En 1904, el fotógrafo alemán Carl Wilhelm Kahlo compró una parcela en la villa de Coyoacán, al sur de Ciudad de México, en la esquina de las calles Londres y Allende, un terreno que había formado parte de la hacienda de San Pedro Mártir. Allí construyó una casa en la onda de la arquitectura mexicana vernácula. Kahlo había llegado a México en 1890 y llegó a ser fotógrafo oficial del régimen de Porfirio Díaz (la Revolución posterior no le resultó beneficiosa). También era pintor.

Con su primera esposa, María Cardeña Espino, tuvo tres hijas. Con la segunda, Matilde Calderón, un hijo (Guillermo, que murió pocos días después de nacer) y cuatro hijas, entre ellas, en 1907, Magdalena Carmen Frieda Kahlo y Calderón, Frida Kahlo, una de las pintoras más célebres del siglo XX, de vida corta e infortunada. En esa casa, conocida como la Casa Azul, vivió 36 de sus 47 años.

Allí pasó Frida su infancia, allí residió brevemente con Diego Rivera después de su primer matrimonio (se casaron dos veces), en 1929, allí sobrellevó el año de su divorcio (la vivienda estaba en estado de abandono y empezó a convertirla en la Casa Azul) y allí se instaló de manera definitiva en 1940. Murió 14 años después.

Para Frida, la Casa Azul fue hogar, ventana al mundo, espacio de descubrimiento, conocimiento, crecimiento, creación y celebración. Fue su refugio y su taller. Y un punto de encuentro social y cultural.

Tras su muerte, Diego Rivera conformó un fideicomiso con el Banco de México para convertir la casa en un museo dedicado a la pintora, proteger la colección de objetos que alberga (entre ellos, una colección de piezas prehispánicas) y garantizar su continuidad. Carlos Pellicer (amigo de Frida y visitante habitual de la casa) se ocupó de la museografía y cuatro años después el museo abrió sus puertas al público. La inauguración fue el 30 de julio de 1958.

La casa proyecta ante el visitante su diversidad de significados, su relevancia histórica y su alcance simbólico, a partir de un compromiso claro: la preservación del latido más íntimo de Frida Kahlo.

En primer término, esta casa fue su hogar, el lugar en que vivió con su familia. Llegó a estar hipotecada después de la Revolución por los problemas económicos de su padre y con el tiempo vio modificados algunos de sus espacios y estructuras (algunas obras y adaptaciones estuvieron motivadas por los problemas físicos de la artista, entre ellas la construcción de rampas para su silla de ruedas).

Exterior de la Casa Azul. Foto: A. Asensi

Mientras Guillermo Kahlo hace carrera como fotógrafo del porfiriato, su segunda esposa cría católicamente a las niñas. Frida y su hermana Cristina nacieron con solo 11 meses de diferencia y fueron compañeras de juegos y cómplices, pero en los años 30 su relación se deterioró: Frida descubrió que su marido mantenía tratos íntimos con Cristina. Las dos hermanas mayores son la responsable Matilde y la empática Adriana. En la casa se exhiben fotografías familiares, documentos relacionados con el inmueble original y obras en las que Frida retrata a sus seres más cercanos.

Una niña irreverente y juguetona

Frida es una niña irreverente y juguetona que se divierte con sus hermanas y sus vecinos en los jardines de la casa y los parques del barrio. Le gustan los patines, los helados y los dulces típicos, los vestidos de algodón y el pelo corto con moños.

Observadora y curiosa, colecciona piedras y plantas. Con el paso del tiempo se irá aficionando a los libros, los viajes y el arte. Conocerá algo de mundo (Estados Unidos y París) pero siempre volverá a estos muros porque sufría, según confiesa a su madre, de “coyoacanitis”.

Guillermo Kahlo alienta la curiosidad lectora y científica de su hija, que toma clases de náhuatl y guitarra, estudia hojas e insectos con el microscopio y empieza a crear una biblioteca diversa en materias y temas. A veces interviene en las pinturas de su padre. También copia grabados y retoca fotografías. Conforma su propia paleta.

En las vitrinas de la Casa Azul se exhiben numerosos utensilios de la joven pintora: lápices, libretas, tubos de óleo, carboncillos, frascos de vidrio con polvo metálico que Frida aplicaba a los objetos… También documentos escolares (era buena estudiante pero su carácter rebelde provocó más de una amonestación por parte de los profesores, que la acusan de formar corrillos y frecuentar malas compañías).

Desde pequeña tiene complicaciones de salud que la obligan a pasar mucho tiempo en casa y en cama, donde pinta y escribe (cartas, diarios…). En el dosel de la cama, su madre instala el espejo con el que Frida se retrata. También se le adapta un caballete para pintar de manera horizontal. La casa es un espacio para la cura física y el desarrollo creativo y emocional.

