Remedios es un título muy resultón para esta exposición, la segunda anual de la Fundación TBA21 en el C3A de Córdoba, gracias a un acuerdo millonario con la Junta de Andalucía. Ya sea como nombre propio, utilizado sobre todo en el sur, o como sustantivo común, pretende ser una declaración posicionada, por una parte, de que la Fundación se ha trasladado a España y está muy identificada con Córdoba y su pasado de convivencia entre las tres culturas. Y tampoco puede olvidarse que la Virgen de los Remedios fue la primera reverenciada en la Nueva España. Pero yendo al meollo de la cuestión, es una manifestación de que este proyecto sigue creyendo en la transformación de la realidad, aunque sea a través de los remedios que nos ofrecen los artistas.
Remedios, reparaciones, arreglos, todo eso que pertenece a la cultura informal, lejos de las planificaciones tecnológicas y económico-políticas de sello occidental. Efectivamente, y a pesar de que la alianza de política e investigación científica nos haya salvado de la mortífera pandemia, cunde la impresión de que no se está frenando el consumismo depredador y la necropolítica.
La inseguridad generalizada ante el futuro de un planeta en extinción está llevando a los jóvenes, otra vez, a su interés por la astrología o los psicóticos, llaves para puertas a nuevas percepciones, subjetivas pero alternativas, ante la desconfianza de las consecuencias del positivismo racionalista. De manera que, sí, estamos para remedios, que hoy en día proceden de otras culturas no occidentales, todavía supervivientes.
La mayoría de los más de cuarenta artistas en esta exposición, cuyas obras pertenecen a la colección o han sido respaldados por TBA21 para su producción, han estado en conexión con guías espirituales y sanadores nativos en las selvas amazónicas, en el Pacífico y en la diáspora africana. Otros, continúan vinculados a ritos de sus orígenes ancestrales. Hay aquí propuestas reparadoras para el cuidado de sí y de los otros, pero también críticas que exigen la reparación de daños infligidos en el pasado y en la actualidad.
El núcleo duro lo componen grandes instalaciones e impactantes piezas, pese a la pobreza de los materiales y de su carácter artesanal. En el corazón del recorrido está la kupixawa creada por los amerindios Huní Kuin en colaboración con el artista brasileño Ernesto Neto. En una versión de una magnitud mayor que la presentada en su retrospectiva en el Guggenheim de Bilbao y en la Bienal de Venecia, nos recuerda que los remedios se comparten y que, de algún modo, esta propuesta de Daniela Zyman, conservadora jefe de la Colección TBA21, aspira a reunir y sanar comunidades, allí “donde podría crecer una nueva tierra”.
El núcleo duro de la muestra lo componen impactantes instalaciones, pese a la pobreza de los materiales y su carácter artesanal
Este es el subtítulo de esta exposición, extraído de un poema donde Natalie Díaz, nacida en el pueblo indio del Fuerte Mojave de Needles, California, refleja la ansiedad de ser “marikan”, estadounidense y “ndn”, indígena india. Además, el poema surgió en una colaboración de Díaz con Brad Kahlhamer en Tucson, su ciudad natal, un lugar sagrado para el pueblo tohono o’odham.
Brad Kahlhamer es el artista mejor representado en esta muestra. Además de sus impresionantes atrapasueños metálicos, emulando uno de los símbolos más conocidos y explotados de los pueblos indígenas, suma un gran tótem protector y un collage. En él primero se intuyen y después, leyendo las bien informadas cartelas, se constatan las tensiones vividas por este artista perteneciente a la llamada “generación robada” de niños indígenas que crecieron en la ignorancia de sus orígenes.
[Futuros abundantes... en el mejor de los casos]
Quizás por ello, años después, viviendo en el Bowery de Nueva York, pasó casi tres décadas creando cientos de amuletos, pequeñas figuras construidas a partir de materiales encontrados en sus excursiones de pesca en el valle del Hudson y en varios talleres locales que terminan formando un gran ensamblaje.
Por último, otra gran instalación es la creada por la artista Courtney Desiree Morris a partir de su embarazo, en un momento definido por la violencia racista estatal que desembocó en el movimiento Black Lives Matter y la pandemia global. Amenazas que ella exorciza con rituales y memoria de tantos hijos muertos en unos vídeos de hondo calado, y con el altar dedicado a Yemayá, “madre de los niños pez”, en alusión a la inmensidad de su fecundidad.
Por supuesto, como toda gran exposición, tiene sus contrastes y derivas, incluso lingüísticas. Y es una buena noticia que a artistas españoles como Regina de Miguel, Asunción Molinos Gordo, el diseñador Víctor Barrios, Belén Rodríguez y Teresa Solar, se sigan agregando a esta importante colección internacional otros como Mònica Planes.