Vista de la sala de Felipe IV en la Galería de las Colecciones Reales con el 'Caballo blanco', h. 1634-1639, de Velázquez

Vista de la sala de Felipe IV en la Galería de las Colecciones Reales con el 'Caballo blanco', h. 1634-1639, de Velázquez Cristina Villarino

Arte

Recorrido por la Galería de las Colecciones Reales: las artes monárquicas

Es el acontecimiento museístico de los últimos años. Un espacio pensado como mirador a las joyas que atesora Patrimonio Nacional en sus Reales Sitios. Analizamos con detalle el montaje, que abre sus puertas el 29 de junio.

26 junio, 2023 02:01

No es un museo de arte: es una exposición de larga duración que interpreta la historia de España como sucesión de reinados, desde la unión de Aragón y Castilla por matrimonio de los Reyes Católicos a la ley de 1869 que separaba los bienes personales de los reyes de aquellos de titularidad estatal asociados a la Corona. 

En una primera versión, el Museo (ahora Galería) de las Colecciones Reales iba a incluir el de Juan Carlos I, a través de la pequeña colección de arte contemporáneo que se compró entonces (las obras las eligió Rafael Canogar). En aquella ley se delimitaban los “bienes que se destinan al uso y servicio del rey” y esa condición instrumental se mantuvo cuando se reinstauró en nuestro país la monarquía y Patrimonio Nacional dejó de ser un organismo franquista.

Es obvio que este nuevo museo, que desde luego incorpora también una función cultural –y turística–, la de poner en valor sus tesoros artísticos y promocionar los sitios históricos que administra, es un constructo político.

Muy bonito no es, la verdad, pero el tránsito es fácil y, una vez conseguimos olvidarnos de las juntas en muretes y vitrinas, las piezas se ven bien

Hay que recordar que este no es el primer museo de Patrimonio Nacional, aunque sea, con mucho, el más ambicioso. Y que, sobre todo desde que se creó la sala de exposiciones en el Palacio Real, en 1999, Patrimonio ha organizado algunas, no muchas, magníficas muestras que profundizaban mil veces más en los capítulos abordados que el apresurado recorrido que ahora nos proponen. Piensen, por ejemplo, en la última de gran ambición La otra corte. Mujeres de la Casa de Austria en los Monasterios Reales de las Descalzas y la Encarnación.

El itinerario es descendente. Con una entrada casi invisible desde la Plaza de la Armería que renuncia por completo a rivalizar con las fachadas del Palacio Real y la Almudena. Se inicia en el nivel -1 o A –¡qué conveniente: A de Austrias y B de Borbones, para el -2!–, tras pasar, si van por las rampas, por zonas de pantallas decorativas o informativas. Buena cosa: en las propias salas no tendrán que soportar los interactivos y los facsímiles a la moda.

Vista de una de las salas con 'Cristo en la cruz', 1654,  de Bernini en el centro

Vista de una de las salas con 'Cristo en la cruz', 1654, de Bernini en el centro Cristina Villarino

Los espacios están demarcados por tabiques transversales que no llegan al techo. Muy bonito no es, la verdad –lo más disfrutable son los ventanales al Campo del Moro–, pero el tránsito es fácil y, una vez conseguimos olvidarnos de las juntas en muretes y vitrinas, las piezas se ven bien.

La planta -1 tiene techos bastante más altos. La razón es que el proyecto inicial, sobre el que se hizo el diseño arquitectónico, la dedicaba entera a los tapices, quedando la -2 para el despliegue multidisciplinar y la -3 para los carruajes: la primera exposición temporal –que no pude ver en mi visita previa a la apertura–, En movimiento, se centra de hecho en ellos.

