Esta reseña podría haberse llamado “historia de dos ciudades”, como la novela de Dickens ambientada en la Inglaterra y Francia de la revolución francesa. Pero, más allá de las dualidades culturales diferenciadas entre Barcelona y Valladolid, me parece más interesante hablar no de encasillamientos excluyentes, sino de procesos. Creo que a David Bestué (Barcelona, 1980) también: los de las transformaciones químicas que se suceden en la materia a nivel microscópico, los cambios sociales y políticos que van constituyendo los sistemas ciudadanos en los que vivimos, y los procesos propios, las dudas a las que se enfrenta en cada contexto y sus posibilidades poéticas.
En la exposición Ciudad de arena en Fabra i Coats plantea una búsqueda en profundidad, como si fuera una tulenadora buscando salida a cielo abierto, de “un pasado no vivido”, de las tres primeras décadas democráticas de Barcelona (1979-2011), los mismos primeros 30 años de la vida del artista, y del presente y su potencia de futuro, como explica la comisaria Marta Sesé.
Las referencias y materias se amalgaman en las nuevas sala del edificio: primero, restos de dispositivos del campo de tiro olímpico, de plantas desaparecidas ya sean extintas en las dunas o procesadas industrialmente; segundo, las maquetas de los proyectos arquitectónicos y urbanísticos y la respuesta que tuvieron y provocaron, a través de una selección de titulares de prensa proyectados y cantados por el grupo Hidrogenesse; tercero, un bosque escultórico colgante y vertical de nuevas piezas en los que Bestué vuelve a materiales orgánicos e inestables como azúcar, jazmín, amapolas o buganvilla amasados con piedra, trapo y papel.
[David Bestué, forma en descomposición]
Estas tres aproximaciones totalmente diferentes –objetos encontrados, documentación y residuos– se unen lumínicamente a través de cada planta con los destellos de una vieja lámpara giratoria de la Font Màgica de Montjuïc, la fosforescencia de una farola reflectante diseñada por Galí y Quintana, icónica en los nuevos parques de los noventa, y con la luz natural.
En el Patio Herreriano de Valladolid, un entorno no tan familiar para Bestué, la muestra se plantea desde una contemplación calmada, como un botánico recorriendo sus campos y que une las muestras con las notas de la poesía de Olvido García Valdés, que le presta el título Pajarazos, y las visitas al Museo Nacional de Escultura y a iglesias castellanas. Extrae y depura sus componentes para encontrar el pigmento de su territorio y la forma y esencia material de sus tallas policromadas barrocas.
Es un ejercicio continuo de composición casi pictórica en la sala, que se agranda en la instalación de la Capilla. Con dos piezas, un pilar-pierna recubierto de paja con una gran visera-pétalo de flores trituradas y un cilindro-pozo de resina de ciprés, el artista trasciende este espacio y lo convierte en exterior, en campo puro, al perdernos en su altura y embriagarnos de sus olores.
Desde hace más de diez años, Bestué realiza análisis en los que deconstruye la realidad más cercana y desarticula convenciones, ya sea desde la escritura –ha escrito libros y artículos sobre arquitectura moderna y contemporánea– como desde la presentación de sus proyectos instalativos.
De su mano, nos hemos acercado igualmente a Madrid, El Escorial, La Coruña o Pamplona para conocer no sólo edificios, sino también las relaciones que se establecen entre los materiales con los que se construyen, los hechos socioeconómicos que las rodean y las decisiones de políticas que esconden.
Una mirada hacia un paisaje y un paisanaje, una imagen de ciudad incluso antes de ser ciudad y nuestra forma de habitarla. En estas visiones que mezclan épocas y temporalidades, el material, que también tiene un origen y unos tiempos específicos, se ve atravesado por la investigación y entendimiento del pensamiento de la poesía, aquel que nos permite nombrar la parte por el todo, hacer analogías improbables, contagiar fondo y forma por la cercanía… en definitiva, observar y expresar fuera de lo aceptado, lo establecido o convencional.
Así, en estas dos muestras, trabajando desde una poética del detrito urbano o del desecho cultivado, estas ruinas del progreso o de un pasado inamovible, se convierten literalmente en objetos-palabras para una nueva escritura al margen que, esperemos, amplíe horizontes.
Entre dos aguas
Es una de las miradas más agudas del panorama nacional, con un pie en la escultura, entendida esta en su sentido más amplio, y otro en la arquitectura. Artista y teórico, la obra de David Bestué se ha mostrado en el Museo Reina Sofía o el Museo Jorge Oteiza. Es autor de El Escorial: imperio y estómago (Caniche, 2021) y comisario de El sentido de la escultura en la Fundación Miró (2022).