William Eggleston: el extrarradio americano de los años 60 y 70, a todo color
Llegan al centro KBr de la Fundación Mapfre en Barcelona las imágenes de uno de los fotógrafos pioneros del color en una época en la que se asociaba a la baja cultura.
16 noviembre, 2023 02:53Coproducida por la Fundación Mapfre y la C/O Berlin Foundation, la exposición William Eggleston. El misterio de lo cotidiano, por lo menos en su versión española, no es ni una retrospectiva, ni una antología, ni un itinerario cronológico; se trata más bien de una suerte de ensayo sobre la obra del fotógrafo William Eggleston (Memphis, 1939) en tres tiempos: presentación, nudo y desenlace.
Comienza con sus orígenes o la fotografía en blanco y negro, continúa con el descubrimiento del color y su experimentación y, finalmente, dedica un capítulo a The Outlands, en donde presenta grandes formatos —en su mayor parte— de paisajes residuales a modo de conclusión.
William Eggleston pasa por ser uno de los pioneros de la fotografía en color. Esta es su trascendencia. Y si en los libros de historia de la fotografía se menciona y ocupa un lugar es, precisamente, por asociarse al color que a partir de 1965 y 1966 llegará a ser su principal medio de expresión. No obstante, se inició como fotógrafo en blanco y negro. Bodegones de bienes de consumo, escenas y espacios urbanos, instantáneas de transeúntes que parecen haberse tomado al azar son sus temas. Se trata de fotografías sobrias, bien compuestas y eficaces... en blanco y negro con el eco —sostienen los eruditos— de Cartier-Bresson y Robert Frank como referentes.
Sin embargo, William Eggleston acabará por utilizar el color. ¿Y por qué es tan trascendente este salto y qué significaba el color frente al blanco y negro? ¿Acaso no hacía tiempo que se comercializaban las películas de color? Agfa y Kodak habían lanzado la fotografía en color a mediados de los años treinta. ¿No existía, por otra parte, el cine en color? Hay que situarse en el debate estético del momento para entender que la fotografía que pretendía equipararse al arte y aspiraba a entrar en los museos y los circuitos de la alta cultura, era y había de ser en blanco y negro. Esta poseía un aura o dignificación ausente en la fotografía en color. El color, por el contrario, se identificaba con el consumo, el periodismo, la publicidad, el entretenimiento, en definitiva, con la baja cultura o lo kitsch.
Eggleston evoca constantemente la ruina, el paso del tiempo, el deterioro, el óxido. Se asoma al malestar
Se ha dicho que la primera exposición individual de fotografías en color del MoMA se dedicó a William Eggleston en 1976. Esto es falso, previamente Ernst Haas había presentado en 1962 una retrospectiva de fotografías de color. Pero, aunque no fuera la primera, la de Eggleston en esta institución marcó un hito en la aceptación de la fotografía en color, no en vano el MoMA decidía –y sigue decidiendo– lo que es arte y lo que no es arte. Se trata de la institución más importante de cara a la legitimación y la validación del canon.
Debemos preguntarnos cómo Eggleston llegó al color. Para una generación de fotógrafos que vivían la calle y hacían de la vida cotidiana la protagonista de su trabajo, parecería un proceso natural el ser permeables y receptivos al mundo que les rodeaba, o sea a la baja cultura y a la cultura de masas. Sin embargo, intuimos que para Eggleston el descubrimiento del color y sus posibilidades expresivas en la fotografía fue el resultado de una adquisición cultural: el pop art.
Cuando Eggleston empieza a experimentar con el color, recurre a una iconografía pop, especialmente anuncios y marcas comerciales, tipografías de rótulos... Este es el punto de partida, la toma de conciencia de la dimensión artística en la baja cultura. Más aún, Eggleston ensayará un procedimiento de impresión denominado dye transfer que proporciona una alta calidad de saturación del color, esto es un color rabiosamente vivo, brillante e intenso, un color, en definitiva pop art. Este no solo introdujo una temática e iconografía inédita en la alta cultura, hasta entonces reducida prácticamente a figura y paisaje, sino además conllevaba la exaltación del color en estado puro, una suerte de fetichismo.
El blanco y negro para aquellas generaciones habituadas a la televisión, las pantallas de plasma y la fotografía en color, posee una dimensión mágica, se trata de un mundo visto como a través de unas gafas de sol que lo hacen extraño y misterioso. Y, sin embargo, el mundo de Eggleston es igualmente extraño y misterioso porque su color, como en el caso del blanco y negro, es completamente artificial o, mejor dicho, virtual, una realidad transformada por un color sobresaturado que es tan irreal como mágico.
[Louis Stettner, el fotógrafo de la belleza real que leía a Walt Whitman]
Y con todo, existe una dimensión siniestra y dramática en Eggleston que nos parece el núcleo y mensaje de su estética. Constantemente el fotógrafo evoca la ruina, el paso del tiempo, el deterioro, el óxido... Montones de viejos neumáticos, carteles rotos, botellas de Coca-Cola consumidas y sucias, gasolineras y edificios abandonados, paneles de prohibición, son, entre otros, motivos recurrentes. Esto es un malestar que asoma más allá de sus primeros ensayos con el color vibrante.
Los paisajes residuales –el extrarradio de Memphis y el delta del Misisipi, donde trabajó especialmente– de la última parte de la exposición conforman una conclusión: son lugares sin alma. Y acaso, precisamente porque son en color, resultan todavía más descarnados. A veces se le ha comparado con Faulkner: ambos procedían del sur y, efectivamente, ambos exploraron de manera dramática y lírica este territorio, el más olvidado y pobre de los Estados Unidos, de una manera nueva y sorpresiva. Y Eggleston lo hizo a través del color.