[Leticia Ruiz: "Hemos cuidado que nadie sintiera que le quitábamos las mejores piezas"]

Pero también los encontramos en las otras plantas, uno en cada, sumándose a las contadas piezas que marcan hitos grandilocuentes en el recorrido: las columnas del Hospital de Montserrat, la armadura de caballo y cuerpo de Carlos V, la fuente de la Casa de Campo, el dosel y sillón de besamanos de María Luisa de Parma, el dessert del príncipe Carlos (IV) o el borne o diván circular de Isabel II, que roza el kitsch. Pero el alto más señalado se hace al poco de empezar: un decurso para ver los restos arqueológicos de las construcciones omeyas, aquí sí musealizados con audiovisuales.

Tras una sola alusión a la Edad Media, con el Tesoro de Guarrazar, los reinados se van sucediendo. Cada uno se presenta con un texto de pared que da muy someros datos biográficos e históricos del período –omitiendo cualquier sombra– y con un retrato del rey, no siempre del mejor empaque artístico, acompañado a menudo de alguna de sus esposas. Las cartelas dan suficiente información para entender la relevancia de cada obra pero casi nunca mencionan de qué palacio o fundación real proceden.

La colección real de tapices flamencos es excepcional y en las primeras salas encontraremos bastantes ejemplos demostrativos. Tiene lugar preeminente el singular Triunfo del tiempo, adquirido en marzo por el Ministerio de Cultura y Deporte por un millón de euros, y que perteneció a Isabel la Católica, pero brillan también otros de las series encargadas por su hija Juana, como los “Paños de oro” o los Episodios de la vida de la Virgen.

Sala del 'dessert' de las Glorias de España junto a 'Carlos IV en uniforme', 1799-1800, de Goya

Sala del 'dessert' de las Glorias de España junto a 'Carlos IV en uniforme', 1799-1800, de Goya Cristina Villarino

En salas sucesivas veremos tapices de La conquista de Túnez (Vermeyen y Van Aelst), Los hechos de los apóstoles (Rafael), Historia de Escipión “el Africano” (Giulio Romano; fíjense en los elefantes, que “retratan” al famoso Hanno que Manuel I de Portugal envió a Roma) o El triunfo de la Eucaristía (Rubens), entre otros. Hay también más armaduras en esta planta que en la de los Borbones, algunos incunables que quitan el hipo como el Breviario romano de Isabel I y el manuscrito de Historia general de las cosas de Nueva España de Bernardino de Sahagún –entre las poquísimas referencias a América o a cualquier otro lugar del Imperio– y más cuadros de importancia.

Como pinacoteca, la Galería no es comparable, ni de lejos, con el Museo del Prado. Más allá de los retratos áulicos, el coleccionismo de pinturas es solo uno de los aspectos que se contemplan en la selección. Hay objetos personales significativos, muchas piezas ornamentales exquisitas, documentos históricos, pocos –afortunadamente– complementos litúrgicos… todo de gran lujo y fuste, claro, y bastante bien equilibrado.

La colección real de tapices flamencos es excepcional. Se incluyen bastantes ejemplos

El público, lego o enterado, lo va a pasar muy bien. Se pretende que buen número de los visitantes del Palacio Real (un millón largo al año) se detengan aquí y yo les animo a hacerlo, para disfrutar de la cercanía a las obras –que se “pierden” entre oros, mármoles y espejos en entornos palaciales– y la posibilidad de darles un contexto histórico preciso.

Hay puntos en los que se concentran las pinturas de mayor valía. Las tablitas de Juan de Flandes ya en la primera sala; las obras venidas de El Escorial, con las acuarelas de Durero y los lienzos de El Greco, Patinir, Fontana, Coxcie; los tres paisajes históricos relacionados con “La Pax hispánica” frente a los retratos de Felipe III y Margarita de Austria por Bartolomé González; el “museo dentro del museo” con los cuadros adquiridos por Felipe IV, con las obras estrella –de Ribera, Velázquez, Caravaggio, Tempesta y Bernini–; y, para resumir los gustos de Carlos II, los de Carreño de Miranda o Giordano, y ese arcángel de La Roldana que ha volado por las fachadas del complejo palacial y por las redes sociales.