A los seis años sufre poliomielitis. A los 18, un grave accidente le destroza la vida. El autobús en que vuelve de la Escuela Nacional Preparatoria a su casa es embestido por un tranvía. Sufre fracturas en la tercera y cuarta vértebras lumbares, de la pelvis en tres partes y 11 en el pie derecho, así como una luxación en el codo izquierdo y una herida en el abdomen producida por un tubo de hierro. El dolor ya nunca la abandonará. No pudo ser madre.

Poco antes de morir sufrió la amputación de la pierna derecha. Hasta entonces, según revela en sus diarios, había sufrido 22 operaciones. Y entre tratamientos, medicinas, recuperaciones, dolores…, Frida Kahlo hace su obra.

Prótesis de Frida Kahlo. Foto: A. Asensi

Una de las salas refleja estas circunstancias: diversas imágenes de Frida en la cama (en una de ellas, pintando, en 1940, en compañía de Miguel Covarrubias), prótesis, corsés, muletas... Cada cirugía implica cambios en su cuerpo.

Frida pinta en libretas, en márgenes de libros, en su ropa y en sus corsés. Su cuadro El Moisés merece la mención honorífica del Premio Nacional de Artes y Ciencias. La casa conserva 21 cuadros de Frida (algunos, inconclusos) que permiten apreciar su proceso creativo y las coordenadas de su sensibilidad, entre la sinceridad, la exploración y la vulnerabilidad. Conoce las tradiciones artísticas mexicanas, la historia de la pintura occidental y los aires vanguardistas que llegan desde Europa.

Una extensión de sí misma

Frida convierte la casa en una extensión de sí misma. Coleccionista entusiasta, es una amante de la belleza y del México antiguo. Una fotografía la muestra con uno de sus queridos trajes típicos, junto a una singular acumulación de objetos de arte popular de su país (obtenidos en viajes, regalos de amigos, visitas a mercados…). Gusta de las muñecas, los exvotos, las macetas y las vajillas. Y los integra en sus obras.

La casa fue escenario de una vida social activa: bailes, comidas, conversaciones hasta altas horas… Por ella pasaron compañeros de escuela, amigos y camaradas (entre ellos, el matrimonio Trotski, León y Natalia, que se hospedó un tiempo, en el que la pintora y el revolucionario congeniaron), vecinos, intelectuales, artistas, alumnos. Todo lo que en opinión de Frida celebraba la vida encontraba aquí acogida.

Junto al directorio telefónico de Frida, una edición dedicada del Canto general de Neruda (con firmas también de David Siqueiros y Diego Rivera). En su recámara de día, una fotografía de ella pintando y el espejo que su madre mandó colocar en la cama después del accidente. Sobre la colcha, su máscara mortuoria. En la recámara de noche, sus colecciones de mariposas, juguetes y muñecas, y en el tocador, en una  urna prehispánica con forma de sapo, sus cenizas.

En palabras de Luis-Martín Lozano: “Frida se sentiría halagada de saber que su pintura ha interesado a tantas personas, pero no estoy convencido de que aprobase ver expuesto su mundo privado”.

El recorrido por la Casa Azul incluye asimismo el dormitorio de Diego Rivera, un amplio salón con chimenea, una recreación de la cocina y el estudio de Frida, diseñado por Juan O’Gorman en 1944, con sus pinceles y su caballete (regalo de Nelson Rockefeller), el espejo que utilizaba para sus autorretratos, frascos de barniz y de perfume que reciclaba como recipientes para sus pinturas y su colección de libros de arte, historia, literatura y filosofía, además de algunas piezas prehispánicas. Y su último cuadro, el bodegón de sandías Viva la vida.

El último cuadro de Frida: 'Viva la vida', 1954. Foto: A. Asensi

La Casa Azul acoge actualmente la exposición Las apariencias engañan: los vestidos de Frida Kahlo, que exhibe su guardarropa y muestra cómo a través de la indumentaria la artista conectó con la tradición familiar, ocultó sus problemas físicos y construyó su identidad y su icónica imagen. Eligió el vestido de tehuana (procedente del istmo de Tehuantepec, al sureste de México, en el estado de Oaxaca) como sello personal y lo transformó en una declaración ideológica y cultural. Su estilo ha inspirado a reconocidos diseñadores internacionales.

Frida Kahlo muere en la Casa Azul el 13 de julio de 1954. Llevaba meses despidiéndose de sus amigos. Fue velada en el Palacio de Bellas Artes de Ciudad de México e incinerada en el Panteón Civil. A Coyoacán regresó para descansar definitivamente.