Esta semana ha salido a la luz un escándalo en el Museo Británico: uno de los conservadores de las salas de la Antigua Grecia habría robado una serie de piezas de la colección fechadas entre los siglos XV a.C. y XIX d.C. El caso todavía se encuentra en investigación, pero los objetos desaparecidos, que no estaban expuestos, sino guardados en los almacenes para ser sometidos a estudios científicos, son supuestamente de oro, gemas y piedras semipreciosas. Un caramelo para un ladrón.
No es un acontecimiento excepcional. En la historia del arte y de los museos se acumulan todo tipo de robos. Uno de los más famosos tuvo lugar en agosto de 1911. París se despertó el 21 de agosto sin saber que La Gioconda había desaparecido debajo de la bata de un truhán y artista italiano llamado Vincenzo Peruggia. El Museo del Louvre tardó varias horas en averiguar que su preciada obra había desaparecido. En un primer momento pensaron que se habían llevado la pieza para labores de limpieza y/o mantenimiento. Pero a las 9.00 horas del día siguiente, el célebre lienzo de Leonardo da Vinci seguía sin estar colgado en la pared.
Peruggia conocía muy bien el museo ya que había trabajado de vidriero allí durante varios años. El ladrón no hizo ninguna treta o ningún robo clásico del cine: llegó a la sala del cuadro, lo descolgó, se lo guardo debajo de su bata y salió del museo sin llamar la atención de nadie. Este suceso salió en todas las portadas de los periódicos, lo que le dio una fama inesperada a la obra de Da Vinci.
El cuadro estuvo en paradero desconocido (la casa de Peruggia) hasta 1913, cuando el ladrón llamó a dos marchantes para ofrecerles el cuadro. A aquel encuentro se presentó el director de la Galería de los Uffizi y la policía. Al parecer, Peruggia quería que el lienzo estuviese en Italia, consideraba que la obra debía de estar allí. El ladrón fue arrestado y el cuadro devuelto a su lugar de origen.
Otro robo de arte muy conocido fue El grito de Edvard Munch de la Galería Nacional de Oslo. El ladrón, Pal Enger, aprovechó para despistar a la policía durante los Juegos Olímpicos de Invierno de 1994 para poder robar la pieza en apenas 50 segundos. Se subió a una escalera de madera y por una ventana del museo, cortó el cable que sujetaba la obra. Incluso se permitió poner una nota que decía: "Gracias por la falta de seguridad".
Enger no quiso hacer este robo por dinero, sino por el reto que le suponía. A los tres meses del hurto, llamó a la policía y pidió un millón de dólares por entregar la obra. La policía no cedió al chantaje y realizó una operación orquestada junto a Scotland Yard: el famoso lienzo fue recuperado en un hotel, donde Enger pretendía venderla. Al final, acabó detenido.
Sin embargo, este no es el final de la odisea de esta obra. En 2004, dos ladrones entraron armados en la Galería Nacional de Oslo y se llevaron una versión de ElgGrito y una Madonna del pintor noruego. Ambas piezas se recuperaron dos años más tarde, aunque esta versión de El grito estaba en unas condiciones desastrosas debido a la humedad donde se conservaba.
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Otro robo muy interesante y llamativo fue el Retrato de una Dama de Gustav Klimt en la galería Ricc Oddi de Piacenza en febrero de 1997. Se estaba realizado una exposición sobre el pintor austriaco cuando el cuadro desapareció sin dejar rastro: solo se encontró el marco de la obra. Hubo varias teorías de lo que había sucedido aunque ninguna concluyente. Incluso un hombre confesó haber sido el ladrón de dicha obra, pero no le creyeron.
En 2019, mientras arreglaban los jardines de las galerías, metida en una bolsa de basura, apareció el Retrato de una dama. Fue como si jamás hubiese salido del museo, se cree que pudo ser parte de un robo frustrado.
El robo del siglo en México
Las obras de arte no son las únicas que valen millones y el objetivo principal de los ladrones. Asimismo, también ha habido importantes hurtos en el mundo de la arqueología.
El 25 de diciembre de 1985 se realizó uno de los robos más impresionantes de la historia. Se le llamó "el robo del siglo en México" y fue en el Museo Nacional de Antropología del país, de donde desaparecieron 140 piezas. Los ladrones fueron dos estudiantes de veterinaria, Carlos Perches Treviño y Ramón Sardina García.
Ambos estudiaron el museo durante seis meses para poder realizar el robo y, cuando estaban preparados, saltaron por la noche la valla del recinto y se colaron por el conducto de ventilación. Una vez dentro, tardaron alrededor de tres horas –entre 1:00 y 4:00 de la mañana- en robar 140 piezas de las salas dedicadas a las civilizaciones maya, oaxaca y mexica.
Al elegir Nochebuena como fecha para el hurto, los guardias de seguridad se encontraban celebrando las fiestas en una salita del museo. Técnicamente, los guardias tenían que vigilar las salas cada cierto tiempo, pero esa noche no lo hicieron y no fue hasta las 8.00 horas de la mañana que se dieron cuenta del robo.
La policía mexicana llegó a la conclusión de que fue una banda organizada de ladrones que ya habían realizado otros trabajos en otros museos del mundo, es decir, eran unos profesionales. Además, se creía que las piezas ya habían salido del país. Nada más lejos de la realidad. Cuatro años después, Perches y Sardina intentaron vender las piezas robadas y fue ahí cuando les detuvieron. Las reliquias nunca salieron de su domicilio.
Sin alejarse de Latinoamérica, también hubo un robo muy llamativo en 1981 en el Museo Nacional de Arqueología, Antropología e Historia de Perú. Tres ladrones lograron robar 34 piezas de oro, plata y bronce, provenientes de las culturas prehispánicas, entre ellas uno de los tres Tumi de Oro o "Cuchillos de Íllimo". Los ladrones también se llevaron vasos ceremoniales de oro y plata, pectorales, keros, collares, orejeras, sonajas, entre otras cosas de valor.
Rápidamente la policía comenzó a investigar el caso y llegaron a la conclusión de que el trío de delincuentes recibió información desde dentro del museo o que habían trabajado allí, ya que conocían demasiado las instalaciones y zonas del museo.
La "Sala de Oro", la atracción del museo, fue prácticamente saqueada y destruida. Según contaron los testigos, los ladrones entraron armados y encapuchados por la parte posterior del edificio y redujeron a los tres guardias de seguridad del museo.
Fueron directos a la bóveda e intentaron abrirla con la clave, pero no pudieron. Sin embargo, se las ingeniaron y lograron ingresar por otras vías. Tenían las bolsas tan llenas (según una autoridad pesaban 6,9 kilos) que, al intentar correr, dejaron tiradas en el suelo vasos, sonajas, un pectoral de plata y tres orejeras de oro.
La Policía Nacional del Perú estuvo investigando durante cinco meses el caso y pudo identificar a los tres ladrones: Manuel Valdivia Heredia, un obrero de carpintería metálica, Eduardo Rocca Vásquez y Fernando Solano López. Valdivia fue el autor intelectual del robo, ya que realizó algunos trabajos en el museo y por eso sabía las riquezas que guardaban.
Sin embargo, no pudieron recuperar ninguna de las piezas de forma completa. Los ladrones se dedicaron a golpearlas con un cincel para repartirse el botín a partes iguales y mucho del oro ya lo habían fundido y vendido cuando les detuvieron.