Vista de la sala con uno de los carruajes en la exposición

Vista de la sala con uno de los carruajes en la exposición Cristina Villarino

En la planta B, de los Borbones, se palpa mejor la conexión de lo expuesto con los Reales Sitios que ellos construyeron o transformaron –Palacio Real, La Granja, Aranjuez– que en la dinastía precedente, seguramente porque de las residencias más programáticas de los Austrias –Alcázar, Buen Retiro y Torre de la Parada– no queda casi nada. Vemos muchos planos de arquitecturas y jardines –impresionante el de Juvarra para el vecino palacio– y numerosas “vistas” de Joli o Brambila que documentan su aspecto entonces.

La pintura se afrancesa en varias oleadas, sobre todo con Felipe V –Rigaud, Van Loo, Houasse– y Carlos IV, se ponen en marcha las Reales Fábricas –nos presentan un muestrario de vidrio, porcelana, piedras duras y, de nuevo, tapices– y entra la moda Imperio con Fernando VII. Hay más peso de la vida cotidiana en la Corte, con piezas relacionadas con la música, el aseo o los banquetes.

[Un edificio para la Marcha Real]

Aquí buena parte de los cuadros son de menor tamaño. Busquen los Houasse, los Brambila y estos conjuntos: las obras flamencas antiguas –El hombre de la perla de Sittow, entre ellas– que atesoraba Isabel de Farnesio, notable coleccionista, y su bajorrelieve de Olimpia de Desiderio da Settignano; las composiciones religiosas de Giaquinto y las escenas galantes de Watteau; los tipos populares de Tiepolo; las prerrománticas visiones del Vesubio en erupción de Joli; las blanduras de Mengs y las bravuras de Goya –retratos de los reyes, cartones para tapices y los dos cuadritos de la fabricación de balas y de pólvora–; las grisallas que él y otros pintaron para el tocador de Isabel de Braganza (con sus aparejos de belleza in situ). Y ¡ay!, la “Relación de cuadros de la escuela española para regalar a Napoleón”, firmada por Maella, Goya y Napoli, que da testimonio del gran expolio.

Poco que destacar en las salas del reinado de Isabel II, salvo su afición a la fotografía que tuvo como resultado una magnífica colección histórica en este medio. Se le intenta hacer justicia aquí pero no se luce lo suficiente. Vicente López, Federico de Madrazo o Palmaroli cierran el catálogo de artistas al servicio de la Corona.

Las cosas de palacio...

Ha sido un largo viaje, pero con final feliz. Las obras del actual edificio de la Galería de las Colecciones Reales comenzaron en 2006, aunque el concurso de ideas se había abierto en 1999. Hubo una primera adjudicación –fallida– al Estudio Cano Lasso y finalmente, en 2002, el proyecto recayó en manos de los arquitectos Luis Moreno Mansilla y Emilio Tuñón que –capítulos varios aparte– no pudieron empezar con los trabajos hasta 2006 y entregaron el edificio en 2016.

Entonces estaba al frente de las Colecciones Reales su primer director, José Luis Díez (2014 -2020), autor del proyecto museográfico original que abarcaba un mayor número de obras y aparato didáctico que el que podremos ver ahora, maquetas y audiovisuales.

Le sustituyó en el puesto Leticia Ruiz quien, como Díez, venía del Museo del Prado. Ella es la autora de esta exposición inaugural que cuenta con 650 obras, de las que aproximadamente una tercera parte se renovará en un año, seleccionadas entre las más de 170.000 piezas que atesora Patrimonio Nacional en los Reales Sitios. La Galería ha costado 173 millones, 139,6 el edificio y 17,7 la museografía. De sus 40.000 m2 , 8.000 serán de uso público, incluyendo un auditorio de más de 300 plazas.

Abre sus puertas el 29 de junio con unas jornadas gratuitas que se retomarán el 5, 6 y 7 de julio. Después el precio será de 14 €. Debido a la convocatoria anticipada de elecciones generales para el 23 de julio, su inauguración oficial con los Reyes se retrasa al 25 de julio para no interferir en el calendario electoral. Luisa Espino