El 14 de mayo de 1984, John Brealey, director del gabinete de restauración del Metropolitan Museum de Nueva York, aterrizó en Madrid con una misión: salvar Las meninas. El cuadro había sobrevivido a un incendio, el del Alcázar de Madrid en la Nochebuena de 1734 al ser arrojado por la ventana, y a la Guerra Civil, tras ser trasladado en diciembre de 1936 a Valencia, Cataluña y acabar en 1939 en Ginebra.
Sin embargo, y a pesar de que el cuadro había sido barnizado en numerosas ocasiones, nunca se le había realizado una limpieza en profundidad. El barniz había tomado tal grosor que recubría al cuadro de un tono amarillento, que lo oscurecía y no permitía apreciar los colores. Incluso Rafael Alberti, profundo admirador de Velázquez y uno de los que había ayudado a embalarlo para llevarlo al extranjero durante la contienda, cuando vio el cuadro al volver del exilio dijo: "Estas no son mis meninas".
Por eso, el Real Patronato del Museo del Prado propuso a Brealey limpiar el cuadro y devolverle su esplendor. Una tarea aparentemente sencilla, pero que supone el proceso de restauración más delicado y donde mayor daño puede sufrir la obra. No tenía margen de error ni segundas oportunidades.
Durante las jornadas con motivo del 40 aniversario de la restauración, Javier Solana, presidente del Patronato, celebró la decisión que tomó junto al director del museo, Alfonso Pérez Sánchez, de traer "al mejor médico del mundo para curar a un enfermo grave". Hasta entonces, nadie se había atrevido a tocar Las meninas. "El presidente me dijo: los gobiernos pueden caer por varias razones, pero si la restauración de Las meninas sale mal, nos mandan a casa. Haz lo que debas hacer, pero con la seguridad de que va a salir bien", relató Solana, quien en ese momento era ministro de Cultura de Felipe González.
En los 23 días que tardó Brealey en limpiar el cuadro se montó un gran "pifostio" en España, recuerda Alicia Quintana, una de las conservadoras que participó en este proceso, en un vídeo de El Museo del Prado. Presiones políticas, manifestaciones de colectivos de restauradores en la puerta del museo, portadas de periódicos. Nadie entendía por qué tenía que venir un restaurador extranjero a tocar el icono de la cultura española.
"Se están llevando el color", solía alarmar la gente. Para desmentirlo, el propio Brealey solía dejar a la vista los algodones que utilizaba para que todos pudiesen ver que lo que estaba quitando era porquería, no la pintura. "La nacionalidad es la crítica más absurda. Confío en que hoy en día esta crítica no tuviese lugar. Las críticas se producían porque la gente no había visto el proceso de limpieza ni habían visto el cuadro. Los restauradores podíamos dar fe de que no era verdad", aseguró Enrique Quintana, coordinador jefe de Restauración y Documentación técnica del museo.
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Quintana recordó un episodio ocurrido mientras Brealey estaba trabajando en la restauración, cuando un grupo de estudiantes entró en el museo para "protestar por ese atentado". Brealey, que jamás llegó a aprender español y siempre llevaba intérprete, se "asustó" porque creía que "lo iban a linchar" y tuvo que salir corriendo por una de las puertas que la sala de la obra tenía por aquel entonces. "Fueron tiempos complicados y emocionantes: además, cuando terminó el trabajo pasó lo contrario, todos querían besarlo por la calle", relató.
"Fue un magnífico trabajo y toda aquella crítica se diluye hoy viendo el cuadro en su sala", remarcó Quintana, recordando que "las malas restauraciones con el tiempo siguen siendo malas y, las buenas, buenas". "Se mantiene la transparencia, el espacio y la vida de los personajes que les dio Velázquez. El estado de Las meninas ahora mismo es magnífico. Pocos cuadros de ese tamaño se conservan como se conservan Las meninas", añadió.
El restaurador inglés no recibió ninguna cantidad de dinero por este trabajo porque “nadie puede ser pagado —dijo— si va al paraíso”. Los gastos del viaje y su estancia en Madrid fueron costeados por una judía sefardí americana que había conseguido un pasaporte español en el Tercer Reich y quería mostrar su agradecimiento. Se ofreció a pagar con dos condiciones: que no interviniera el Ministerio de Cultura y que ella se encargaba del alojamiento del señor en el Hotel Ritz, aseguró Alicia Quintana.
Una vez terminada la limpieza, la pinacoteca encargó la reintegración de color a las restauradoras del museo Rocío Dávila, Maite Dávila y Clara Quintanilla. No obstante, Brealey continuaría al menos unos meses más con su labor regresando a España para aplicar en spray el último barniz al cuadro.
Antes de la exhibición pública, Solana contó que pidió a dos personas que eran buenas conocedoras del cuadro para que fueran a verlo tras el trabajo, Rafael Alberti y Buero Vallejo. "Estos son los colores que yo recuerdo", dijo el poeta. Ambos salieron de ver la obra "sin voz que les llegase a la garganta".
Durante la jornada, el presidente del Patronato aprovechó para poner en valor la figura de Brealey respecto al museo. "Marcó la vida del museo y del taller de restauración. Además, creó una relación entre el Museo del Prado y el Metropolitan, una relación cariñosa, que nos ha servido de mucho. Lo que tenemos hoy en el Museo del Prado se debe a esa relación extraordinaria", aseguró.
Velázquez fue el pintor antiguo más moderno del siglo XIX, y una de sus obras más admiradas fue Las meninas, señaló Javier Portús, jefe de Departamento de Pintura Española del Museo Nacional del Prado, durante su conferencia. El cuadro alcanzó un estatus mítico e influyó a artistas de todo el mundo. Richard Serra decidió dedicarse a la escultura y dejar la pintura en la sala de Las meninas y Semprún siempre decía que podía contar su vida deambulando alrededor del cuadro.
Hoy en día, el lienzo, situado en la sala 12, sigue siendo una de las joyas de la corona. Cientos de personas se arremolinan cada día enfrente del cuadro del pintor sevillano como si hubiesen visto una aparición religiosa. Quizá ya no se entra a verlas "con el sombrero en la mano, en voz baja y casi de puntillas", como relató en 1910 el comentarista Generoso Añés en una carta al director de ABC, pero sí con la certeza de estar contemplando una obra maestra.