Céret es una pequeña localidad francesa de 8.000 habitantes que queda colgando en la región de los Pirineos Orientales. Anclado en su centro, como un faro que ilumina su alrededor con una extraña luz que revela quién sabe qué, está el Museo de Arte Moderno de la ciudad. Las caras partidas por la gracia del cubismo y los cuerpos deformados por el divorcio con la realidad reinan en estas salas. Picassos, pero también Mirós y Chagalls habitan la pinacoteca de un municipio que un día fue destino habitual de artistas

En este museo, cuyos 4.000 metros cuadrados sorprende encontrar en una localidad de estas dimensiones, se celebra del 29 de junio al 1 de diciembre de este año una exposición que rinde homenaje a la figura de Max Jacob (Quimper, 1876-Drancy, 1944). El artista francés de ascendencia judía, aunque luego se convirtió al catolicismo, fue deportado en 1944 al campo de Drancy, al noreste de París, donde falleció ese mismo año. 

Jacob, que había dejado sus estudios de derecho para trabajar como crítico de arte, conoció a Pablo Picasso en 1901, cuando visitó la primera exposición dedicada al artista malagueño. Fascinado por su obra, trabó amistad con el pintor, lo que más tarde le llevaría a relacionarse con otras personalidades como Georges Braque o Juan Gris. Esta proximidad le convirtió en uno de los testigos privilegiados del nacimiento del cubismo y su desarrollo.

Jean Metzinger - Retrato de Max Jacob. Foto: Museo de Arte Moderno de Céret

Céret fue uno de los destinos habituales en verano de artistas de la talla de Manolo Hugué, Herbin o Picasso. Este último se estableció por primera vez en la localidad pirenaica en 1911. En abril de 1913, invitado por el malagueño, Max Jacob se trasladó a Céret, lo que coincidió con un período especialmente prolífico en la producción de ambos. "Max Jacob está en el ADN de la ciudad", comenta Jean-Roch Dumont Saint Priest, el joven director del museo de tan solo 29 años, encargado de presentar la exposición. 

Este vínculo, y también la voluntad de rendir homenaje al 80 aniversario de su fallecimiento durante uno de los episodios más oscuros de la Francia moderna, son los motivos por los que el Museo de Arte Moderno de Céret ha decidido dedicar a Max Jacob la exposición temporal que tendrá lugar hasta diciembre. Será albergada en el nuevo espacio que se abrió tras la ampliación que se llevó a cabo en la galería hace tan solo 2 años. 

Max Jacob - Paysage de Céret. Foto: Museo de Arte Moderno de Céret

Max Jacob, el cubismo poético ofrece un crisol de piezas del francés acompañadas por trabajos de artistas cercanos a su órbita. De esta manera, se pretende crear un diálogo entre las obras de diferentes autores que de manera inevitable se influenciaron mutuamente. Al presenciar las creaciones de todos ellos en un mismo espacio es posible admirar el universo que compartieron, donde la batuta que decidía lo que era posible y lo que no, no la dirigiría la realidad, sino ellos mismos. 

Jacob, inclasificable hasta lo irritante, jugó a ser pintor pero también escritor, poeta, astrólogo, cabalista y quiromante. Su obra literaria ha sido descrita, en muchas ocasiones, como poesía cubista. No en vano, su trabajo Saint Matorel, ilustrado por Picasso y presente en la exposición, es considerado el primer libro adscrito a este movimiento por su narrativa fragmentaria. 

Sus intereses esotéricos, que pronto llamarón la atención de gran parte de la alta sociedad francesa, se ven reflejados en su obra. También sus amigos artistas se sintieron atraidos por estas inclinaciones. En la exposición se presentan dos estudios quirománticos realizados por Pablo Picasso en los que se puede ver las líneas de su propia mano con anotaciones de Jacob.

Uno de los géneros pictóricos más repetidos en la muestra es el retrato, que de forma casi invariable tienen a Jacob como protagonista. Muchos artistas de la vanguardia, como Metzinger o Jean Cocteau, se aventuraron a retratar de miles de maneras diferentes a Jacob. Su mirada, famosa por atravesar como un hechizo o una maldición a todo aquel sobre quien se posara, es, quizás, el motivo de esta fijación por el rostro del francés, quien afirmaba: "el papel del poeta es molestar el alma del mundo con la mirada".

Pablo Picasso - 'Le fou'. Foto: Museo de Arte Moderno de Céret

 

En el retrato que le dedicó Modigliani, sus dos ojos saltan del blanco al negro en una heterocromía que responde a la dualidad del personaje. Grave y a la vez ligero, a caballo entre lo pagano y lo religioso, Jacob baila como nadie en la ambivalencia y la hace suya para que se mueva al ritmo de sus pasos. "Fue un verdadero acróbata que supo mantenerse en equilibrio entre lo cómico y lo trágico", nos recordaba Dumont mientras señalaba un busto con el rostro del artista caracterizado de arlequín, obra de Picasso.

El conjunto de sus trabajos son fruto de este dominio de las contradicciones. Si bien el esoterismo es parte fundamental de la obra de Jacob, esta chocaba con sus fuertes convicciones religiosas. El francés aseguraba haber visto a Cristo en dos ocasiones, lo que le impulsó a convertirse al catolicismo. Como resultado, también produjo varias composiciones religiosas, como La Visitation, prestada por el museo de Bellas Artes de Quimper para la ocasión.

Max Jacob falleció en 1944 en el campo de concentración de Drancy, en aquella Francia colaboracionista de Vichy cuyos ecos llegan a la Francia de hoy. En un mes en el que en el país galo se corre más riesgo que nunca de que la extrema derecha acapare un poder como no ha tenido en 80 años, "la muerte de este icono de la cultura francesa y las vanguardias históricas nos hace revivir los peligros que conlleva coquetear con las ideologías en las que no hay lugar para el diferente", apunta Dumont. 

La Gestapo encontró a Jacob recluido en un monasterio benedictino. En sus últimos años, el artista de vanguardia, de raíces humildes y provincianas, se había dedicado a vivir una vida frugal desprendida de cualquier tipo de lujo. Así, austero y maravilloso, lo quiso recordar en 1961 Jean Cocteau en el retrato con el que se cierra la exposición, y en el que queda grabada una frase que es un lamento, pero también una celebración: "En zuecos vino, en zuecos se fue. Divertido y magnifico como un sueño".