericàs utiliza el Big Data, el sistema de recolección de datos denominado tracking, para crear unas esculturas en bronce basadas en la observación analítica de los movimientos extraídos del juego del trile, esos vasos que se mueven frenéticamente para esconder la pelotita, que nos hablan del control de circulación de objetos.
Mar Guerrero en Un viaje eterno alude a un escenario que combina la manipulación genética con la obsolescencia de materiales y recursos, en piezas de vidrio soplado que contraponen lo natural y lo artificial.
['Generaciones': los nuevos artistas y el amor en tiempos de cíborgs]
Esencialmente escultóricas son las piezas de Mercedes Pimiento que parecen derretirse; sus encofrados de formas modulares industriales realizadas en cera de abeja y parafina tituladas Superficie neutra hablan de la escala, el cuerpo y lo doméstico. También Fuentesal Arenillas en Ponerse un cojín de sombrero deconstruye la arquitectura como aislamiento para crear dispositivos textiles blandos, conectores de espacios como gargantas por los que se cuelan las historias.
Mónica Planes en Hacia con el brazo (MURO) tergiversa la idea de muro aplicando la metodología del hormigón armado en la paja, creando muros blandos que se retuercen y deshacen.
Por último, el futuro (o la ausencia de él), desde la Sala de infusiones de un hospital, es la desgarradora propuesta de Perla Zúñiga. El cáncer y sus espacios, intervenidos por pequeños poemas visuales que entienden la enfermedad como la única opción de seguir con vida, como la única posibilidad de habitar el futuro, un futuro indudablemente incierto y peligroso.