En 1988, el antropólogo estadounidense James Clifford publicó Dilemas de la cultura. Era una recopilación de artículos en la que se incluyó uno que se había demostrado fundamental para entender el modo en el que se construían las colecciones y cómo estas eran asumidas por los museos. Se trataba de “Sobre la recolección de arte y cultura”. En él Clifford nos recordaba que en Occidente el impulso coleccionista ha respondido en principio a la necesidad de comprender el mundo.
Este se ordena, se clasifica y se cataloga a través de las colecciones que son también una forma de poseerlo. Es lo que hacen los niños cuando recogen conchas en la playa y las guardan en tarros que después colocan en una estantería, organizados por fechas o por los lugares en los que las encontraron.
De hecho, plantea que la diferencia básica entre un “buen y un mal coleccionista” tiene que ver precisamente con esa idea de orden, clasificación y catalogación. Si no existe una sistematización, el coleccionista no será bueno. La acumulación por la acumulación responde a otras cuestiones, quizás a un modo de resolver una falta, algo que se acerca de una forma peligrosa a otra pulsión, la del fetichista.
Son diez artistas que han guardado objetos que pertenecían a culturas no occidentales
En Dioses, magos y sabios, que se presentó en CaixaForum Barcelona y que ahora ha llegado a Madrid, las comisarias Àngels de la Mota y Maite Borràs han trabajado sobre las colecciones privadas de los artistas y también sobre el fondo de obras de arte contemporáneo que ha ido reuniendo la Fundación ”la Caixa”, resignificándolo.
Han seleccionado las obras de diez artistas, con seguridad podrían ser muchos más, que han guardado, porque algunos no se reconocerían bajo la etiqueta de coleccionista, objetos que pertenecían a culturas no occidentales. Estos objetos se muestran ahora cerca de esas pinturas, esculturas y fotografías, evidenciando las relaciones que existen entre ellos.
La fascinación de los artistas por este tipo de objetos no es algo nuevo, sino que puede buscarse en la necesidad que tuvieron los vanguardistas de romper con el canon de la tradición, ese que llevaba a Grecia y Roma, y buscar en otras culturas que estaban más lejanas en el espacio o también en el tiempo. Culturas a las que se consideró “primitivas”, traduciendo una mentalidad que situaba a Europa en el centro y justificaba los procesos de colonización, y explotación, de estos territorios.
Estos artistas -Picasso es uno de los casos paradigmáticos- no solo se hicieron con algunos de estos objetos, sino que se apropiaron de sus características plásticas. De este modo, estos objetos que fueron considerados testimonios etnográficos pasaron a adquirir el estatuto de obras de arte; de los museos de antropología, herederos de los de historia natural de la Ilustración, saltaron en algunos casos a los de arte, a veces solo por la importancia de la persona a la que habían pertenecido.
[Dani Levinas, el coleccionista de coleccionistas]
La exposición se abre con la instalación Pathosformeln de Rosa Amorós, que sirve como un manifiesto de sus intenciones. Sobre unas estanterías que recuerdan a las de los almacenes de los museos, se acumulan máscaras y figuras de África, de Asia y del centro y el norte de América mezcladas con sus esculturas en cerámica. Los orígenes de estos objetos se confunden y las obras de Amorós adquieren las características de piezas arqueológicas. Crea una suerte de alfabeto que recupera la idea tradicional de la pervivencia y continuidad de las formas.
Si la instalación de Amorós nos lleva a los almacenes de un museo de arqueología, la pared dedicada a Miquel Barceló remite a las cámaras de las maravillas del Barroco, esos espacios en los que se confundían las curiosidades con las obras de arte: varios cráneos de animales cuelgan al lado de una pintura de Basquiat; un cuerno de narval, un objeto ritual maya y una escultura del surrealista Jean Benoît conviven en el mismo plano. A los lados, se muestran dos pinturas de los años 90 del artista balear que aluden a su mesa en el estudio.
Son conocidos el interés por la caligrafía japonesa de Tàpies y Miró y por la cultura guanche de Millares
Un estudio que se ha jugado a reconstruir en el caso de Luis Feito, que compraba kachinas de los Hopi en sus viajes a Estados Unidos, muñecas que no respondían al concepto de “autenticidad” porque se hacían como un souvenir para turistas. Otras están elaboradas por el propio artista y reconstruyen aquellas que no pudo adquirir.
Llama la atención la colección de Joan Hernández Pijuan, que empezó tarde, cuando ya había desarrollado los intereses centrales de su trabajo, y en la que no buscaba tanto el conocimiento como el reconocimiento. En Susana Solano, las relaciones con sus obras no son tan directas y los objetos que posee tienen más que ver con la memoria de sus viajes a este continente.
El fotógrafo Hiroshi Sugimoto considera que su colección es su maestro, como es innegable en la serie Cinco elementos, en la que utiliza el simbolismo de las estupas budistas. Más conocidos son el interés por la caligrafía japonesa de Tàpies y Miró, por la cultura guanche de Millares, aunque sorprende lo directo de las referencias, y por las maternidades yombe-kongo de Georg Baselitz.