El Palacio de Quintanar en Segovia exhibe una exposición contra el borrado (femenino)
El trabajo de más de una docena de escultoras recorre los límites entre disciplinas y fronteras en una muestra ecléctica.
22 septiembre, 2024 01:17Über die Grenzen, (Sobre los límites), es parte del título de un libro: Laocoonte o sobre los límites de la pintura y la poesía, publicado en 1767 por G. E. Lessing. Bajo un epígrafe que permite la heterogeneidad, se plantean dos denominadores comunes: todas sus autoras son mujeres y todas las obras son esculturas, lo que es más discutible.
Miguel Cereceda, su comisario, señala que no es una exposición “de mujeres artistas”. Tras un primer estupor, me parece una afirmación razonable, pues de lo contrario habría que calificar de exposiciones “de hombres artistas” tantas y tantas como hemos visto.
Los límites tratados son los de las fronteras políticas, los del género, los marcados por la línea gráfica y desde luego los del arte y los géneros artísticos. Finalmente, el límite de lo real, al hilo de las palabras de Wittgenstein: “Los límites de mi lenguaje son los límites de mi mundo”.
La instalación de Bettina Geisselmann consiste en una serie de gruesas láminas de cristal suspendidas, en las que ha dibujado con plomo fronteras polémicas, algo así como vidrieras de la catedral de la historia.
La de Lenka Holíková presenta grandes pantallas cruzadas en que ha dibujado bosques desolados. Entre ellas se alzan esos postes que sirven para sujetar alambradas, letras de un alfabeto siniestro.
Otra es la celda de Adriana Marmorek, con su vertiginoso juego de espejos. Punteado de ojos, todos te miran mientras te miras tú. Teresa Esteban y Agar Blasco, una con piedra y otra con metal, juegan a trasladar de escala, material y significado la arquitectura. ¿Son maquetas oníricas, metáforas sobre el habitar o esculturas?
También suscita preguntas el diálogo de cerámica y cuadros de Montserrat Gómez Osuna, pues no sabemos dónde empiezan unas y otros, cuáles son sus límites. Pasa lo mismo con las delicadas piezas que Ana Pérez Pereda titula Hilónidas, en las que el dibujo es sustituido por hilos, para contraponer lo rígido y lo tembloroso, lo natural y lo fabricado.
En esta poética de evanescencia, podemos situar Abecedario de cielos de Esther Aldaz, testimonio de un viaje inmóvil. Ana D. Matos propone una “semiótica del borrado” –de las artistas– mediante un maniquí de plástico desmembrado.
En rotunda colisión de pintura y escultura y también de lo clásico y lo informe encontramos las estatuas que segregan una monstruosa excrecencia de Marina Núñez. Khamekaye, de Paula Anta, combina fotografías de los artefactos con que los pescadores de Senegal marcan los puntos de arribe, con uno de ellos, silenciosamente trágico, en la sala.
Las fotografías de Rosell Meseguer registran volúmenes contrapuestos: el túnel y el observatorio, parte de su investigación sobre refugios. Los mapas de Carmen Cámara combinan el collage y la escritura, y revelan cómo el cromatismo de la cartografía disimula sus dramas.
Concha García experimenta con la escala, fotografiando encuentros incongruentes de peso y volúmenes. Finalmente, Arcos y Pórticos, de Mar Solís, hermosas formas de grandes dimensiones, olas o vientos disecados que evocan el Martín Chirino más aéreo y lineal. Aunque desigual, la exposición cumple con lo que promete y muestra algunas obras verdaderamente interesantes. Les recomiendo, dentro de estos límites, la visita.