En una sesión espiritista que tuvo lugar en París en 1906 los espíritus advirtieron de algo: la muerte acechaba. Los allí presentes no sabían a qué ni a quién se referían hasta que al día siguiente se hicieron eco de la noticia del asesinato de los reyes de Serbia. En seguida, creyeron que lo ocurrido la noche anterior en la capital francesa estaba ligado a este acontecimiento.

Tirando más del hilo, se dieron cuenta de que los asesinos habían salido de su casa a la misma hora en la que tuvo lugar la reveladora sesión. Estos hechos se recogieron en un manual de parapsicología publicado en los años 20 y al que tuvo acceso el artista Yves Tanguy, cuya lectura inspiró La muerte acechando a su familia (1927), una obra repleta de fantasmas y ectoplasmas.

Sin embargo, el asesinato de los reyes de Serbia no tuvo lugar en 1906 sino en 1903. A pesar de lo jugoso que resulta hacer conexiones de este tipo, “el mundo del ocultismo es así, hay fraudes e historias inciertas”, advierte Guillermo Solana, director artístico del Museo Thyssen-Bornemisza, donde se inaugura Lo oculto, exposición que reúne 59 obras de las colecciones del museo que invitan a buscar mensajes ocultos y descubrir sentidos escondidos.

San Juan Evangelista en Patmos, h. 1470-1475 © Museo Nacional Thyssen-Bornemisza, Madrid

El interés por la magia, la alquimia, el ocultismo, el esoterismo, la astrología y los saberes ocultos ha sido una constante a lo largo de la historia. Estas corrientes parapsicológicas a menudo han sido denostadas y, sin embargo, han sobrevivido durante siglos en un entorno hostil, dominado primero por la religión hegemónica y más tarde por el racionalismo y el positivismo, gracias, en gran medida, a su capacidad de camuflaje.

En este sentido, el arte ha sido una de las disciplinas donde han sabido encontrar un terreno fértil para esconder mensajes y simbología y han sido una constante desde las alegorías herméticas del Renacimiento hasta las manifestaciones del arte de vanguardia del siglo XX. Todas ellas “cuentan con una ventaja y es que recorren toda la historia del arte y están presentes en todos los géneros”, avanza Solana.

['Breve historia de la superstición': sucumbir al temor o hacerle frente]

En la pintura antigua entran en juego la astrología y la alquimia mientras que en el arte moderno se atisba el espiritismo, la teosofía y la antroposofía. “Estas corrientes han tenido una enorme influencia en la historia del arte, que está plagada de referencias a veces explícitas, otras con alusiones más discretas. Sin embargo, hasta los años 80 la relación del arte y lo oculto se ha considerado en la historiografía académica como un tema, cuanto menos, incómodo o sospechoso”, asegura Solana.

De la perseguida alquimia, al demonio cristiano

La alquimia y la astrología son la vía de entrada a la exposición. Aunque escasean las referencias alquímicas, una corriente perseguida en muchas épocas, esta guarda un lenguaje simbólico que se puede ver en varias pinturas del Renacimiento. Algunos ejemplos pueden ser las rocas fantásticas de los paisajes de artistas como Marco Zoppo, Cosmè Tura y Francesco del Cossa que pueden aludir a explotaciones mineras, vinculadas en la época a las investigaciones alquímicas.

El terreno astrológico es más fértil si tenemos en cuenta todas representaciones que se han hecho del cielo. En algunos lienzos vemos signos del horóscopo, como en El evangelista san Marcos, de Gabriel Mälesskircher, una carta astral en el retrato del siglo XVI de Matthäus Schwarz, de Christoph Amberger, o el mito del nacimiento de las constelaciones en Baco y Ariadna y Neptuno y Anfitrite, de Sebastiano Ricci.

Retrato de George Dyer en un espejo, 1968 © Museo Nacional Thyssen-Bornemisza, Madrid

También el investigador Aby Warburg se interesó por la astrología pero “con frecuencia se menospreciaban sus teorías tachándole de excéntrico”, recuerda Solana. Sin embargo, la astrología no solo interesó a los maestros antiguos, también encandiló a creadores como Georgia O’Keeffe, Joan Miró, que incluyó en sus obras una gran cantidad de estrellas, o Joseph Cornell, interesado desde edad temprana en la observación del cielo y las constelaciones.

Por supuesto, en el ámbito de la iconografía cristiana ortodoxa “hay un rincón para lo oculto, para lo demoníaco con Satán a la cabeza. Esta figura, que aterroriza a muchos, en ocasiones se identifica pero otras su presencia es más elusiva”, apunta Solana. Dada la fascinación que ha suscitado la figura del diablo a lo largo de la historia y la cantidad de personificaciones que tiene, la exposición le dedica una sección central para mostrar su versatilidad para transformarse en diferentes cuerpos y objetos.

Rubens, Jan Wellens de Cock, Lucas Cranach o la Metrópolis en la que George Grosz nos muestra un apocalipsis urbano en el que se distinguen cadáveres y esqueletos endemoniados ponen de manifiesto que las pinturas esconden mensajes que en ocasiones pasan desapercibidos.

Hablar con los muertos y la obsesión surrealista por los sueños

El dominio del ocultismo moderno, que se inicia a mediados del siglo XIX en América, y que vive una gran explosión con la obsesión por comunicarnos con los muertos, encuentra en Munch un simpatizante de las sesiones espiritistas del fin de siglo, mientras que la teosofía conquista a pioneros del arte abstracto como Mondrian, Kandinsky o Giacomo Balla aunque también podrían haber estado Severini o Klee.

Pero si hay un movimiento en el que observar afinidades con las ciencias ocultas, la parapsicología y el espiritismo, ese es el surrealismo que compartió una curiosidad “a veces morbosa en torno al trance y la escritura automática”, detalla Solana. Pero sobre todo, amplía, se manifiesta en dos campos: “el sueño y la clarividencia, lo onírico y la capacidad de superar las barreras del espacio y del tiempo, de prever el futuro y del carácter premonitorio y profético de los sueños”.

Árbol solitario y árboles conyugales, 1940 © Museo Nacional Thyssen-Bornemisza, Madrid

A la obsesión por los sueños de Dalí, el interés por la alquimia de Max Ernst, las alusiones espiritistas de Tanguy se suma Retrato de George Dyer en un espejo, una obra en la que Francis Bacon se centra en la cara retorcida por un espasmo del protagonista dando la impresión de estar expuesto a una serie de fuerzas de las que no se puede desprender.

Con esta exposición Guillermo Solana no busca convertir al público al ocultismo y a los saberes ocultos sino “abrir los ojos al espectador a otra manera de ver los cuadros y llamar la atención sobre los detalles que pasan inadvertidos”.